Entre colinas y secretos

Capítulo 2: Tardes en el lago

El lago Loch Ailean siempre había sido su refugio.
Un espejo de agua entre colinas cubiertas de brezo, donde el viento olía a hierba y las gaviotas pasaban como flechas blancas sobre la superficie. Ahí, entre el rumor del agua y los árboles torcidos por el invierno, Sebastián y Tomás aprendieron lo que era la amistad.

Eran apenas unos niños cuando comenzaron a ir juntos después del colegio.
Tomás llevaba una pelota vieja bajo el brazo y Sebastián un cuaderno de dibujo lleno de garabatos. Mientras uno corría detrás del balón, el otro se sentaba en la orilla y dibujaba las montañas que se reflejaban en el lago.

—¿Por qué no juegas conmigo? —preguntaba Tomás, dejando la pelota a un lado.

—Porque siempre pierdo —respondía Sebastián con una sonrisa tímida.

—No importa —decía él, sentándose junto a su amigo—. Si pierdes, te invito un helado.

Y así pasaban las tardes, riendo por tonterías, lanzando piedras al agua, hablando de lo que querían ser cuando crecieran. Tomás soñaba con viajar por el mundo; Sebastián, con escribir un libro sobre su pueblo.

Con los años, esos juegos se transformaron en largas conversaciones bajo el cielo púrpura del atardecer.
A veces hablaban de cosas simples —exámenes, partidos, profesores—, y otras veces, sin darse cuenta, hablaban del futuro.

—¿Crees que seguiremos siendo amigos cuando seamos grandes? —preguntó Tomás una tarde, mirando su reflejo en el agua.

—Claro que sí —respondió Sebastián, sin dudarlo—. Siempre.

Tomás sonrió y lo miró con esa mezcla de ternura y confianza que siempre le desarmaba.
En ese momento, Sebastián no lo entendía. No sabía por qué su corazón latía más rápido cuando Tomás lo miraba así.
Solo sentía que su mundo entero estaba en ese lago, en ese amigo, en esa promesa.

Pero el tiempo no se detiene.
Los años siguieron corriendo, el lago fue testigo de risas, discusiones, silencios y secretos que ninguno se atrevió a confesar.

Una tarde, mientras el sol se escondía tras las colinas, Sebastián abrió su cuaderno y escribió una sola frase:

“Cuando estoy contigo, incluso el silencio tiene sentido.”

Guardó el cuaderno antes de que Tomás pudiera verlo.
Y mientras el viento movía el agua, Sebastián comprendió algo que no tenía nombre todavía:
que el amor puede nacer sin permiso, suave como la brisa, silencioso como el reflejo del cielo en el lago.




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