Los primeros rayos de sol se filtraban a través de las cortinas cuando sentí una pequeña mano sacudiéndome suavemente.
—Mamá, quiero desayunar —la voz de Samantha era suave, todavía cargada de sueño, pero llena de determinación.
Abrí los ojos lentamente y la vi allí, con sus rizos desordenados y su mirada expectante. No pude evitar sonreír, admirando lo mucho que había crecido mi pequeña en tan poco tiempo.
—Buenos días, mi amor —le dije, acariciando su cabello—. Pero primero, vamos a darnos un baño, ¿de acuerdo?
Samantha asintió, su entusiasmo por el desayuno reemplazado momentáneamente por la idea de jugar con las burbujas en la bañera. La ayudé a salir de la cama y nos dirigimos al baño, donde la llené con agua tibia y su espuma favorita. Samantha se sumergió con una sonrisa de pura felicidad, mientras yo la observaba, disfrutando de este pequeño momento de paz.
—Mami, ¿crees que el abuelo ya está despierto? —preguntó de repente, salpicando un poco de agua al mover sus manos en el agua.
—Probablemente, cariño. Pero primero terminamos aquí y luego vamos a verlo —respondí, mientras la ayudaba a lavarse el cabello.
Después del baño, vestí a Samantha con uno de sus vestidos favoritos, uno rosa con pequeños lazos, y dejé que eligiera sus zapatitos. Cuando estuvo lista, nos miramos en el espejo, y ella sonrió ampliamente, satisfecha con su reflejo.
—Estás preciosa, mi princesa —le dije, inclinándome para besar su mejilla.
—¡Gracias, mamá! —respondió con su voz alegre.
Bajamos las escaleras, la pequeña mano de Samantha aferrada a la mía. Podía oler el aroma del café y los alimentos frescos antes de llegar al comedor, lo que me hizo sonreír. Me preguntaba cómo sería enfrentar a todos después de la conversación de la noche anterior, pero no tuve mucho tiempo para pensar en eso.
En cuanto entramos en el comedor, Samantha soltó mi mano y corrió hacia Daniel, quien estaba sentado a la mesa junto a Alex, Emma y Eloísa.
—¡Abuelo! —gritó con emoción, lanzándose a sus brazos.
Daniel dejó su taza de café y se inclinó para recibirla, su expresión iluminándose al verla.
—Buenos días, mi pequeña —dijo con una sonrisa mientras la levantaba y la hacía girar en el aire. Samantha se rió, sus risitas llenando la habitación, contagiando de alegría a todos.
Me quedé en la puerta por un momento, observando la escena con el corazón lleno de ternura. Ver a Samantha tan feliz con mi padre era una imagen que jamás pensé que vería, y me hizo sentir que tal vez, solo tal vez, esta decisión de regresar había sido la correcta.
—Buenos días —saludé finalmente, entrando al comedor y tomando asiento.
Alex me miró desde el otro lado de la mesa, sus ojos estudiando cada uno de mis movimientos. Sentí la tensión entre nosotros, un hilo invisible que se estiraba con cada mirada, pero traté de ignorarlo por ahora.
—Buenos días, Alessandra —respondió Daniel, todavía sosteniendo a Samantha—. ¿Cómo dormiste?
—Bien, gracias, papá —respondí, sirviéndome un poco de café—. Samantha estaba ansiosa por verte esta mañana.
—Y yo estaba ansioso por verla —dijo él, sonriendo—. Esta niña ilumina el día de cualquiera.
Emma, que estaba sentada a la mesa, observaba a Samantha con curiosidad, y cuando la niña se acercó, Emma la saludó con timidez. Las dos comenzaron a charlar como si fueran viejas amigas, mientras yo trataba de mantener la compostura.
Eloísa estaba en silencio, su mirada fría y calculadora, pero no dijo nada. No podía evitar sentir una punzada de incomodidad bajo su escrutinio, pero me concentré en Samantha y en hacer que se sintiera cómoda en este nuevo entorno.
Alex seguía observándome, y aunque su mirada era intensa, no dijo nada. El silencio entre nosotros decía más que cualquier palabra.
—Bueno, parece que ya tienen planes para hoy —dijo Daniel, rompiendo el silencio mientras miraba a Samantha y Emma que seguían conversando—. ¿Qué harás tú, Alessandra?
—Planeo llevar a Samantha a dar un paseo después del desayuno, tal vez al parque —respondí, manteniendo mi tono casual.
La conversación se mantuvo ligera, y aunque había un trasfondo de tensiones no resueltas, me sentí aliviada de que Samantha pudiera experimentar una mañana normal rodeada de su familia, aunque la situación entre los adultos fuera complicada. Sabía que, por ahora, lo más importante era mantener la calma y seguir adelante un día a la vez.
El desayuno transcurrió en un ambiente relativamente tranquilo, aunque la tensión entre algunos de nosotros era palpable. No podía negar que me sentía observada, especialmente por Alex, cuyo escrutinio constante me mantenía en alerta. Sin embargo, me centré en disfrutar del momento con Samantha, quien parecía encantada de estar rodeada de su nueva familia, especialmente de su abuelo Daniel.
Después de desayunar, estaba en el proceso de ayudar a Samantha a prepararse para nuestro paseo, cuando mi teléfono sonó. Miré la pantalla y vi el nombre de Perla, mi sobrina. Inmediatamente, supe que la llamada era importante.
—Mami, ¿puedo ponerme mis zapatillas de estrellas? —preguntó Samantha, su vocecita cortando mis pensamientos mientras sostenía un par de zapatillas con estrellas brillantes en las manos.