Entre Deseo Y Redencíon

Capitulo 5

Alex

Cinco horas antes de decirle la verdad a Alessandra, estaba sentado en el despacho de Daniel, sintiendo el peso de la tensión en el aire. Él me había pedido que viniera, y sabía que no sería una conversación fácil.

Daniel se apoyó en su escritorio, mirándome con una intensidad que rara vez mostraba.

—Alex, necesito que te alejes de mi hija —dijo, su voz firme y autoritaria.

Fruncí el ceño, intentando entender sus motivos.

—¿Por qué? —pregunté, mi voz llena de incredulidad—. ¿Qué podría ser tan grave como para pedirme eso?

Daniel suspiró profundamente, como si la carga de lo que estaba a punto de decir fuera casi insoportable.

—Si no lo haces, me veré obligado a revelarle a Alessandra una verdad que la destruiría —dijo, su voz temblando ligeramente—. La verdad es que su madre, Aurora, está viva.

Me quedé helado ante sus palabras. No podía creer lo que estaba escuchando.

—¿Cómo es eso posible? —pregunté, tratando de procesar la información.

—Aurora fingió su muerte para protegerse de ciertos peligros, pero si Alessandra se entera, esos mismos peligros podrían alcanzarla —explicó Daniel, su mirada fija en la mía—. Y no puedo permitir que mi hija sufra más de lo que ya ha sufrido.

Sentí un nudo formarse en mi estómago. Sabía que no podía poner en peligro a Alessandra, pero la idea de alejarme de ella era insoportable.

—¿Y qué esperas que haga? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

—Dile que todo entre ustedes no es más que deseo, que nunca la amarás como ella merece —dijo Daniel, su voz fría y decidida—. Hazlo, y te aseguro que nadie se enterará de la verdad sobre Aurora.

Me quedé en silencio, sintiendo la gravedad de su pedido. Sabía que no tenía elección. Por mucho que me doliera, tenía que proteger a Alessandra, incluso si eso significaba romperle el corazón.

Salí del despacho de Daniel con una sensación de vacío en el pecho. Me dirigí al departamento, sabiendo que la conversación que tendría con Alessandra esa noche cambiaría nuestras vidas para siempre.

Cinco horas después

La miré a los ojos, vi el dolor reflejado en ellos mientras le decía la verdad sobre Tatiana y Emma. Cada palabra que salía de mi boca era como una puñalada en el corazón, pero sabía que era necesario.

Cuando Alessandra me abofeteó, sentí que me merecía cada golpe. La vi salir del departamento, su figura desvaneciéndose en la oscuridad de la noche. Me derrumbé en el sofá, sintiendo una soledad abrumadora.

Había hecho lo que debía para protegerla, pero el precio a pagar era más alto de lo que jamás imaginé.

Llegué a la mansión con la esperanza de que una cena con mi madre me ayudaría a calmar la tormenta de emociones que se arremolinaban dentro de mí. Estacioné el auto y caminé hacia la entrada, notando algo extraño. Maletas. Muchas maletas. Estaban apiladas en la sala, y una sensación de pánico se apoderó de mí.

Entré rápidamente, y allí estaba Alessandra, bajando las escaleras con una elegancia serena. No me dirigió la palabra, ni siquiera una mirada.

Mi madre, Eloisa, estaba parada cerca, observando la escena con una expresión neutra. Daniel, en cambio, parecía abrumado por la tristeza. Me acerqué, pero me detuve al ver a Alessandra despedirse de su padre.

—Cuídate mucho, papá —dijo Alessandra con una voz suave, abrazando a Daniel con fuerza.

—Tú también, hija —respondió Daniel, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas—. Siempre tendrás un lugar aquí.

Observé cómo mi mundo se desmoronaba mientras ella recogía sus cosas y se dirigía hacia la puerta sin una palabra para mí. Intenté hablar, pero mi garganta se cerró y no pude emitir sonido alguno. Sentía como si el aire me faltara, como si el peso de mi decisión me aplastara desde adentro.

Daniel me miró y supe que entendía lo que estaba pasando. Quizás incluso lo aprobaba. Eloisa, por otro lado, mantenía su habitual expresión fría e imperturbable.

Alessandra se detuvo un momento antes de salir, miró a su padre una última vez y luego se fue. Vi cómo el auto la esperaba afuera y cómo subía sin mirar atrás.

Me quedé allí, inmóvil, viendo cómo el auto se alejaba hasta que desapareció de mi vista. La realidad de lo que había hecho me golpeó con toda su fuerza. Había protegido a Alessandra, sí, pero a costa de nuestra felicidad.

Eloisa se acercó y puso una mano en mi hombro.

—Hiciste lo que debías —dijo, aunque no sonaba del todo convencida.

No respondí. En ese momento, no había palabras que pudieran aliviar el dolor que sentía. Me dirigí a mi habitación, cada paso más pesado que el anterior, sabiendo que la ausencia de Alessandra dejaría un vacío que nada podría llenar.

Me senté en la cama y me permití sentir la pérdida. El amor que había tratado de proteger ahora estaba roto, y no sabía si alguna vez podría repararse. Mientras la noche se apoderaba de la casa, me di cuenta de que el camino que había elegido era uno de sacrificio y soledad.

El silencio de la noche era denso, casi asfixiante. Necesitaba un respiro, algo que me ayudara a aclarar la mente. Me dirigí a la cocina, el único lugar que siempre había encontrado reconfortante en la mansión. Allí, bajo la tenue luz de la lámpara, estaba Rous, mi nana, preparando una taza de té.

—Rous —dije en voz baja, tratando de no sobresaltarla.

Ella levantó la vista y me sonrió con calidez, una sonrisa que siempre había sido un refugio para mí.

—Alex, cariño, ¿todo bien? —preguntó, aunque seguramente ya sabía la respuesta.

Negué con la cabeza y me acerqué a la mesa. Rous se giró y sacó un sobre de su delantal.

—Alessandra me pidió que te diera esto —dijo, extendiéndome la carta.

Tomé el sobre con manos temblorosas, sintiendo un nudo formarse en mi estómago. Me senté en una de las sillas y abrí la carta, temeroso de lo que encontraría en su interior.




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