Entre Códigos Perdidos

Capítulo III: La falla del sistema

El zumbido del monitor seguía en su cabeza incluso después de haberlo apagado. Nava despertó como si nunca hubiera dormido del todo. Algo se sentía diferente. No era el frío ni el ruido de la lluvia, sino una especie de vibración interna. Como si su cuerpo supiera algo que su mente aún no procesaba.

El escritorio parecía el mismo de siempre. La máquina se encendió al primer clic, sin el clásico retardo oxidado.
No hubo mensajes. Ni luces extrañas. Pero algo estaba mal.

Abrió el explorador de archivos solo para confirmarlo. Uno de los logs de registro había cambiado de fecha: 3:17 a.m.
Él estaba dormido.
O al menos eso pensaba.

Al revisar los procesos recientes, un nombre destacó como una señal escondida en la maleza: texto _27.txt. Un archivo que no recordaba haber creado. Un archivo extraño, con fecha de modificación futura: 14 de julio, 2025 - 03:18 a.m.

Al leer la fecha futura, algo dentro de él se quebró. No era solo un error en el sistema ni un truco mal hecho: era la misma sensación de cuando el tiempo le había arrebatado lo único que le importaba.
Un día su madre y su hermano estaban con él.
Al siguiente, ya no.
El tiempo los había borrado de un plumazo, igual que ese registro aparecía ahora, recordándole que nada era estable, que todo podía desaparecer sin aviso.

Sintió un mareo, como si el aire se le escapara de golpe. La pantalla titilaba frente a él, pero lo único que escuchó fue un eco en su memoria: la voz de su madre llamándolo por su nombre real.

Ese nombre.

Esa sílaba que prefería olvidar, que había enterrado bajo capas de silencio.

Atravesó la barrera que había construido en su mente, como un disparo.

Se obligó a parpadear, a volver al presente. Cerró el archivo de golpe, respirando con dificultad. La pregunta se clavó en su cabeza como un virus imposible de borrar:
"Si el tiempo puede alterar lo que aún no existe… ¿qué más puede desaparecer sin dejar rastro?"

Apenas lo abrió, el texto parpadeó. Como si supiera que estaba siendo observado:

Un nombre olvidado puede ser una llave.
Una llave puede abrir más de una celda.
Los que oyen demasiado, no siempre ven.
Y los que ven demasiado… no siempre sobreviven.

Intentó copiar el contenido, pero se eliminó de inmediato. Como si nunca hubiera estado ahí.

Abel se le acercó más tarde, cuando ya desayunaban pan duro y leche con grumos.
—No dormiste bien, ¿verdad? —dijo sin mirarlo.

Nava no respondió. Solo empujó con la cuchara lo que quedaba del pan mojado.
—¿Tú sabías lo que iba a pasar si abría esa carpeta? —soltó sin miramientos.

Abel bajó la cuchara con lentitud. No se alarmó. Ni se rió. Solo habló bajo, sin levantar la vista.
—No todas las puertas tienen picaporte por dentro.

Nava lo observó con el entrecejo fruncido. No sabía si eso era una advertencia, una confesión o simplemente otra de esas frases evasivas con las que Abel solía responder a lo que se consideraba prohibido.

Esa misma tarde, cuando ya los demás hacían ruido jugando con un balón desinflado en el patio, Nava volvió al aula con pretexto de limpiar los escritorios. Pero su plan era otro.

Abrió la máquina y fue directo a los protocolos internos del sistema. Navegó hasta encontrar rastros de conexión anómalos. Ahí estaba: una IP interna que no correspondía a nada registrado en el orfanato. Un acceso de dos segundos a una red cifrada que… no debería existir.

El corazón se le aceleró. Intentó hacer ping a la dirección, obtener información. Y la respuesta fue instantánea:
"Esto no es para ti. Aún."

Tres segundos después, la conexión se cortó sola. Todo quedó en blanco.

Esa noche, escribió en su cuaderno una sola frase:
"Hay códigos que no buscan ser descifrados. Solo buscan ser vistos por la persona correcta."

Cerró el cuaderno. Lo guardó bajo la tabla suelta del piso, como siempre. Pero esta vez notó algo.
La tabla estaba mal colocada. Apenas dos centímetros desplazada. Nadie más sabía de ese escondite.

Miró alrededor. Las camas. Las sombras. Las respiraciones. Todos parecían dormir.
Pero por primera vez en semanas, dudó si estaba realmente solo.




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