Alex
El amanecer me encontró despierto, con la mirada perdida en el techo de mi habitación. Había pasado gran parte de la noche dando vueltas en la cama, incapaz de apartar mis pensamientos de lo que Alessandra me diría hoy por la tarde. Su solicitud de verme en mi oficina, con esa seriedad en sus ojos, me había dejado intranquilo.
No podía evitarlo. Cada posibilidad, cada escenario se repetía en mi mente, y ninguno me dejaba en paz. Había algo en la manera en que hablaba de Samantha, algo en cómo la miraba, que me hacía pensar que esa pequeña niña guardaba un secreto mucho mayor de lo que estaba dispuesto a admitir. Y lo peor es que el parecido entre Samantha y yo era innegable.
Decidí que sería mejor irme a la oficina antes de que todos se levantaran. No tenía sentido seguir revolcándome en la cama, y además, prefería evitar cualquier confrontación con Eloísa o cualquier otra situación que me hiciera perder la poca calma que me quedaba. Necesitaba centrarme, prepararme para lo que fuera que Alessandra tuviera que decirme.
Me levanté de la cama y me vestí rápidamente, optando por un traje oscuro. Algo en la elección de la ropa me ayudaba a enfocarme, a crear una barrera entre mis emociones y lo que necesitaba hacer. Bajé las escaleras en silencio, asegurándome de no despertar a nadie, especialmente a Samantha y Emma.
Mientras cruzaba el comedor hacia la puerta principal, no pude evitar echar un último vistazo hacia la parte superior de las escaleras, donde se encontraba la habitación de Alessandra. Sabía que en pocas horas todo podría cambiar, que finalmente podría obtener respuestas a las preguntas que había estado evitando hacer.
Suspiré profundamente, cerré la puerta tras de mí y me dirigí hacia mi coche. El aire fresco de la mañana me golpeó el rostro, despejando un poco mis pensamientos. Mientras me sentaba en el asiento del conductor, el silencio de la mansión quedó atrás, pero la inquietud que sentía en el pecho no desapareció.
El trayecto hacia la oficina fue rápido, demasiado quizás. Cada minuto me acercaba más a la verdad, y aunque una parte de mí estaba deseosa de conocerla, otra temía lo que esa verdad podría significar para todos nosotros.
Cuando llegué al edificio de la empresa, la ciudad apenas comenzaba a despertarse. El estacionamiento estaba casi vacío, y las luces del amanecer iluminaban el horizonte. Apagué el motor y me quedé unos momentos en el coche, respirando profundamente, intentando mantener el control sobre la tormenta de emociones que me asolaba.
—Lo que sea que tengas que decirme, Alessandra... —murmuré para mí mismo, aunque sabía que no habría respuestas hasta más tarde—. Estoy listo para escucharlo.
Con ese pensamiento en mente, salí del coche y me dirigí hacia mi oficina, decidido a enfrentar el día con la mente clara, al menos hasta que la tarde trajera consigo la conversación que podría cambiarlo todo.
Después de llegar a la oficina, me sumergí en la rutina diaria, revisando documentos y respondiendo correos electrónicos. Sin embargo, por más que intentara concentrarme, mis pensamientos volvían una y otra vez a Alessandra y a la conversación que teníamos pendiente. Me di cuenta de que estaba hojeando el mismo informe por tercera vez sin realmente leerlo.
Decidí tomarme un descanso, necesitaba despejar mi mente, aunque fuera solo por unos minutos. Caminé hacia la máquina de café, preparándome una taza fuerte. Mientras lo hacía, escuché pasos acercándose, y poco después Alejandro apareció en la puerta de mi oficina.
—Alex, ¿tienes un minuto? —preguntó, con ese tono casual que siempre usaba, pero con una mirada que indicaba que tenía algo más serio en mente.
Asentí y le hice un gesto para que se sentara. Alejandro era más que un socio; era uno de mis amigos más cercanos, alguien en quien podía confiar, especialmente en momentos como este. Sin embargo, sabía que incluso para él, abordar el tema de Alessandra no era fácil.
—He estado pensando mucho en Alessandra desde que supe que estaba de vuelta —comenzó, mientras se acomodaba en la silla frente a mí—. No puedo evitar preguntarme cómo te sientes con todo esto.
Lo miré fijamente, intentando descifrar sus intenciones. Alejandro siempre había sido directo, pero también sabía cuándo andar con cautela.
—No lo sé, Alejandro —admití, pasando una mano por mi cabello—. Estoy confundido. Hay demasiadas cosas que no sé, demasiadas preguntas sin respuestas. Y ahora, con Samantha… —me detuve, sabiendo que no tenía sentido ocultarle mis sospechas—, no puedo dejar de pensar que hay algo que Alessandra no me ha contado.
Alejandro asintió lentamente, como si hubiera esperado esa respuesta.
—Es natural que te sientas así, Alex. Es obvio que Samantha significa algo más, y es posible que sea algo que Alessandra ha estado guardando para sí misma. Pero… ¿estás preparado para escuchar lo que tiene que decirte?
Ese era el verdadero problema. No estaba seguro de estar preparado para la verdad, aunque sabía que tenía que enfrentarla. No podía seguir evadiéndola.
—Tengo miedo de mi propia reacción, Alejandro —confesé, sorprendiéndome a mí mismo al admitirlo en voz alta—. No sé cómo voy a reaccionar si lo que sospecho resulta ser cierto. Y lo último que quiero es lastimar a Alessandra… o a Samantha.