Entre Copas y Letras

I. Ecos de Dos Mundos

Mariana se despertaba todos los días con el mismo sonido: las gaviotas graznando al amanecer. El pequeño pueblo costero donde había vivido toda su vida despertaba lentamente a esa hora. Las calles aún desiertas, el aire impregnado del olor del mar, y la suave brisa que cruzaba por las ventanas de su modesto apartamento. Mariana respiraba profundamente mientras se estiraba en su cama, sus músculos aún tensos por las largas horas que pasaba en El Faro, su pequeño bar.

Llevaba casi diez años siendo la dueña de ese lugar, y aunque había días en los que se sentía atrapada en la monotonía, algo en el bar le daba una sensación de pertenencia. Allí no había pretensiones. Sus clientes eran como una familia no oficial: pescadores, campesinos, y turistas perdidos que buscaban una cerveza fría y una conversación sencilla. Era el tipo de vida que Mariana siempre había conocido, y aunque alguna vez soñó con explorar más allá del horizonte del pueblo, la vida le enseñó que este rincón del mundo era todo lo que necesitaba.

Mariana era una mujer de carácter fuerte. Su apariencia tomboy—camisas de cuadros, jeans desgastados, y botas de trabajo—reflejaba su espíritu. Directa, sincera, y amable en su propio modo, no era del tipo que toleraba tonterías ni a personas que querían aparentar más de lo que eran. Su vida había sido sencilla, pero con sus propias complicaciones. Aunque era abierta sobre su orientación sexual, eso no había sido fácil en un pueblo tan pequeño. Pero con el tiempo, la gente había aprendido a respetarla, y ella, a respetarse a sí misma.

Había pasado por algunos amores, todos fugaces y ninguno lo suficientemente profundo como para quedarse. Estaba acostumbrada a su independencia, a la rutina que le daba seguridad. En los días tranquilos, cuando no había mucho que hacer en el bar, solía sentarse en la barra con una taza de café fuerte y dejar que la música del viejo tocadiscos llenara el silencio. Era en esos momentos, cuando el mundo se quedaba quieto, que a veces se preguntaba si, después de todo, había algo más para ella. Algo que rompiera la quietud de su vida solitaria.

A kilómetros de distancia, en el bullicio de la ciudad, Camila Santos tenía una vida completamente diferente. El sonido del tráfico, el ritmo frenético del metro y los flashes de las cámaras eran parte de su día a día. Famosa por sus novelas románticas lésbicas, Camila había construido una carrera exitosa. Sus libros habían vendido miles de copias, y sus lectores la admiraban por su habilidad para capturar los matices del amor entre mujeres. Pero lo irónico de su vida es que, mientras escribía historias llenas de pasión y romance, nunca había experimentado ese tipo de amor en su propia piel.

Camila había estado comprometida con un hombre durante los últimos tres años. Un compromiso que, más que un reflejo de amor, había sido una transacción conveniente. Él la admiraba por su éxito, y ella se sentía segura en la estabilidad que él le ofrecía. Sin embargo, algo siempre había faltado. Camila sabía que sus libros hablaban de una verdad que ella misma no había vivido: un amor entre dos mujeres que se desbordara de la página y la consumiera en la realidad. Pero, como muchos, había dejado que el miedo y las expectativas ajenas moldearan su vida.

La ruptura con su prometido había sido el punto de quiebre. Él la dejó, cansado de ser una sombra en su vida pública y harto de sentir que, en lo profundo, Camila nunca había estado completamente comprometida con él. Para ella, la separación fue una mezcla de alivio y fracaso. Alivio, porque finalmente se sentía libre de una relación que no la satisfacía. Y fracaso, porque a sus treinta y tantos años, aún no había descubierto qué era lo que realmente quería en el amor.

Cuando decidió regresar a su ciudad natal, el pequeño pueblo costero donde había crecido, Camila lo hizo buscando refugio. Quería escapar del caos de la ciudad y de las miradas inquisitivas de la prensa. Nadie en el pueblo se preocupaba por quién era o qué escribía. Podía ser simplemente Camila, una mujer intentando reconectar consigo misma. Y, aunque lo que buscaba era calma, el destino parecía tener otros planes.

Era una tarde tranquila en el pueblo cuando Camila llegó. El sol ya comenzaba a ponerse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos mientras las olas del mar rompían suavemente contra la orilla. Caminó sin rumbo durante un rato, recordando los rincones de su infancia, sintiendo una extraña mezcla de nostalgia y melancolía. No esperaba encontrar nada en particular, pero al pasar frente a un pequeño bar, sintió la necesidad de entrar. Quizás era la atmósfera relajada o el hecho de que no quería estar sola en ese momento, pero algo la impulsó a cruzar la puerta.

El tintineo de la campanilla sobre la puerta hizo que Mariana levantara la mirada desde la barra. Estaba limpiando unos vasos cuando vio entrar a una mujer que, desde el primer momento, le pareció fuera de lugar. Mariana sabía reconocer a las personas del pueblo, y esa mujer no pertenecía a ese entorno. Su chaqueta de cuero y sus tacones altos la delataban como alguien que venía de otro mundo.

Camila, por su parte, apenas había puesto un pie en el bar cuando sintió las miradas sobre ella. Pero fue la de Mariana la que más la incomodó. La mujer detrás de la barra, con su expresión estoica y su apariencia ruda, la miraba como si pudiera ver a través de todas sus defensas.

—Hola —dijo Camila, quitándose las gafas de sol con un gesto algo nervioso—. ¿Tienes vino?

Mariana la observó en silencio durante un par de segundos. Algo en la actitud de aquella mujer la irritaba. Quizás era la manera en que se plantaba en el centro del bar, como si esperara que el mundo girara a su alrededor. O tal vez era el simple hecho de que, en su pequeño refugio de rutina, alguien nuevo y diferente rompiera con la calma.



#5107 en Novela romántica

En el texto hay: romance, lesbica, lgbt+

Editado: 12.01.2025

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