Entre cintas y balones.

Capítulo 14: Julieta.

Durante los siguientes días Andrew siguió con su trabajo repartiendo pizzas por toda la ciudad. 

 

Pero en algunas ocasiones la suerte, el destino o el universo lo llevaban a la número 25 de la calle Roble. Estaba en el otro extremo de la ciudad. Era una zona privada que lucía muy distinta del vecindario en el que Andrew vivía. 

 

Las casas eran mucho más grandes. Tenían piscinas y varios autos estacionados en el frente. Cámaras de seguridad. Y elegancia por todas partes. 

 

Esa tarde subió por la colina y se dirigió al número 25. Familia Savage. 

 

Siempre que Andrew llegaba la casa parecía estar llena pues encontraba más de cinco autos estacionados, música y un fuerte olor al cloro de la piscina. Tocó el timbre con las pizzas listas y la chica de siempre abrió. Lo hizo pasar para que dejara el pedido en la mesa. Le entregó la factura y ella pagó la cantidad dejándole $25 de propina. 

 

—Gracias — dijo guardando el dinero en la billetera. 

 

La chica sonrió como siempre y se quedó ahí como si esperara a que él dijera algo más. 

 

Cada vez que él llegaba a esa casa entregaba la misma cantidad, el mismo tipo de pizza y veía a la misma chica. Era bonita. Pero para Andrew era la mujer más bella que nunca hubiera visto. Pero aunque llevaba semanas viéndola, no sabía su nombre. No hablaba con ella más que lo rutinario. Una vez más, como siempre, se despidió y salió. 

 

La necesidad de dar la vuelta y hablar con ella lo invadieron de nuevo. Pero por una extraña razón no lo hacía. Así que se propuso hablar con ella. Entablar una conversación casual y de ser posible, invitarla a salir un día. Pues ahora que tenía auto no se encontraba limitado. 

 

Sin embargo no creyó que volviera a verla tan pronto. Dos días después estaba subiendo por aquella colina para dirigirse a casa de la familia Savage. 

 

En esta ocasión fue una niña la que abrió la puerta. Lo dejó pasar y con un grito que hizo temblar la mansión llamó a su hermana mayor, Julieth. 

 

—Ya puedes irte Jasmine. Gracias — dijo la chica que entraba en la estancia en traje de baño y un vestido semitransparente. 
— Estaba hablando con él — se quejó cruzándose de brazos.
—Bien. Pero que le digo a Luke.  Quiere sacarse unas fotos junto a la piscina y quiere que lo ayudes. 

 

Con aquello Jasmine saltó de la mesa con el rostro iluminado y corrió hacia la piscina. 

 

—Lo siento. ¿Te ha molestado mucho? 
—Para nada. Ha sido… Interesante hablar con ella —dijo con una sonrisa.
—Tiene doce años y es insoportable. Qué bueno que ya no estaré aquí cuando tenga quince — habló con fastidio.
—Sí. Te entiendo.
—¿Tienes hermanos?
—No. No tengo. Pero lo imagino… Imagino como sería tener un hermano. 
—Pues convence a tus padres para que no dejes de ser hijo único. Yo tengo tres pero ella es la peor. 


Andrew sonrió sin hablar buscando que más decir. En ese momento pensó que tener un hermano menor o mayor habría sido una buena excusa para continuar la conversación pero al no ser así debía pensar en algo más. 

 

—Por cierto. Son $54,25.
—Cierto. La pizza. Me esperas un minuto. Iré por mi bolso. 

 

Le vio subir de prisa por las escaleras provocado que su vestido corto se agitará con los movimientos de sus caderas. 

 

—Eres nuevo en la ciudad, ¿Cierto?
—Sí. Bueno…. Algo así. Me mudé a principios del verano. 
—Será bueno verte en la escuela — dijo sonriendo.


 Andrew correspondió a su sonrisa. Aquello fue la señal para realizar su siguiente movimiento. 

 

—Gracias. Ya quiero que termine el último año. 
—¿Haces deporte?
—¿Qué?
—Ya sabes. Lucha, baloncesto, fútbol americano. Aunque pareces más de baloncesto — recalcó mirándolo de pies a cabeza hasta terminar en sus ojos claros. 
—¿Tú crees?— Preguntó con un toque de diversión.
—Sí. ¿Cuándo mes? ¿1,85? 
—1,89 la verdad. Pero con calcetines dobles puedo alcanzar el 1,92.

 

Ella rió con aquello. Se mordió el labio inferior con suavidad y dejó de admirar su altura. 

 

—¡Ey Jules! ¿Dónde esta la pizza? Tenemos hambre — dijo un chico que le doblaba la altura a Julieth. Tenía el cabello húmedo y sus pantalones de surfista escurrían un poco sobre la alfombra. 
—Aquí está. ¿Puedes llevarla atrás? Hay soda en la nevera.


Él asintió y sacó un trozo de la caja para tomar el resto. Pero se detuvo al ver que el repartidor seguía ahí. 




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