Entre Copas y Letras

XIII. Confesiones en la penumbra

El aire nocturno era fresco, pero no lo suficiente para apagar el calor que aún ardía en los labios de Camila. Se sentía abrumada, desorientada y, sobre todo, revuelta por dentro. Mariana, en cambio, estaba sentada a su lado en los escalones del bar, con los codos sobre las rodillas y la mirada perdida en la calle casi desierta. Ninguna de las dos decía nada, pero el silencio entre ellas no era incómodo. Era pesado, lleno de palabras que ninguna se atrevía a pronunciar aún.

Camila pasó los dedos por su cabello, intentando aclarar su mente. Lo que había pasado minutos atrás seguía repitiéndose en su cabeza: los labios de Mariana sobre los suyos, la forma en que la había besado sin dudar, sin dejarle espacio para escapar. Y lo peor es que no quería escapar. No en ese momento. Y tampoco ahora.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio. Su voz no sonaba molesta, pero sí insegura.

Mariana giró el rostro hacia ella y la observó durante un instante antes de soltar un suspiro.

—Porque no podía soportar verte con otra persona. Y porque... —Se frotó la nuca, incómoda—. Porque lo quería hacer. Desde hace mucho tiempo.

Camila frunció el ceño.

—Pero tú me odias.

Mariana se rió, aunque sin mucho humor. Se inclinó hacia atrás, apoyando las manos sobre los escalones.

—¿Realmente piensas eso? —La miró de reojo y negó con la cabeza—. No te odio, Camila. Nunca lo hice. Me odiaba a mí misma cuando leía tus libros.

Camila frunció los labios, confundida.

—Eso no tiene sentido.

—Lo tiene si te explico. —Mariana se giró completamente hacia ella, su expresión más seria que nunca—. Cuando me mudé aquí a los dieciséis, tú ya eras el orgullo del pueblo. La joven escritora talentosa. Todo el mundo hablaba de ti. Y yo... yo estaba en un punto de mi vida en el que no podía siquiera aceptar lo que era. Me sentía frustrada, atrapada, como si nunca pudiera tener una historia como las que tú escribías. Envidiaba tus personajes, porque siempre encontraban el amor y eran felices. Y yo... yo nunca pensé que algo así sería posible para mí.

Camila sintió un nudo formarse en su garganta. No esperaba que Mariana le hablara de algo tan personal, y mucho menos que su rechazo inicial estuviera ligado a su propia historia. Sintió un leve pinchazo en el pecho.

—¿Por eso eras tan dura conmigo? —susurró.

Mariana asintió con una leve sonrisa.

—En parte. Pero también porque me gustabas y eso me asustaba. Desde el primer momento en que entraste a mi bar, supe quién eras. Pero no quería que lo supieras. No quería dejar que me gustaras. Y ahora... —Suspiró, rindiéndose—. Ya es demasiado tarde.

Camila bajó la mirada. Su mente estaba procesando todo, pero aún sentía que le faltaba algo por decir. Algo que había guardado durante demasiado tiempo.

—Yo tampoco sé cómo llegamos a esto —admitió—. Nunca me había permitido sentir algo por una mujer. La primera vez que me declaré a una chica en la secundaria, me rechazó tan feo que me convencí a mí misma de que debía olvidar lo que sentía. Luego vinieron los novios, relaciones que nunca funcionaban. Y cuando termine con mi ex pareja... pensé que él era la persona ideal para mí. Que si ni siquiera con él había funcionado, entonces no tenía remedio. Pero ahora...

Mariana la observaba atentamente. Camila levantó la vista y sus ojos se encontraron en la penumbra de la noche. Sus corazones latían fuerte, casi en sincronía.

—Ahora ya no estoy tan segura de que todo lo que creía sea cierto —susurró Camila.

Mariana sonrió de lado y extendió una mano, rozando suavemente la mejilla de Camila con el dorso de los dedos.

—Yo tampoco estoy segura de muchas cosas, pero de algo sí... No quiero que esto termine aquí.

El aliento de Camila se agitó. Su pecho se expandió con una sensación cálida, una certeza que no podía seguir negando. La miró, sintió la necesidad de tocarla, de asegurarse de que era real.

—Mariana...

—Quédate esta noche. —Las palabras de Mariana fueron casi un susurro. Camila la miró con los ojos bien abiertos.

—¿Qué?

—Ana ya se fue. Es tarde y no quiero que vayas sola a casa. Puedes quedarte en mi casa.. No pasará nada si no quieres, solo... quédate.

Camila tragó saliva. Su corazón latía tan fuerte que sentía que iba a explotar.

Mariana sonrió, pero esta vez con una suavidad que la hizo estremecer.

—Solo quédate, Camila.

La escritora dudó por un momento, pero finalmente asintió. Porque, aunque no lo entendiera completamente, aunque todavía le aterrara lo que estaba sintiendo, sabía que lo único que quería en ese instante era seguir estando cerca de Mariana.

Camila aceptó quedarse en la casa de Mariana, decidieron irse al instante. Mariana le dijo que Pablo se encargaría de cerrar el bar, aunque en realidad le tocaba a ella. Pero no le importó mentir con tal de pasar más tiempo con Camila.

Subieron a la moto, y el camino hasta la casa de Mariana se sintió electrizante. El viento fresco de la noche rozaba la piel de Camila mientras se aferraba a la cintura de Mariana, sintiendo el calor de su cuerpo, su perfume mezclado con un leve aroma a whisky y tabaco. No pudo evitar preguntarse cómo sería sentir esos labios de nuevo, sin interrupciones, sin prisa.

Al llegar, Mariana se quitó la chaqueta de cuero y dejó las llaves sobre la mesa.

—¿Quieres ducharte? —preguntó con naturalidad.

Camila dudó.

—No tengo ropa de cambio.

Mariana sonrió de lado y caminó hasta su armario. Abrió una de las gavetas y sacó un conjunto de pijama de satén rojo. Lo sostuvo frente a Camila, quien analizó la prenda con ojos muy abiertos. Era elegante, pero también provocativo.

—¿Tienes esto para las mujeres que traes a tu casa? —preguntó Camila, cruzándose de brazos.

Mariana se acercó, inclinándose un poco, su rostro a escasos centímetros.

—Lo compré el mismo día que llegaste al pueblo.



#6737 en Novela romántica

En el texto hay: romance, lesbica, lgbt+

Editado: 13.04.2025

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