Alessandra
El primer rayo de sol apenas asomaba por la ventana cuando abrí los ojos. La casa estaba en un silencio absoluto, con la excepción del suave respirar de Samantha, que dormía tranquilamente a mi lado. Observé su pequeño rostro, tan pacífico e inocente, y una oleada de amor y protección me invadió. Pero también sentí la necesidad de despejar mi mente, de encontrar un momento para mí antes de enfrentar otro día en este lugar lleno de recuerdos y tensiones.
Me levanté con cuidado, procurando no despertar a Samantha. La cubrí con la manta para que no sintiera frío, luego me vestí con ropa de deporte y salí de la habitación en silencio.
El gimnasio de la casa estaba exactamente donde lo recordaba, al final del pasillo. Era un espacio amplio y bien equipado, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz matutina. Una vez allí, comencé con una rutina ligera para calentar. Cada movimiento me ayudaba a despejar la mente, a canalizar las emociones que había estado reprimiendo.
Mientras me ejercitaba, no podía evitar pensar en lo que había ocurrido la noche anterior. El beso con Alex, el roce de sus labios contra los míos, había despertado sentimientos que intentaba dejar atrás. Pero más que eso, me hizo cuestionarme si realmente estaba lista para enfrentar la verdad que siempre había temido: que aún lo amaba, a pesar de todo lo que había pasado.
La frustración y la confusión se mezclaban con el esfuerzo físico, y cada golpe que daba en el saco de boxeo llevaba consigo una parte de mi dolor. Aceleré el ritmo, dejando que mi cuerpo se encargara de procesar lo que mi mente no podía.
Después de una hora de ejercicio, me senté en uno de los bancos, respirando profundamente para calmar mi corazón acelerado. Me pasé una mano por el rostro, tratando de encontrar la claridad que tanto necesitaba. Sabía que no podía seguir evitándolo; tarde o temprano, tendría que enfrentar a Alex, a mi pasado, y decidir qué hacer con el futuro.
Pero por ahora, mi prioridad era Samantha. Ella era mi mundo, mi razón de ser, y no iba a permitir que nada ni nadie la lastimara. Me levanté, decidida a mantener la calma, y comencé a regresar a la habitación. Sabía que el día apenas comenzaba y que habría muchos desafíos por delante, pero estaba lista para enfrentarlos.
Después de todo, no era la misma Alessandra de hace tres años. Ahora, era más fuerte y sabía exactamente lo que quería. Y haría lo que fuera necesario para proteger a mi hija y construir la vida que ambas merecíamos.
Caminaba hacia la salida del gimnasio, mi cuerpo aún vibrando por el ejercicio, cuando lo vi. Alex estaba allí, en el pasillo, como si me hubiera estado esperando. Mi corazón se detuvo por un instante, y sentí cómo el aire se volvía denso a nuestro alrededor.
Él estaba vestido casualmente, algo que rara vez había visto en él. Aun así, su presencia llenaba el espacio de una manera que me era difícil ignorar. Su mirada se encontró con la mía, y en ese breve instante, todo lo que había intentado enterrar volvió a la superficie. El recuerdo de nuestro último encuentro, el dolor, el deseo, todo estaba ahí, latente entre nosotros.
—Alessandra —dijo, su voz baja y cargada de una emoción que no pude identificar del todo—. No esperaba encontrarte aquí tan temprano.
Me detuve, sin estar segura de cómo responder. Había una parte de mí que quería seguir caminando, fingir que no lo había visto, que no lo había escuchado. Pero la otra parte, la más honesta, sabía que no podía evitarlo para siempre.
—Necesitaba despejarme un poco —respondí finalmente, manteniendo mi voz firme, aunque mi corazón latía con fuerza.
Él asintió, como si entendiera más de lo que yo misma estaba dispuesta a admitir. Dio un paso hacia mí, y aunque todo mi instinto me decía que me apartara, me quedé inmóvil, esperando lo inevitable.
—¿Has pensado en lo que te pregunté anoche? —susurró mientras sus ojos recorrían mi rostro, buscando respuestas que yo no quería darle.
Sentí cómo su proximidad volvía a despertar esa mezcla de sentimientos que tanto esfuerzo había hecho por enterrar. Apreté mis puños, intentando mantener el control.
—No te respondí anoche porque no sé si estoy lista para hacerlo —dije, evadiendo directamente la pregunta que había dejado en el aire.
Alex alzó una ceja, y sus manos se movieron hasta rozar suavemente mi cintura, atrayéndome un poco más hacia él. Su toque fue un recordatorio doloroso de todo lo que habíamos compartido y de lo que, por un instante, creímos que podíamos tener.
—Alessandra… —su voz era un susurro, una mezcla de deseo y arrepentimiento—. No he dejado de pensar en ti, en nosotros…
Sus palabras hicieron que mi corazón se acelerara aún más, pero no estaba dispuesta a dejarme llevar por el impulso. No esta vez.
—No hay un "nosotros", Alex. Tú lo dejaste claro hace mucho tiempo —le recordé, aunque mi voz temblaba ligeramente. Lo vi fruncir el ceño, pero no se apartó.
—¿Y tú? —preguntó, su voz casi inaudible—. ¿Tú me dejaste ir tan fácilmente?
No respondí. En lugar de eso, lo miré a los ojos, esos ojos que conocía tan bien, y dejé que el silencio hablara por mí. Sabía que si decía algo más, si dejaba que este momento se alargara, perdería la compostura que tanto me había costado mantener.