Mariana no podía borrar la sonrisa de su rostro mientras conducía su motor de regreso al bar esa noche. El aire fresco golpeaba su rostro, pero el calor del beso de Camila seguía ardiente en sus labios. Era absurdo cómo algo tan simple podía removerle tantas emociones, pero ahí estaba, repasando cada segundo, desde el nerviosismo en la mirada de Camila hasta la forma en que sus labios encajaron, como si ese momento hubiera estado esperando por ambas durante días.
Llegó al bar y dejó caer las llaves en la barra antes de sentarse en una de las sillas altas. Desde el fondo, Pablo salió cargando un par de cajas de botellas. Al verla, arqueó una ceja.
—¿Qué te pasa? ¿Te atropelló Cupido en el camino?
Mariana lo miró sin decir nada, pero su sonrisa delató todo.
—No puede ser —dijo Pablo, dejando las cajas y acercándose con los brazos cruzados—. ¿De verdad pasó?
—Tal vez. —Mariana intentó sonar despreocupada, pero el rubor en sus mejillas lo hacía inútil.
Pablo soltó una carcajada. —Sabía que terminarías cayendo. Y déjame adivinar, ahora estás en modo “no sé qué hacer con mis sentimientos”.
—Cállate. —Mariana tomó una de las servilletas de la barra y se la lanzó, pero incluso ella sabía que tenía razón.
—Bueno, al menos dime si fue un buen beso.
Mariana apoyó los codos en la barra y suspiró, con una sonrisa boba en los labios. —Fue... increíble. Mejor de lo que imaginé.
—¡Eso es todo lo que necesitaba saber! —Pablo dio un aplauso antes de volver a sus cajas—. Pero ahora viene lo difícil: ¿qué vas a hacer?
Mariana se quedó en silencio. Esa era la pregunta del millón. Quería acercarse más a Camila, pero sabía que debía ir con cuidado. Camila era como una gatita asustada: un paso en falso, y correría en dirección contraria.
Mientras tanto, en la casa de los padres de Camila, las luces de su habitación seguían encendidas mucho después de la medianoche. Camila estaba sentada en la cama con las rodillas recogidas, abrazando un cojín mientras miraba su teléfono. Había intentado distraerse viendo videos de recetas y leyendo reseñas de libros, pero cada vez que cerraba los ojos, lo único que veía era el rostro de Mariana acercándose al suyo.
El beso había sido todo lo que no esperaba: suave, cálido, y completamente desconcertante. Había algo en Mariana que la hacía sentir cosas que no entendía del todo, y eso la aterraba. Nunca había estado con una mujer, nunca había considerado siquiera la posibilidad, pero ahora todo parecía posible y, al mismo tiempo, abrumador.
Ana, su hermana, abrió la puerta sin tocar, como de costumbre, y se asomó con una sonrisa pícara.
—¿Qué haces despierta tan tarde? ¿Pensando en alguien en especial?
—¡Ana! —Camila lanzó el cojín hacia la puerta, pero Ana lo esquivó fácilmente.
—Vamos, dime la verdad. ¿Qué pasó? Porque llegaste a casa con una cara que no sé si era de felicidad o de confusión.
Camila se hundió más en las sábanas, cubriéndose hasta el cuello. —No pasó nada.
—Eso no te lo crees ni tú. —Ana entró y se sentó al borde de la cama—. ¿Fue Mariana?
El silencio de Camila fue todo lo que Ana necesitó para confirmar sus sospechas.
—¡Lo sabía! —exclamó, dándole un pequeño empujón a su hermana—. Vamos, dime. ¿Fue un beso?
Camila asintió lentamente, evitando la mirada de Ana.
—¡Por fin! —Ana levantó las manos al cielo como si acabara de ganar la lotería—. Estuve esperando esto desde que llegaste al pueblo. ¿Y ahora qué?
—No lo sé, Ana. Todo esto es nuevo para mí. Me siento... confundida.
Ana la miró con ternura antes de abrazarla. —Es normal. Pero no dejes que el miedo te haga huir. Mariana parece una buena persona, y si hay algo entre ustedes, vale la pena explorarlo.
Camila suspiró. Las palabras de Ana tenían sentido, pero su mente seguía llena de dudas.
Los días siguientes fueron un torbellino en el pueblo mientras todos se preparaban para la feria. Las calles estaban llenas de actividad: puestos siendo decorados, luces siendo colgadas, y el aroma de comida callejera comenzaba a llenar el aire. Mariana estaba en su elemento, organizando cada detalle de su puesto con la ayuda de Pablo. Sin embargo, cada vez que veía a Camila en la distancia, no podía evitar que su corazón latiera más rápido.
Camila, por su parte, hacía todo lo posible por evitar a Mariana. No porque no quisiera verla, sino porque cada vez que lo hacía, sentía que sus pensamientos se desordenaban aún más. Sin embargo, el destino tenía otros planes.
Mariana respiró hondo mientras observaba a Camila desde la distancia. Todos corrían de un lado a otro, ultimando detalles para los puestos y las decoraciones. Sin embargo, la única constante en la mente de Mariana era la forma en que Camila la había estado evitando.
No podía negar que el beso había significado algo para ella, algo que no estaba lista para admitir por completo, pero el comportamiento distante de Camila estaba comenzando a desgastarla. Era como si la conexión que habían compartido esa noche se hubiera desvanecido bajo la luz del día.
La encontró finalmente cerca de un puesto de dulces, ayudando a Ana a colgar algunas banderolas de colores. Camila estaba enfocada, evitando cualquier contacto visual con Mariana, aunque sabía perfectamente que estaba ahí.
Mariana se acercó lentamente, ajustando su chaqueta de cuero con una mano y ensayando mentalmente lo que iba a decir. No era fácil para ella mostrarse vulnerable, así que, como siempre, decidió recurrir a su escudo favorito: el sarcasmo.
—Oye, Camila —dijo, intentando sonar casual, aunque su voz llevaba un matiz de dureza que no planeó.
Camila levantó la vista por un momento, sus ojos encontrándose brevemente con los de Mariana antes de volver a su tarea.
—¿Qué necesitas, Mariana? Estoy un poco ocupada.
Mariana sintió cómo esas palabras le daban un pequeño golpe en el pecho, pero no dejó que se notara. En cambio, cruzó los brazos y se inclinó ligeramente hacia un lado.