Entre cintas y balones.

Capítulo 31: Jack.

Era sábado cuando Jack llegó a su casa luego del entrenamiento. Había pasado la noche en casa de Andrew y al saber que anoche hubieron “unos pocos invitados” no se molestó en buscar a sus padres en la casa. Sabía que no estaban. Así que subió las escaleras directo a su cuarto sin desviarse en aquella silenciosa y enorme casa. 

 

Además planeaba ir al cine con sus amigos esa noche así que se metió a la ducha. El entrenador lo estaba presionando más últimamente al recibir llamadas de un par de universidades que habían visto su desempeño en la cancha. Esperaban verlo en el gran juego que sería dentro de tres semanas. Así que la presión era palpable. 

 

Bajó a la cocina para buscar que comer cuando reparó en el desorden de la sala. Había cristales rotos, botellas de licor vacías que llevaban hasta el centro de la habitación Un espejo roto, el favorito de su madre. Decía que lo había traído desde Grecia. Cuencos vacíos o con restos de comida.

 

Molesto por tener que recoger de nuevo el desastre que solían dejar cuando tenían una “pequeña fiesta”. Tomó todas las botellas y las fue metiendo en una bolsa de basura. El sillón de cuero tenía una mancha de licor y el sofá más grande estaba en otro sitio. 

 

Al moverlo encontró a su padre inconsciente en el suelo. Había un vaso de whisky cerca. Despedía un olor desagradable. Al voltearlo pudo comprobar que estaba lleno de su propio vómito si no es que de alguien más. Le arrastró hasta la cocina para intentar limpiarlo. Sabía que seguro despertaría luego de bañarlo con agua fría. 

 

—¡Nancy! ¡Nancy! — Comenzó a llamar a la mujer que les ayudaba con la limpieza. Se le hacía extraño que ella no anduviera por ahí. Solía llegar a las 9 de la mañana. O por las tardes. 

 

Mientras intentaba sentarlo en una silla de playa que tenían en la alberca cayó en cuenta de no haber visto a su madre. Si él estaba así ¿Cómo y dónde estaría ella?

 

Llamó de prisa al celular de su madre sin obtener respuesta. 

 

—Papá. Papá. Despierta — le decía desesperado al ver que no reaccionaba. Le sacó la camisa embarrada y pegajosa de sudor y licores.


Llamó a Nancy a su celular y ella lo cogió al segundo tono. 


—Nancy. ¿Dónde está? Necesito su ayuda. Es urgente. 
—Estoy llegando — respondió la mujer comprendiendo que la situación era caótica.


En menos de cinco minutos que a Jack se le hicieron eternos llegó Nancy. 


—¿Qué pasa con usted? ¡¿Por qué no estaba aquí temprano?!
—Sus padres me pidieron irme temprano y volver hasta esta hora. Lo siento mucho — dijo remplazándolo en intentar despertar a aquel hombre inconsciente—. Debemos llamar a una ambulancia — dijo alarmada. 


Jack se pasó la mano desesperado por el cabello. No era la primera vez que los encontraba así ni que terminaban en urgencias por estar a punto de sufrir un coma etílico. Pero en ese momento necesitaba encontrar a su madre. 


—¡Llama a alguien ahora! — Soltó antes de salir corriendo. 


Buscó en las habitaciones superiores comenzando por la habitación de sus padres. El cuarto estaba peor, lleno de botellas y vasos. Al entrar en el enorme cuarto de baño encontró a su madre en el suelo inconsciente. 

 

A pesar de sus gritos e intentos por despertarla no lo conseguía. Bajó con ella en los brazos encontrando a los paramédicos aparcando en el jardín frontal. 


Los pusieron en camillas de inmediato y los subieron a la ambulancia. Se subió a la parte delantera del transporte médico y se fue con ellos al hospital. 

 

La angustia no lo dejaba quedarse quieto en la sala de espera de emergencias. Caminaba de un lado a otro haciendo crujir sus dedos al presionar los nudillos. Le dolía el estómago, la cabeza, la espalda y quién sabe cuántos órganos más. 

 

Las enfermeras le decían que debía esperar. Que pronto tendrían una respuesta definitiva. Y que en ese momento estaban procediendo a hacerles lo que se conoce como un lavado de estómago. Pues estaban tan alcoholizados que era necesario. 

 

No quería pensar lo peor. Pero cuanto más tardaban los médicos en volver con noticias más culpable se sentía por no haber pasado la noche en casa. Por haberlos dejado solos. Por ni siquiera preocuparse en buscarlos cuando llegó. 

 

Llevaba años viviendo su propia vida, sin involucrarse mucho en lo que ellos hacían o no. Pues siempre decían no tener tiempo para él aunque expresaran estar orgullosos por sus logros académicos y deportivos. Ahora en esa silla de hospital pensaba que había sido un mal hijo.

 

Sin poder evitarlo las lágrimas brotaron por sus ojos mojando sus mejías. Se limpió de prisa con el dorso de la mano. Nancy había llegado a hacerle compañía mientras esperaba. Intentaba tranquilizarlo pero Jack seguía tan preocupado como al principio. 




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