Entre cintas y balones.

Capítulo 30: La fogata.

Al día siguiente los cuatro fueron al lago. La cabaña contaba con un equipo completo de pesca. Los chicos se dieron el lujo de alardear un poco sobre sus conocimientos para enseñarles a ellas a pescar. 

 

Únicamente atraparon dos peces que terminaron devolviendo al agua pues nadie sabía ni quería cocinar pescado. Algo que no le creyeron a Katsumi pero ella se excusó diciendo que no tenía lo necesario como para preparar algo comestible. Así que el almuerzo fueron hamburguesas y refrescos. 

 

Se broncearon un poco recostados en el muelle frente a la cabaña. Las chicas en sus pantalones cortos y bañadores mientras ellos lucían sus pechos desnudos y fornidos. 

 

Por la noche hicieron una fogata y asaban salchichas y más malvaviscos. Sentados en unos viejos troncos reían, cantaban como lobos aullando a la luna pero no les importaba. Lo mejor era que estaban ahí juntos. 


De pronto el teléfono de Cosette sonó anunciando un mensaje. Ella lo vio y volvió a bloquear el teléfono sin darle importancia. Jack lo notó pero decidió guardar su curiosidad seguro que no era nada. 

 

Al poco rato volvió a sonar con una llamada entrante. Ella la colgó de inmediato al ver el contacto y lo dejó en vibrador. 

 

—¿No contestas? — Preguntó Jack a su lado. 
—No. 
—Puede ser tu papá o tu hermano. Recuerda que mi cuello está en juego si creen que algo malo te ha pasado — insistió en tono cariñoso. 

—No te preocupes. No son ellos. 

 

Siguieron contando anécdotas escolares pero Cosette ya no se veía concentrada. Y su teléfono seguía insistiendo. Hasta que de pronto se levantó con el aparato en la mano diciendo que no tardaría. 

 

Andrew y Katsumi miraron a Jack. 


—No me miren así. No he hecho nada. 
—¿No irás a buscarla? — inquirió su amiga. 
—Le daré unos minutos. 

 

Y así lo hizo. Al ver que no volvía se encaminó a buscarla. No estaba en la cabaña así que caminó en dirección al lago. La luna menguante hacia brillar el agua como un espejo plateado. 

 

La encontró en la orilla hablando por teléfono. Se acercó con cuidado intentando escuchar un poco. 

 

—Sí lo sé pero… No estoy segura — le escuchó decir—.  Sí ha vuelto a llamar… — El ruido de unas ramas le alertó que alguien estaba cerca. Al comprobar que de trataba de Jack continuó hablando—.  Sí. Aquí estoy. Es Jack — dijo con una media sonrisa. 

 

Él le abrazó la cintura desde atrás y permaneció así hasta que ella se despidió. 

 

—¿Qué ha dicho el Teniente?
—Quiere que le envíes un reporte diario por cuadruplicado. Y que te reportes en el cuartel al volver a las 600 horas. 


Jack sonrió y la estrechó con fuerza. 


—Hace frío. ¿Quieres volver a la fogata?
—No. Quedémonos aquí — pidió. 


Sentados en aquel suelo, apoyados contra un árbol miraban el fuego crepitar frente a ellos. La brisa gélida del lago los rodeaba obligándolos a permanecer muy juntos hasta que ella habló de nuevo. 


—¿Cómo es tu madre Jack? — Preguntó mientras dibujaba círculos en el suelo de tierra con una rama. 

 

Jack no pudo evitar sorprenderse un poco por la interrogante. No solían hablar de sus padres o de los padres de ella. Sabían más sobre la familia de sus amigos que de las suyas. Era un tema que en cierta medida ambos evitaban. 

 

—Es muy guapa. Es gerente de un banco y presidenta de algún club de esos de mujeres. Es alérgica a los mariscos. Le gusta… Mucho la Champagne. Y se llama Mary. 


Aquella descripción tan escueta y distante decía más sobre Jack y su relación con su madre que todas las palabras que pudo haber dicho sobre ella. 


—La mía se llama Colette. Es francesa. No sé donde está. Se fue cuando tenía once. El día de mi cumpleaños. Todos estábamos en la fiesta en el patio trasero y cuando fui a buscarla para mostrarle uno de mis regalos estaba en la cocina. Discutiendo con mi padre. Con una enorme valija al lado. Solo… Recuerdo que me dio un beso y un hombre al que nunca había visto le ayudó con la maleta… Luego mi padre me abrazó. Y no volvió… 


Jack la estrechó contra su pecho al escuchar aquello. No sabía que decir. Parecía en primera instancia que Andrew era el indicado para escuchar su historia, el que le entendería mejor por la separación de sus padres. Pero, él no quería soltarla. Quería estar ahí para ella aunque solo pudiera ofrecerle su silencio y sus abrazos. 


—¿Por qué nunca me has llevado a conocer a tus padres? — Inquirió contra su cuello donde tenía escondido el rostro. 
—Ellos nunca están en casa. 
—¿Trabajan mucho?
—Algo así. Les gusta salir.
—¿Por qué no los acompañas?
—No me gusta verlos beber tanto. En especial a ella, es quién más bebe. Se emborrachan los fines de semana y en cada fiesta a la que van. Solo para terminar discutiendo sobre las conquistas que cada uno hace. Como si compitieran por ver quién lastima más al otro. Pero después de regalos caros y paseos de lujo se reconcilian. 
—Suena agotador. 
—Ni que lo digas. Por eso es mejor no estar en mi casa. 




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