El auto de Cosette aparco frente a su casa. Desde el asiento pudo ver que el auto de Andrew no estaba en su sitio. Una vez más se preguntó ¿Qué habría ocurrido esa tarde? Solo por mera curiosidad.
Entonces, mientras los labios de Jack le hacían cosquillas en el cuello, pensó en Kate. En sus nervios, en su miedo, en su deseo imperioso por ser tocada como ella estaba siendo acariciada. “¿He sido yo tan desesperada como ella? ¿Tan ansiosa por sentir a un chico? No, no lo he sido”. Se respondió a si misma.
—¿Qué ocurre? — Inquirió Jack apoyando sus codos en el sillón.
Alzó la vista para observar sus pupilas. La poca luz los hacía ver dorados como la miel. Tenía los labios inflamados y el cabello ligeramente revuelto. Cosette sonrió pensando que se veía mucho más guapo cuando ella lo despeinaba un poco.
—¿Dirías que soy desesperada?
—¿A qué te refieres? — Preguntó con una sonrisa.
Cosette pasó sus dedos por aquellos brazos fuertes que siempre la hacían sentir segura. Siguió con sus caricias hasta llegar a sus hombros y luego a su rostro.
—Solo pensaba… En lo mucho que me gustas.
Jack sonrió y volvió a besarle con cariño. Ella le abrazó nuevamente para continuar el recorrido de besos que tenían.
La hacía feliz saber que entre ellos no había prisas, ni reloj, ni presiones, ni insistencia. Todo pasaba con calma y cuando ellos deseaban dar un paso más. Por ello no entendía a Kate.
Es cierto que Andrew era un muchacho guapo, no tanto como Jack por su puesto pero debía admitir que era más que agradable a la vista. Pero, ¿Era admisible ese comportamiento solo por qué te gustaba un chico?
Ella nunca se había sentido atraída hacia él. Era más un cariño especial el que existía. Era amistad y compañía. En los buenos y los malos momentos. Eran parte de la pequeña pirámide que formaban con Jack.
Esa noche no habló con Andrew a través de la ventana. Se quedó dormida cuando aún era muy temprano y a penas y le vio ese sábado. Pues tenía un entrenamiento con el equipo.
Por la tarde su bandeja de entrada comenzó a llenarse de los mensajes de Kate. Pero al ver en la pantalla que se trataba de ella dejó que siguieran llegando para leer todo de una vez.
¡Hola!
¡Qué feliz estoy!
Estoy contentísima.
Todo fue súper bien.
Me arde. Y siento que tengo un cigarro encendido en el centro, pero estoy feliz.
Perdona la palabra.
Bueno te cuento con detalles.
Me puse un top azul (¡Encontré uno!).
Me dejé el cabello suelto, me maquillé y me puse perfume.
Comenzamos a hacer la tarea en mi cuarto.
Pues aquí tengo la portátil.
Pusimos música y me puse a bailar.
Dios. Que vergüenza pero verás.
Lo atraje con la mano.
Me acerqué a él (que bien huele).
Le puse los brazos por encima del cuello y él me puso sus manos en la cintura y empecé a marcar el ritmo.
Moviéndonos muy despacio.
Cuando llevábamos así minuto y medio, más o menos me dio un beso.
¡Un beso!
¡¿Te lo imaginas?!
Por poco me muero de la emoción.
¡Y que bien besa!
Disfruté el beso lentamente.
Solo me aseguré de dejar bien cerrado el cuarto antes de caminar hacia la cama.
Bueno, sigo luego.
Tengo que salir.
Cosette seguía viendo la pantalla de su teléfono estupefacta por todo lo que Kate le relataba.
“No puede ser. Bueno, puede. Sí. Puede ser pero… No creí que él… Que ella…”.
Se quedó tirada en la cama con el móvil en la mano dándole vueltas a todo aquello. Pensar en Andrew teniendo sexo le resultó extraño.
Es decir, era consiente que Andrew posiblemente tenía una vida sexual activa con su novia y que tenía experiencia. Pero eso era parte de su intimidad. Eran cosas que solo quedaban entre él y la chica involucrada.
Volvió a leer los mensajes y un escalofrío la recorrió. Le pareció hasta repulsivo lo que su imaginación trataba de recrear. Andrew besando a Kate y lo que es más, sacándole la ropa y…
“No. No. No”. Decía en su mente borrando esas imaginaciones.
Le resultaba repulsivo, no por tener una aversión hacia el sexo. No. Ella disfrutaba de intimidad con Jack. Pero en este caso se trataba de Andrew. Su mejor amigo. Saber que tenía sexo era como saber que su hermano tenía sexo con su novia. Algo obvio pero que le habían soltado en la cara. Era una parte de la realidad que no estaba dispuesta a aceptar.
Lo único que fué capaz de responder fue un sencillo: Me alegro. Que bien. Y acompañado de unas caritas felices.