Entre Clases

Capítulo 5: Cambio de Piel

La transformación no fue súbita. Fue medida. Cuidada. Premeditada.

Mar no se levantó una mañana y decidió cambiarse de piel como una serpiente vieja. No. Fue un proceso más lento, más íntimo. Como quien se quita una capa de polvo con paciencia, descubriendo poco a poco lo que siempre estuvo debajo.

El primer día, eligió una blusa ceñida. De esas que nunca se había atrevido a ponerse fuera de su habitación. La combinó con una falda negra, discreta pero lo suficientemente corta como para no pasar desapercibida. En el espejo, se vio distinta. No más bella, no más fuerte. Solo… visible.

En el campus, las miradas la siguieron. Algunas curiosas. Otras, hambrientas. Lo había previsto. Lo había buscado. Pero cuando entró al aula y sintió los ojos del profesor detenerse en ella —solo un segundo más de lo necesario—, supo que su plan empezaba a funcionar.

Durante días, repitió la rutina. Prendas más arriesgadas. Labios con un toque de color. El cabello suelto, como nunca antes. Pero no era solo estética. Había algo en su postura, en su forma de caminar, en la manera en que respondía en clase, que la hacía parecer invulnerable. Como si supiera algo que el resto no.

Y tal vez así era.

Él la miraba. No siempre. Pero cuando lo hacía, era como si la estuviera descifrando. Como si reconociera que algo había cambiado en ella… y no supiera cómo reaccionar.

Mar lo notaba. Y lo disfrutaba más de lo que quería admitir.

Un jueves por la tarde, mientras hojeaba un libro en el patio, Dante se le acercó. Alto, simpático, estudiante de biología. La había saludado antes, pero esa vez fue distinto. Esa vez, la invitó a salir.

—Solo café. O lo que prefieras —dijo, sonriendo—. Prometo no hablar de bacterias.

Mar se rió. No dijo que sí. Pero tampoco dijo que no. Y ese fue su error.

Al día siguiente, mientras conversaban junto a la fuente, una sombra interrumpió el momento. Una figura alta. Autoridad hecha carne.

—Miller —dijo el profesor, con su voz calma—, necesito hablar contigo. Es urgente.

Ella se giró, confundida.

—Ahora mismo.

Dante se despidió con una sonrisa incómoda. Mar lo siguió hasta la biblioteca. Allí, entre pasillos polvorientos, lo enfrentó:

—¿Cuál es la urgencia?

Él no respondió de inmediato. Se giró, la miró. Esa mirada. Esa condenada forma de clavar los ojos como si perforara su alma.

—¿Qué crees que estás haciendo?

—Tomando un café. O intentando hacerlo. ¿Desde cuándo eso es un crimen?

—Desde que se convierte en provocación.

Ella arqueó una ceja, incrédula.

—¿Provocación para quién?

Silencio.

Mar cruzó los brazos.

—¿Eso te molesta?

—Eres inteligente, Mar. No juegues a ser ingenua.

—No soy ingenua. Pero tú tampoco deberías fingir que esto no te afecta.

El aire se volvió denso. Él se acercó, apenas un paso. Ella no retrocedió.

—No quiero que salgas lastimada —dijo, finalmente.

—Entonces no me sigas.

Y se fue, dejando el eco de sus tacones como un látigo contra el piso de mármol.

Esa noche, en su cuarto, Mar se sentó frente al espejo. No lloró. No se rió. Solo se miró largo rato. La chica en el reflejo ya no era la misma. Y lo sabía.

No estaba jugando con fuego.

Era el fuego.

Y no tenía idea de a quién iba a consumir primero.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.