Entre Clases

Capítulo 3: El filo del Silencio

La lluvia caía fina, persistente. Mojaba las veredas con una cadencia hipnótica que normalmente habría calmado a Mar, pero esa tarde, no era más que ruido de fondo para el caos en su mente.

Desde el enfrentamiento en el baño, no había podido dejar de pensar en la advertencia de Melody. Cada palabra había sido como una daga con filo envenenado. Y lo peor… era que una parte de ella empezaba a preguntarse si realmente se estaba metiendo en algo más grande de lo que podía manejar.

Volvía de la biblioteca, mochila al hombro, empapada pese al paraguas. No se había dado cuenta de cuánto había anochecido. Las luces del campus parpadeaban a lo lejos como luciérnagas sin rumbo. Fue entonces cuando su celular vibró.

Un mensaje, número desconocido:

“Necesitamos hablar. Aula 204. Ahora.”

Sintió un escalofrío. No había firma. Pero no necesitaba una. Sabía exactamente quién era.

El aula 204 estaba al final del pasillo más viejo del edificio de Humanidades. Las ventanas eran altas, polvorientas. Las puertas de madera crujían con cada movimiento. Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta.

Mar se quedó quieta. Tenía la opción de irse. Fingir que no había visto nada. Pero algo dentro de ella, una mezcla enfermiza de valentía y necesidad, la empujó a entrar.

Allí estaba él.

De pie, junto a la pizarra, con las mangas arremangadas y una carpeta en la mano. No había libros, ni alumnos, ni testigos. Solo ellos dos. Como siempre, demasiado cerca del abismo.

—Pensé que no vendría —dijo sin mirarla.

—¿Por qué me citó aquí? —preguntó ella, con voz firme, aunque sus manos temblaban dentro de los bolsillos del abrigo.

Él se volvió hacia ella, dejando el libro sobre el escritorio con un golpe seco.

—Porque estás cometiendo un error, Miller. Y quiero darte una última oportunidad de no arruinar tu futuro.

—¿Mi futuro? —repitió, incrédula—. ¿Por qué vi algo que no debía? ¿Por qué no me quedé callada?

—Porque está jugando a ser detective, y no tienes idea de las reglas de este juego.

La luz parpadeó sobre sus rostros. Él dio un paso hacia ella. Mar no retrocedió.

—Yo no estoy jugando —dijo—. Usted sí. Y lo ha hecho con otras antes, ¿verdad?

Por primera vez, su expresión cambió. Fue rápido, apenas un destello. Pero ella lo notó. Un parpadeo en la máscara de seguridad.

—Eso no tiene nada que ver contigo —contestó, su voz más baja, más cortante.

—¿Y si lo hace? ¿Y si alguien más ya empezó a hablar? —insinuó ella, desafiante—. Hay rumores. Hay cosas que encontré.

Él sonrió, pero ya no era una sonrisa encantadora. Era una línea fina, tensa. Casi peligrosa.

—¿Y quién crees que te va a creer, Miller? ¿Tú sola contra mí? Soy un profesor respetado. Tú eres una estudiante… obsesiva. Solitaria. Ya te están mirando mal, ¿no es así?

Ella tragó saliva. El recuerdo del comentario anónimo en sus apuntes, de las miradas, de las risas contenidas. Todo eso ardía bajo su piel.

—Quizás no lo haga sola.

Él entrecerró los ojos.

—¿Crees que puedes convencer a alguna de ellas? No van a hablar. No lo hacen nunca. Saben lo que pierden si lo hacen.

—¿Y usted? ¿Qué gana con esto? —escupió ella, con rabia real esta vez—. ¿Qué le da? ¿Control? ¿Poder?

—No —dijo él, con calma inquietante—. Libertad. Algo que tú aún no entiendes. Pero lo harás. Cuando estés lista.

Esa última frase la dejó helada. No era una amenaza. Era una promesa.

—Nunca voy a ser como las demás —dijo, retrocediendo hacia la puerta—. No voy a quedarme callada.

—¿Estás segura de eso?

La puerta se cerró de golpe a sus espaldas. Alguien más la había empujado desde fuera.

Mar giró con violencia, pero no había nadie en el pasillo. Solo el eco de sus propios pasos apresurados cuando finalmente corrió. No sabía si había sido real o si su mente, ya paranoica, estaba inventando cosas. Pero ese sonido, ese “clic” seco, se le quedó grabado como un presagio.

Esa noche, volvió a tener una pesadilla.

Estaba en la biblioteca. El pasillo se alargaba infinitamente. Cada estante susurraba su nombre. Cuando trataba de correr, sus pies no se movían. Y él estaba ahí, esperándola al final. Con un libro en la mano y los ojos llenos de sombras.

Despertó empapada en sudor.

Ya no podía negar lo que estaba pasando. El profesor la estaba manipulando, acosando… jugando con su mente.

Y tenía que hacer algo antes de que fuera demasiado tarde.

El viernes, se presentó sin previo aviso en la oficina de la profesora Galván, su tutora académica. Una mujer mayor, estricta, pero justa. Nunca hablaban mucho fuera de lo necesario, pero Mar sabía que si había alguien que aún podía confiar en ella, era ella.

—¿Puedo hablar con usted? —dijo Mar, nerviosa.

La profesora la miró con atención.

—Claro. Cierra la puerta.

Mar lo hizo. Y durante los siguientes veinte minutos, lo contó todo. Desde la biblioteca hasta la nota en su casillero. Desde las insinuaciones en clase hasta la amenaza velada en el aula vacía.

La profesora no la interrumpió. Solo escuchó. Anotó cosas en una libreta.

Cuando Mar terminó, se sintió como si hubiera salido de un túnel oscuro. Pero el silencio de la profesora no fue el alivio que esperaba.

—Señorita Miller, comprendo que se encuentre bajo mucho estrés —dijo al fin—. Pero inventar, no mejor dicho fabricar toda una historia contra un profesor, es algo exagerado.

Mar se quedo en blanco. Su corazón latía con fuerza. No sabia como reaccionar, acaso el profesor tenia toda la razón y nadie le creería.

—Pero... pero yo no invente nada —se excuso, poniéndose de pie algo alterada—. Él... él me a amenazado.

—Mar, necesito que respires —respondió con seriedad—. El Señor Martin, nos ha comentado, que has estado sufriendo un abuso por parte de tus compañeros, talvez, es por ello que tu cabeza ha intentado lidiar con ello creando toda esta historia. Pero nosotros te podemos, ayudar. ¿Sí? tranquila, todo estará bien.




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