Mariana nunca había sido de las que celebraban San Valentín con grandes gestos, pero este año era diferente. Este año tenía a Camila. Y con ella, todo se sentía más intenso, más significativo. Sabía que un simple regalo no bastaría, así que decidió hacer algo inolvidable: llevarla a París.
Pasó semanas organizándolo todo en secreto, asegurándose de que cada detalle fuera perfecto. Cuando por fin llegó el día, fue a casa de Camila con un sobre en la mano y una sonrisa traviesa.
—Empaca lo necesario —le dijo—, nos vamos a París.
Camila la miró con los ojos muy abiertos, sin saber si estaba bromeando o si realmente había escuchado bien.
—¿París? —repitió, aún sin procesarlo—. ¿Nosotras?
Mariana asintió con aire despreocupado, aunque por dentro estaba impaciente por ver su reacción.
—Sí, nosotras. Y antes de que preguntes, sí, ya lo tengo todo planeado, y no acepto un no como respuesta.
Camila dejó escapar una risa llena de incredulidad y emoción antes de lanzarse a sus brazos.
—Estás completamente loca —susurró contra su cuello.
—Un poco —admitió Mariana—, pero por ti.
El viaje fue un torbellino de emociones. Desde el momento en que subieron al avión, no dejaron de sonreírse la una a la otra, de buscarse con caricias furtivas y miradas cómplices. Al aterrizar en París, la ciudad las recibió con un cielo dorado por el atardecer, y Camila sintió que estaba viviendo un sueño.
Se hospedaron en un hotel con una vista privilegiada a la Torre Eiffel, y al llegar a la habitación, Camila se quedó en el balcón, observando la ciudad iluminada con una expresión de asombro.
—Es más hermoso de lo que imaginé —murmuró
—Te dije que te gustaría —respondió Mariana, abrazándola por detrás y apoyando el mentón en su hombro.
Pasaron los días recorriendo la ciudad como dos enamoradas sin prisa. Desayunaban en pequeñas cafeterías, compartiendo croissants y café mientras observaban a la gente pasar. Caminaron por los Campos Elíseos, visitaron el Museo del Louvre y pasaron una tarde en Montmartre, donde un artista callejero las convenció de que se dejaran retratar juntas. Mariana insistió, y aunque Camila se hizo la difícil al principio, no pudo resistirse cuando Mariana la miró con esos ojos llenos de amor.
Pero la verdadera sorpresa llegó la noche de San Valentín. Mariana había planeado algo especial, algo que Camila jamás olvidaría.
Después de una cena elegante en un restaurante con vista al Sena, caminaron tomadas de la mano hasta un parque cercano a la Torre Eiffel, donde las luces titilaban con un resplandor casi mágico. Era un lugar apartado, lejos del bullicio de los turistas, solo para ellas.
Mariana se detuvo y tomó ambas manos de Camila entre las suyas.
—¿Por qué me miras así? —preguntó Camila, notando la seriedad en su expresión.
—Porque quiero decirte algo, y necesito que me escuches con atención.
Camila asintió, su corazón latiendo con fuerza.
—Desde que entraste en mi vida, todo cambió —comenzó Mariana—. Nunca creí en las historias de amor perfectas. Siempre pensé que esas cosas solo pasaban en los libros... en los tuyos. Pero entonces llegaste tú, con tus sonrisas tímidas y tus discusiones sin sentido, con tu forma de mirarme como si vieras más allá de lo que muestro al mundo.
Camila abrió los labios para hablar, pero las emociones se le agolparon en la garganta, dejándola sin voz.
—El primer día que entraste en mi bar, te reconocí al instante. Y en lugar de acercarme a ti, de decirte lo mucho que te admiraba, lo que hiciste sentir en mí, te alejé. Actué como una idiota porque no sabía cómo manejar lo que me provocabas.
Mariana sonrió y, con un suspiro, sacó una pequeña caja de terciopelo de su abrigo.
Camila contuvo la respiración.
—Este anillo no es una propuesta de matrimonio... aún —dijo Mariana con una sonrisa traviesa—. Pero quiero que sea una promesa. La promesa de que lo que tenemos es real, de que este es solo el inicio de todo lo que nos queda por vivir. Y te prometo, Camila, que cuando llegue el momento adecuado, este será solo el primer anillo de muchos que compartirás conmigo.
Las lágrimas se desbordaron por los ojos de Camila, pero esta vez eran de felicidad. Dejó que Mariana tomara su mano y deslizara el anillo en su dedo, sintiendo cómo su corazón latía desbocado.
—Es hermoso —susurró.
Mariana sonrió con alivio.
—Entonces... ¿eso significa que aceptas mi promesa?
Camila no respondió con palabras. En su lugar, se inclinó hacia ella y la besó. Un beso profundo, sincero, lleno de todas las emociones que había contenido durante tanto tiempo. Se aferró a Mariana como si el mundo pudiera desaparecer en ese instante, sintiendo que, por primera vez, su historia de amor tenía el final feliz que siempre había escrito para sus personajes.
Cuando se separaron, Mariana apoyó su frente contra la de Camila y susurró:
—Feliz San Valentín, amor.
Esa noche, bajo las luces de París, supieron que lo que tenían era más grande que cualquier historia.
Era real.
Era solo el comienzo.