Alessandra
Desde la distancia, observé a Emma y Samantha jugando juntas en el jardín de la casa de Pablo. La tarde en Londres era tranquila, con una brisa suave que acariciaba las hojas de los árboles, haciendo que todo pareciera casi mágico. Las risas de las niñas llenaban el aire, y sus sonrisas eran como rayos de sol, cálidos y brillantes.
Verlas así, tan felices y unidas, me llenaba de una paz que hacía mucho no sentía. Finalmente, había tenido el valor de decirle la verdad a Samantha, de que Alex era su padre. La incertidumbre y el miedo que había sentido durante todos estos años, el peso de los secretos guardados, se disipaban lentamente. Tal vez era el comienzo de una nueva etapa, una en la que no tuviera que ocultar nada, en la que Samantha supiera siempre que era amada y deseada.
Pero al mismo tiempo, un torrente de emociones me inundó. Pensé en mi madre, en cómo siempre fue mi refugio y mi fuerza, en cómo siempre me había dicho que, pasara lo que pasara, lo importante era ser honesta conmigo misma y con los demás. Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas al recordar su sonrisa cálida y su voz tranquilizadora. ¿Qué pensaría ella de todo esto? ¿Estaría orgullosa de mí por finalmente enfrentar mis miedos?
Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, tratando de recomponerme. No quería que las niñas me vieran llorando. Pero justo en ese momento, sentí una mano suave en mi hombro. Me giré y me encontré con Pablo, mi hermano, que me miraba con preocupación.
—¿Estás bien, Alessa? —preguntó en voz baja, su tono lleno de calidez y comprensión.
Asentí, forzando una sonrisa. Pablo siempre había sido mi roca, la persona que mejor me conocía después de mi madre. Sabía que no podía ocultarle nada.
—Sí, estoy bien. Es solo que... —tomé una profunda bocanada de aire, tratando de encontrar las palabras correctas—. Finalmente le dije a Samantha que Alex es su padre. Y verlas a ellas dos así, jugando juntas, sabiendo la verdad... me hace sentir una mezcla de alivio y tristeza.
Pablo asintió, como si entendiera perfectamente lo que estaba sintiendo. Se apoyó en la barandilla a mi lado, mirando a las niñas con una suave sonrisa.
—Lo hiciste bien, Alessa. Sabía que este día llegaría tarde o temprano, y estoy orgulloso de ti por haber tenido el valor de hacerlo. —Hizo una pausa, su mirada se perdió en el horizonte—. Sé que mamá también estaría orgullosa de ti. Siempre lo estuvo.
Las lágrimas volvieron a brotar, esta vez más cálidas y liberadoras. Sentí que un peso se aliviaba de mi pecho, y me permití llorar un poco más, sin vergüenza ni miedo.
—Gracias, Pablo —murmuré, sin saber cómo expresar todo lo que sentía. Él siempre tenía la forma correcta de tranquilizarme, de hacerme sentir que no estaba sola en esto.
Me abrazó con fuerza, y en su abrazo encontré el consuelo que necesitaba. Permanecimos así por un momento, en silencio, mientras las risas de Emma y Samantha llenaban el espacio a nuestro alrededor.
Después de un rato, Pablo se apartó un poco, aún sosteniendo mis hombros.
—Alessa, no importa lo que pase de aquí en adelante, recuerda que siempre tendrás a tu familia. Yo estaré aquí para ti y para Samantha, y estoy seguro de que Alex también. —Su voz era firme, llena de convicción—. Vamos a encontrar la manera de superar esto juntos, como siempre lo hemos hecho.
Asentí, sintiendo cómo mi corazón se llenaba de gratitud. No importaba cuán complicada fuera la situación con Alex, sabía que tenía a mi hermano, a mi familia. Y eso me daba la fuerza para seguir adelante, para enfrentar lo que viniera.
—Lo sé, Pablo. Gracias por estar aquí —dije, sonriendo a través de las lágrimas.
Pablo me sonrió, y con un gesto de su mano, señaló a las niñas, que ahora corrían por el césped, sus risas resonando en el aire.
—Mira cómo se parecen a nosotras cuando éramos niños. —Rió suavemente—. La vida sigue, Alessa. Y tenemos que asegurarnos de que ellas tengan la mejor de las vidas.
Me quedé mirando a Samantha y a Emma, sintiendo una oleada de esperanza. Tenía razón. La vida seguía, y estaba dispuesta a luchar por el futuro de mi hija, por nuestro futuro. Porque al final del día, lo que importaba era el amor, y eso era algo que no nos faltaba.
—Tienes razón, Pablo. Vamos a asegurarnos de eso —respondí, sintiendo una nueva determinación arraigarse en mí.
Juntos, Pablo y yo observamos a las niñas jugar, sabiendo que haríamos todo lo posible por protegerlas y darles un futuro lleno de amor y verdad.
Más tarde, después de haberme secado las lágrimas y recomponido un poco, decidí que era momento de hablar con papá. Las emociones del día aún revoloteaban en mi pecho, y sentía que necesitaba compartir mis pensamientos con él, obtener su perspectiva. Sabía que siempre me apoyaría, pero también sabía que sería honesto conmigo, sin importar lo difícil que fuera la conversación.
Busqué a Daniel en la biblioteca, su lugar favorito de la casa. Al abrir la puerta, lo encontré sentado en su sillón de cuero marrón, con un libro en las manos, aunque su mirada estaba perdida, fija en la ventana. Parecía estar pensando en algo lejano, algo profundo.
—Papá —llamé suavemente, esperando no sobresaltarlo.