Entre colinas y secretos

Capítulo 4: La fiesta del colegio

El gimnasio del colegio se había transformado aquella noche.
Las luces colgaban del techo como luciérnagas, la música sonaba entre risas y pasos torpes, y el olor a dulces recién horneados llenaba el aire. Era la fiesta de fin de curso, el momento más esperado antes de las vacaciones.

Sebastián no quería ir.
No le gustaban las fiestas ni los grupos grandes; prefería su habitación, su cuaderno, y el silencio de las madrugadas.
Pero Tomás insistió tanto que no pudo negarse.

—Vamos, Seb. No puedes pasar toda la vida escondido entre libros —le dijo aquella tarde, empujándolo suavemente—. Solo será una noche.

Y ahí estaba, con una camisa que su madre le había planchado y el corazón temblándole por dentro.

Desde la esquina del salón, lo vio llegar.
Tomás, con su chaqueta azul, riendo con un grupo de amigos. Su sonrisa era la misma de siempre, pero algo en ella brillaba más bajo las luces del gimnasio.

Sebastián lo observó sin atreverse a acercarse.
Hasta que una voz dulce interrumpió su pensamiento.

—¿Eres Sebastián, verdad? —preguntó una chica de cabello castaño y ojos verdes.
—Sí… —respondió sorprendido.
—Soy Elena. Tomás me habló de ti. Dijo que eras su mejor amigo.

El nombre le cayó como un suspiro que no sabía si era dulce o amargo.
Sonrió con educación, aunque por dentro sentía un nudo extraño.

Unos minutos después, Tomás se acercó.
—¡Seb! Te presento a Elena. Está en la otra sección, pero la conocí esta semana. —Su sonrisa era amplia, genuina, ilusionada.

Sebastián asintió, fingiendo alegría.
—Encantado.

La música cambió a una melodía más lenta, y algunos comenzaron a bailar.
Elena miró a Tomás con timidez.
—¿Bailas conmigo?

Tomás dudó un segundo, pero luego asintió.
Sebastián los vio moverse bajo las luces amarillas, girando entre risas y promesas que aún no entendía.
Y ahí, entre la multitud, supo que la distancia entre ellos acababa de crecer.

Salió del gimnasio sin que nadie lo notara.
El aire fresco de la noche lo golpeó al salir, y caminó hasta la colina detrás del colegio. Desde ahí, podía ver las luces del pueblo y escuchar la música lejana.

Sacó su cuaderno del bolsillo y escribió, con la mano temblando:

“Hoy comprendí que no basta con querer.
Que a veces el amor llega tarde, o a la persona equivocada.”

La lluvia empezó a caer, suave, como si el cielo llorara con él.
Y mientras las gotas mojaban el papel, Sebastián cerró los ojos, deseando que el sonido del agua borrara la imagen de Tomás bailando con Elena.




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