El invierno llegó a Inverbrae con un viento cortante y días cortos que parecían interminables.
La lluvia se mezclaba con la escarcha y cubría las calles de un gris melancólico. Para Sebastián, aquel invierno se sentía más largo que nunca, porque cada día que pasaba sin confesar sus sentimientos hacía que su corazón se sintiera más pesado.
Tomás y Elena se habían vuelto inseparables. Caminaban juntos al colegio, compartían risas en la cafetería y discutían planes para las vacaciones.
Sebastián los veía desde la distancia, ocultando su dolor tras un semblante tranquilo, mientras en su interior cada sonrisa de Tomás le atravesaba el pecho.
En clase de literatura, Sebastián estaba concentrado en su cuaderno, escribiendo poemas que solo él leería jamás.
“El viento me habla de ti,
pero no me deja decir tu nombre.
Te miro y el mundo se rompe,
y sigo sonriendo aunque duela.”
Cuando Tomás se acercaba para mostrarle un trabajo, Sebastián sentía que el aire se volvía más denso, como si cada respiración fuera un recordatorio de lo que no podía tener.
—Seb, mira esto —dijo Tomás, mostrando un dibujo que había hecho en su cuaderno—. ¿Qué te parece?
Sebastián forzó una sonrisa.
—Está genial. Siempre tienes talento.
Por la noche, Sebastián caminaba por las colinas cubiertas de nieve, el cuaderno bajo el brazo y la bufanda ajustada al cuello. El silencio del pueblo dormido le daba cierta calma, pero no podía evitar pensar en Tomás y Elena, en sus risas y planes, en lo que él no podía compartir con nadie.
En una tarde particularmente fría, Sebastián decidió acercarse al lago que tanto había marcado su infancia.
Se sentó en una roca cubierta de nieve y observó cómo el agua reflejaba un cielo gris.
Se dio cuenta de algo doloroso: ya no era solo amistad lo que sentía por Tomás.
Era amor puro y absoluto, y no podía negarlo más.
Escribió en su cuaderno, dejando que las palabras fluyeran como la nieve que caía:
“Te amo en silencio,
te amo en cada hoja que escribo,
te amo en cada instante que me alejo para no herirte.
Pero duele.
Duele verte con ella y no poder decírtelo.”
El tiempo pasó, y el invierno pareció eterno. Cada día era una lucha:
Sonreír cuando Tomás hablaba de Elena.
Reír en las reuniones del colegio sin que nadie notara la tristeza en sus ojos.
Soportar los abrazos y la cercanía que antes le llenaban de alegría, ahora llenaban de deseo y pena.
Pero a pesar de todo, Sebastián comenzó a entender algo importante:
El amor no siempre se trata de ser correspondido de inmediato.
A veces, es paciencia, respeto y coraje. Y aunque su corazón doliera, sabía que algún día tendría que enfrentarse a lo que sentía.
El invierno fue largo, frío y silencioso, pero también llenó a Sebastián de fuerza invisible, esa que solo nace de los secretos que guardamos y los sentimientos que nos atrevemos a sostener en el corazón.
Cuando la primera flor de primavera asomó entre la nieve derretida, Sebastián cerró su cuaderno y sonrió débilmente.
“Sobreviví al invierno.
Sobreviviré al miedo.
Y algún día, Tomás… te diré la verdad.”
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Editado: 25.10.2025