Entre colinas y secretos

Capítulo 3: Algo cambia

El verano llegó al pueblo de Inverbrae con un sol tímido y un aire cargado de flores silvestres. Los días se alargaban, los turistas llenaban las calles de piedra, y en el colegio todos hablaban del festival del lago, el evento más esperado del año.

Sebastián no podía negar que disfrutaba aquella época. Pero ese año algo era distinto.
Ya no era el niño que dibujaba montañas mientras su mejor amigo jugaba al fútbol. Ahora, cada vez que miraba a Tomás, algo en su pecho se apretaba sin razón.

Lo notó una tarde cualquiera, cuando estaban en el campo de deportes.
Tomás se quitó la chaqueta y el viento le despeinó el cabello. Reía, como siempre, mientras corría detrás del balón. Sebastián lo miraba desde la cerca, con un libro abierto que no estaba leyendo.

Era el mismo Tomás de siempre, pero ya no lo veía igual.
Y aunque intentaba convencerse de que era solo admiración, su corazón lo traicionaba con cada latido.

—Seb, ¿por qué no juegas? —gritó Tomás desde el campo, levantando la mano.
—Ya sabes que no soy bueno —respondió él, sonriendo para ocultar su nerviosismo.

Tomás se acercó, sudando y con la camiseta pegada al cuerpo.
—No importa si ganas o pierdes. Lo divertido es jugar. —Le lanzó la pelota con fuerza, y Sebastián apenas logró atraparla.

Sus manos se rozaron por un segundo.
Fue un contacto leve, insignificante para cualquiera… pero para Sebastián, ese roce fue un relámpago que le atravesó el alma.

—¿Estás bien? —preguntó Tomás, riendo—. Te pusiste rojo.

—Sí, es el sol —mintió, apartando la mirada.

Esa noche, mientras todos dormían, Sebastián abrió su cuaderno.
Escribió sin pensar, como si las palabras salieran solas:

“Algo cambió, y no sé cuándo.
Ya no puedo mirarte sin que me tiemble el corazón.”

Cerró el cuaderno, guardándolo bajo la almohada.
Sabía que no debía sentir lo que sentía. En un pueblo pequeño como Inverbrae, donde todos se conocían, amar así era un secreto peligroso.

Al día siguiente, en clase, Tomás se sentó junto a él. Le sonrió con la misma calidez de siempre, hablándole de cosas simples: el próximo partido, las vacaciones, los planes para el verano.
Y Sebastián solo podía pensar en lo cerca que estaba… y en lo imposible que parecía su amor.

Porque aunque el sol brillara sobre las colinas, dentro de él empezaba a llover.




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