Entre cintas y balones.

Capítulo 10: Romeo en motocicleta y chaqueta de cuero.

Por fortuna Andrew encontró trabajo como repartidor en una pizzería. Pero para ello necesitaba tener su propio transporte y la bicicleta no era el más idóneo. Así que su buena amiga Cosette accedió a prestarle el auto los tres días que él trabajaría si no lo chocaba, no maltrataba o manchaba los asientos y la recogía los miércoles, pues ese día ella debía trabajar. 

 

Fue un tanto difícil durante los primeros días pues no conocía el pueblo a totalidad pero Cosette se había ofrecido para ser su GPS personal en caso de extraviarse. 

 

Gracias a su empleo conoció a muchos que suponía serían sus compañeros de clase. Otros, es decir los adultos, preguntaban sobre sus padres. Puesto que era una ciudad pequeña, muchos se conocían al menos por nombre. Y al enterarse que vivía con el Sargento de la policía, parecía que eso le brindaba cierta aceptación por parte de sus nuevos vecinos. 

 

Con el paso de los días las cosas tomaban forma en su hogar. Cenaba todas las noches con su madre y Hunter, Rocky comenzaba a dar honor a su nombre al obedecer al menos dos ordenes y ya no hacía desastres dentro de la casa. Cosette cenaba con ellos en algunas ocasiones y pasaban juntos todos los sábados bañando a sus perros, viendo una película en el almuerzo y por la tarde al parque de perros. 

 

Seguía sin conocer al resto de su familia y ya que ella no lo mencionaba, él tampoco preguntaba. 

 

De lo único que no había podido librarse era de los comentarios poco disimulados de su madre sobre Cosette y él. Decía que no le sorprendería si un día se volvían novios. Andrew repetía que no lo eran y que no lo serían. Que eran solo amigos. 

 

Y así era. Aunque no le creyeran, Cosette era una buena amiga. Y él tenía suficientes presiones y la vida lo suficientemente complicada como para volverse novio de su mejor amiga y vecina. No negaba que en cierta medida le parecía atractiva. Y como no serlo cuando caminaba por la calle con ese imponente perro a su lado sin ningún esfuerzo. Le gustaba su nariz pequeña que le daba ese toque aniñado en el rostro. Le parecía graciosa. Y sentía que ella lo comprendía aún cuando no dijera nada mientras él se quejaba de su familia. 

 

Era una amiga especial. Una amiga que ya le gustaba a Jack, su mejor amigo, quien preguntaba por ella siempre que hablaban. Y siempre insistía en que le consiguiera una foto o su nombre de usuario en alguna red social, pero Cosette era invisible o no existía en internet. No la encontraban. Así que esa solo era otra razón para no verla de forma romántica, no mientras a su amigo le gustara. 

 

Un viernes por la noche, mientras Andrew y Rocky veían la televisión en el sofá de su casa, pues Cosette había salido con su aún misterioso hermano, alguien tocó a su puerta. No podían ser Hunter y su madre pues acababan de irse y tenía la orden de no abrir la puerta a nadie a menos que fuera una emergencia. Una regla bastante extremista considerando que era una ciudad pacífica y que él ya tenía el razonamiento suficiente como para identificar a un desconocido al otro lado de su puerta y saber cómo marcar al 911.

 

Rocky corrió a ladrar. Aunque sus ladridos eran adorables, la fuerza con que los emitía podían hacer que el intruso se fuera por los molestos ladridos. 

 

—¡Andrew! ¡Soy yo! Abre — dijeron tocando de nuevo. 
—¿Jack?
—No. Caperucita roja. Traigo galletas para la abuela. Abre. Necesito usar el baño.

 

Andrew sonrió y abrió de inmediato. Su amigo corrió a los servicios con Rocky detrás intentando tomar sus pantalones. 

 

—Gracias amigo. ¿No te importa que me quede el fin de semana? Seguro que a tu madre no le importará ¿Cierto? ¿Donde está? ¿Y el sargento?

 

Se sentó junto él en el sofá y comenzó a comer de la bolsa de frituras. 

 

—Ya sabes que sí. No están. Salieron. 
—¿Y Cosette? 
—Tampoco. Salió supongo — dijo sin darle importancia.
—Ya.
—¿Qué pasó? — inquirió viendo el bolso de su amigo.
—Ya sabes cómo se ponen los viejos. Cuando llegué del trabajo ella estaba borracha como siempre. Y cuando los dos están así ya sabes cómo son de intensos. 

 

Andrew asintió. Jack tenía la fortuna de tener todavía a sus padres bajo el mismo techo. Pero éstos, además de poseer lo suficiente como para sus viajes y lujos sin escatimar, compartían el gusto por los buenos licores. Y cuando ocurría, Jack iba a refugiarse a casa de Andrew desde que se conocieron hace más de año y medio.

 

—Sí. Solo hay que sacar el otro colchón de la cochera.
—Ok.


Los señores Collins no tuvieron problema con que el amigo de su hijo se quedara mientras no hicieran tanto ruido y los dejarán dormir. Así que mientras jugaban sentados en el suelo de la habitación de Andrew con sus consolas, un calcetín entró por la ventana. 




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