Era la tarde de un viernes lluvioso cuando el viento fresco entró al salón de español. Ahí estaba él, Marcos Santana, con esos ojos marrones observando el aula con esa expresión tímida que lo caracterizaba. Su cabello oscuro caía ligeramente sobre su frente, y cada vez que hablaba, su voz dulce hacía que cualquiera quisiera escucharlo por horas. Para mí, él era perfecto.
Editado: 03.03.2025