Entre Copas y Letras

XII. Un beso pendiente

El bullicio en el pueblo aumentaba con cada día que pasaba. La feria anual estaba a la vuelta de la esquina, y todos, desde los más pequeños hasta los más grandes, se encontraban en modo preparación. Las calles se adornaban con banderas de colores, puestos de comida comenzaban a instalarse a lo largo de las plazas, y el aire estaba impregnado con una mezcla de entusiasmo y nerviosismo. Camila no era una excepción, pero a pesar de los colores brillantes y la música alegre, su mente seguía ocupada por una sola persona: Mariana.

Habían pasado varios días desde aquel beso, ese que dejó a Camila con el corazón desbocado y una maraña de emociones difíciles de descifrar. Había querido convencerse de que no significaba nada, que solo había sido un impulso del momento, una chispa que se apagó tan rápido como se encendió. Pero no podía.

Cada vez que cerraba los ojos, revivía la sensación de los labios de Mariana sobre los suyos, la forma en que la sujetó, la intensidad con la que la besó. Fue algo real… ¿o solo lo había imaginado?

Pero más que el beso en sí, lo que realmente la atormentaba eran las palabras de Mariana después.

"No lo tomes tan en serio, Camila. Solo estoy jugando."

Aquella frase la había golpeado más fuerte de lo que quiso admitir. ¿Jugando? ¿Era eso todo para ella? ¿Un simple juego?

Camila quería creer que Mariana solo estaba fingiendo desinterés, que se estaba protegiendo detrás de su actitud despreocupada. Pero también existía la posibilidad de que realmente no le importara, que para ella solo fuera algo pasajero, un momento de diversión sin ninguna otra intención.

Y si era así, ¿qué estaba haciendo Camila atormentándose con esto? ¿Por qué sentía ese nudo en el pecho cada vez que lo pensaba?

Suspiró y cerró los ojos, intentando ordenar sus pensamientos. Pero era inútil.

Porque, por mucho que intentara negarlo, el beso sí había significado algo para ella. Y aunque Mariana dijera lo contrario, Camila no podía dejar de preguntarse si, en el fondo, para ella también.

Ana, por otro lado, estaba decidida a hacer que su hermana se moviera un poco de esa zona de confort en la que se había instalado. La invitó a tomar algo al bar de Mariana, sin imaginar lo que iba a suceder después.

—¿Y por qué, precisamente, el bar de Mariana? ¿No hay otro lugar? —preguntó Camila, con un déje de fastidio en la voz.

—Vamos, Camila, sabes que este pueblo es pequeño. Es el único sitio donde sirven alcohol… bueno, hay otros, pero ninguno como El Faro —respondió Ana —Vamos, Camila, necesitas despejarte. Ya basta de quedarte en casa dándole vueltas a lo que sucedió. Además, con todos estos preparativos para la feria, ¡sería un crimen quedarnos en casa!

Camila, que había estado medio distraída observando cómo se montaba el escenario de la feria frente a su ventana, levantó la vista con una sonrisa forzada.

—No sé, Ana. Siento que todo está demasiado... ¿cómo decirlo? ¿Raro? Como si las cosas no fueran a encajar.

Ana la miró con paciencia y luego cruzó los brazos.

—Deja de pensar tanto, solo ven y diviértete. Te prometo que no te arrepentirás. Además, con todos esos chicos que van a estar en el bar, quizás encuentres algo que te distraiga.

Camila se cruzó de brazos y la miró con una expresión escéptica.

—¿Así que ahora quieres que me distraiga con chicos? Sabes que no es mi estilo.

Ana sonrió con picardía.

—No, no te preocupes, no te voy a poner en una cita. Solo quiero que tomes un respiro. Y si encuentras a alguien interesante... quién sabe.

Camila levantó una ceja, dudando, pero al final cedió.

—Está bien, vamos. Pero solo porque no quiero que me sigas acosando.

Ana sonrió triunfante.

El bar estaba lleno de gente. El ambiente vibraba con la música animada y el sonido de las conversaciones de fondo. Camila se sentó en una esquina, alejada de la multitud, mientras observaba con cierta distancia todo lo que sucedía a su alrededor. No podía evitar sentirse algo nerviosa por la presencia de Mariana. Sabía que estaba cerca, pero no la veía por ningún lado.

Ana había desaparecido con algunos amigos, dejándola sola, y Camila se sentó frente a un vaso con su bebida, perdida en sus pensamientos. La noche parecía tranquila, hasta que una figura apareció frente a ella.

Laia, una joven arquitecta que estaba de paso por el pueblo y, por alguna razón, había escuchado hablar de Camila, se acercó con una sonrisa cautivadora.

—¿Camila Moreno, la escritora? —preguntó, mostrando una gran admiración.

Camila levantó la mirada, sorprendida por la pregunta. Ya estaba acostumbrada a ser reconocida fuera de su círculo cercano.

—Sí, soy yo —respondió con una ligera sonrisa, algo incómoda.

Laia se sentó junto a ella, sin esperar mucho permiso.

—Es un honor conocerte. Soy fan de tus libros, de verdad. Me encanta cómo capturas la esencia de tus personajes, sobre todo en tu última novela.

Camila sonrió tímidamente. La conversación fluyó entre ellas, aunque Camila se sentía algo distante. No podía dejar de pensar en Mariana y en lo que había sucedido entre ellas, y Laia, por más encantadora que fuera, no conseguía quitarle la mente de la otra mujer.

Laia parecía captar la tensión de Camila y, con una sonrisa de complicidad, le ofreció su mano.

—¿Te gustaría bailar? La música está perfecta para un buen baile.

Camila dudó, pero al final aceptó, dejándose llevar por la situación. La pista de baile estaba llena de gente, pero ellas parecían estar en su propio pequeño universo. Laia la tomó de la cintura, guiándola con confianza, mientras Camila se sentía cada vez más atrapada por la cercanía de la joven arquitecta.

A medida que la música se volvía más intensa, la tensión entre ambas crecía. Laia se acercó más a Camila, y cuando sus rostros estuvieron casi pegados, la joven comenzó a acercar lentamente sus labios hacia los de Camila. Camila podía sentir la calidez de su aliento, y su corazón comenzó a latir más rápido.



#8070 en Novela romántica

En el texto hay: romance, lesbica, lgbt+

Editado: 28.06.2025

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