El verano empezaba a asomarse tímidamente en Inverbrae, con días más largos y cielos despejados que iluminaban las colinas y el lago. Para Sebastián, sin embargo, la belleza del paisaje parecía mezclarse con la tormenta silenciosa que llevaba dentro.
Esa tarde, Tomás lo invitó a caminar por el sendero detrás del colegio, un lugar donde solían pasar horas hablando de cualquier cosa cuando eran niños. Elena estaba ocupada con un proyecto, y Sebastián aceptó, aunque con un nudo en el estómago.
—Es raro sin ella, ¿verdad? —dijo Tomás, intentando romper el hielo mientras caminaban lado a lado—. Siempre hemos estado los tres juntos.
—Sí… —respondió Sebastián, mirando el horizonte—. Extraño esos días.
Se hicieron silencios cómodos, recuerdos que hablaban más que las palabras. Sebastián se dio cuenta de algo que no podía negar: cada instante cerca de Tomás hacía que su corazón latiera más rápido, y la distancia se sentía insoportable.
Tomás se detuvo y lo miró directamente a los ojos, con una expresión seria pero cálida.
—Seb… ¿alguna vez has sentido algo por alguien y no sabes cómo decirlo? —preguntó, inocente, mientras su mirada lo atravesaba sin que Sebastián pudiera apartar los ojos.
Sebastián tragó saliva, intentando que su corazón no se escapara del pecho.
—Sí… —respondió con voz baja, sabiendo que no podía confesar lo que realmente sentía.
Tomás sonrió suavemente y dio un paso más cerca.
—A veces es mejor decirlo, aunque duela. Guardarlo no hace que desaparezca.
Sebastián apenas pudo respirar. Estaba a un paso de la persona que amaba, y cada palabra de Tomás lo acercaba y lo torturaba al mismo tiempo.
“Si tan solo supieras que hablo de ti…” —pensó, con los puños ligeramente apretados—.
Decidió hablar, pero no de su amor.
—Tienes razón. A veces duele… pero hay cosas que no se pueden decir —dijo, intentando sonar natural.
Tomás asintió, satisfecho con la conversación, sin saber que Sebastián estaba confesando a medias su corazón con cada mirada que no podía evitar.
Cuando regresaron al pueblo, Sebastián caminaba detrás, con la mente llena de emociones y sentimientos que se habían intensificado.
Esa noche, en su cuaderno, escribió:
“Hoy estuvo cerca.
Hoy sentí que podía decirlo todo…
y aún así me contuve.
Mi corazón habla y mi boca calla.
Pero algún día, Tomás… sabrás la verdad.”
Aunque no hubo confesión explícita, Sebastián comenzó a reconocer sus propios deseos y la profundidad de su amor.
Sabía que el camino sería difícil, pero por primera vez sentía que estaba más cerca de enfrentarlo.
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Editado: 25.10.2025