Alex
ETres años y medio. El tiempo parecía haberse esfumado, pero las cicatrices seguían presentes, profundas y marcadas. Desde la muerte de Tatiana, la vida había tomado un giro inesperado. Cuidar de Emma había sido lo que me mantenía firme, lo que me daba propósito cuando todo lo demás parecía caer en pedazos.
Emma. Mi pequeña Emma ya tenía cinco años. Había crecido tan rápido, y cada día veía en ella los rasgos de Tatiana, pero también un espíritu propio, un brillo en sus ojos que me hacía querer protegerla de todo. Ella era mi vida ahora, y todo lo que hacía, lo hacía pensando en su bienestar.
El trabajo había sido mi refugio. La empresa estaba más fuerte que nunca, a pesar de todos los desafíos. Había logrado sacar adelante los proyectos que parecían imposibles, y cada éxito me daba un sentido de control en un mundo que parecía siempre dispuesto a desmoronarse. Pero a veces, en los momentos de silencio, mi mente volvía a aquellos días… a ella.
Alessandra.
Me odiaba. Y quizás lo merecía. Lo que había hecho no tenía excusa. Había tomado decisiones impulsivas, creyendo que estaba haciendo lo correcto, pero el costo había sido demasiado alto. Alessandra se había ido, desapareciendo de mi vida sin dejar rastro, llevándose con ella cualquier posibilidad de redención.
Un zumbido interrumpió mis pensamientos, sacándome de la espiral de recuerdos. Miré mi teléfono y vi un mensaje de mi madre, Eloísa.
"Alessandra ya está en Los Ángeles. Daniel fue por ella al aeropuerto. Vendrá a la cena esta noche. Espero verte allí también."
Sentí un golpe en el pecho. Después de tanto tiempo, Alessandra había vuelto. No podía evitar preguntarme qué la había traído de regreso. ¿Negocios? ¿Una visita familiar? ¿O algo más?
La imagen de ella, el último día que la vi, subiendo las escaleras con sus maletas, sin mirarme ni una sola vez… todavía estaba grabada en mi mente. Su ausencia había dejado un vacío, aunque nunca quise admitirlo.
Pero ahora… ahora estaba aquí, en Los Ángeles. Y lo que fuera que había sucedido entre nosotros no se podía ignorar. No por más tiempo.
Miré a mi alrededor, observando el lujoso despacho que había construido en los últimos años. Todo estaba en orden, todo bajo control. Excepto una cosa.
Suspiré y me levanté de la silla, tomando mi chaqueta. Si iba a enfrentarme al pasado, tenía que hacerlo con la cabeza en alto. No importaba lo que sucediera en esa cena, tenía que estar listo.
Por Emma.
Con esa decisión, salí de la oficina, dispuesto a enfrentar lo que sea que el destino tuviera preparado para esa noche.
Llegué a la mansión, el lugar que había sido testigo de tantos momentos importantes en mi vida. Aunque había estado aquí innumerables veces, esta noche sentía un peso diferente en el ambiente. Una mezcla de anticipación y tensión se palpaba en cada rincón.
Al entrar, el sonido de la tranquilidad habitual me recibió, pero no había señales de Emma. Caminé hasta la entrada y me crucé con una de las muchachas de servicio.
-¿Dónde está Emma?- pregunté con tono calmado, aunque la inquietud me atravesaba por dentro.
- en el jardín, señor Alex. Ha estado jugando allí toda la tarde.
Asentí y me dirigí hacia el jardín, pasando por los corredores llenos de recuerdos de una vida que parecía lejana. Al llegar al jardín, vi a Emma jugando en medio de las flores. Su risa era música para mis oídos, una de las pocas cosas que todavía me hacía sentir algo parecido a la felicidad.
Cuando me vio, dejó lo que estaba haciendo y corrió hacia mí.
-¡Papá!- gritó con alegría mientras saltaba a mis brazos.
La levanté en el aire y la abracé con fuerza, cerrando los ojos por un momento para sentir la calidez y la inocencia de mi hija. En ese instante, nada más importaba.
-Hola, pequeña- le susurré. -¿Te has divertido hoy?
Ella asintió con entusiasmo y comenzó a contarme sobre todo lo que había hecho en el jardín, sus palabras llenas de emoción. La escuché atentamente, absorbiendo cada momento, deseando poder detener el tiempo y mantener este instante intacto.
De repente, escuché una voz detrás de mí. -Alex.
Era mi madre, Eloísa. Su tono era firme, como siempre, pero había algo más en su mirada. Algo que no había visto antes. Bajé a Emma y le di un beso en la frente. -Ve a seguir jugando, cariño. Luego iremos a cenar.
Emma asintió y corrió de regreso al jardín mientras yo me volvía hacia Eloísa.
-¿Qué sucede, mamá?
Ella se acercó, cruzando los brazos frente al pecho, y sus ojos se clavaron en los míos.
-No quería que Alessandra regresara. Sabes lo complicado que será esto para todos. Después de lo que pasó…
Su voz se desvaneció por un momento, como si no estuviera segura de cómo continuar.
La observé en silencio, intentando leer más allá de sus palabras. Había un motivo detrás de todo lo que decía mi madre, pero también sabía que estaba protegiendo algo más profundo, algo que quizás ni siquiera ella misma quería admitir.