El silencio entre nosotros era casi palpable, lleno de una tensión que parecía querer estallar en cualquier momento. Alex me miró con una intensidad que me hizo temblar, y sus palabras me sorprendieron por su sinceridad cruda.
—Alessandra —dijo, su voz un susurro que apenas rompió el silencio—. Me muero por besarte.
Sus palabras me hicieron detenerme, el aire entre nosotros cargado de emoción contenida. No pude evitar el temblor que recorrió mi cuerpo al escuchar su confesión. Sin decir una palabra, Alex se inclinó hacia mí, y su rostro se acercó al mío.
Sentí la calidez de su aliento antes de que sus labios tocaran los míos, suavemente al principio, como si probara el agua antes de sumergirse completamente. Su beso fue un torbellino de sensaciones, lleno de pasión y anhelo reprimido. Me sentí atrapada entre el deseo y el miedo, entre el pasado y el presente.
Mientras me besaba, sus manos firmes se posaron en mi cintura, y me levantó con cuidado, colocando mis piernas sobre la barra de la cocina. La posición me hizo sentir vulnerable, expuesta, pero también me permitió sentir su cercanía de una manera completamente nueva.
Me sostuve con las manos en el borde de la barra, mirándolo a los ojos mientras él mantenía su abrazo, sus labios aún pegados a los míos. El beso se intensificó, convirtiéndose en una mezcla de desesperación y ternura, de recuerdos olvidados y promesas no dichas.
Cuando finalmente se apartó, nuestras respiraciones entrecortadas llenaban la cocina. Su mirada era una mezcla de intensidad y ternura, como si intentara leer mis pensamientos, entender todo lo que estaba sucediendo.
—Alessandra —dijo, su voz temblando ligeramente—. Necesito que sepas que esto no es solo un impulso. He estado pensando en nosotros, en lo que significas para mí, y... no puedo ignorar lo que siento.
Asentí, el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. No estaba segura de cómo responder, de si mis propios sentimientos eran lo suficientemente fuertes como para contrarrestar el dolor del pasado. Pero en ese momento, en la penumbra de la cocina, su cercanía y la intensidad de su mirada me hicieron desear tomar el riesgo.
—Alex —dije con voz temblorosa—. No sé lo que nos depara el futuro, pero sé que en este momento, aquí contigo, quiero intentarlo. Quiero ver si podemos encontrar algo nuevo, algo que nos ayude a sanar.
Él sonrió, y esa sonrisa, a pesar de todo el dolor y la confusión, me dio una chispa de esperanza. La noche estaba aún joven, y con cada momento que pasábamos juntos, parecía que el peso del pasado se desvanecía, dando paso a un futuro incierto pero lleno de posibilidades.
El silencio se alargó entre nosotros, lleno de palabras no dichas y promesas que flotaban en el aire. Alex me miró por un instante más, sus ojos reflejando una mezcla de deseo y algo más profundo, algo que no había visto en él en mucho tiempo. Lentamente, bajó mis piernas de la barra de la cocina, ayudándome a encontrar el equilibrio de nuevo en el suelo.
Nos quedamos así, frente a frente, nuestras respiraciones todavía rápidas y los labios hinchados por el beso compartido. Era como si el mundo entero se hubiese detenido, dejándonos solos en esa burbuja de intimidad y conexión. No quería que el momento terminara, pero sabía que eventualmente tendríamos que enfrentarnos a la realidad.
—Será mejor que vayamos a dormir —dije en voz baja, tratando de mantener un tono neutral, aunque el temblor en mis palabras me delató.
Alex asintió, sin romper el contacto visual. Su mano encontró la mía, y entrelazamos nuestros dedos mientras nos dirigíamos hacia las escaleras. Caminamos en silencio, la casa envuelta en penumbra, con solo la luz de la luna filtrándose a través de las ventanas.
Subimos los escalones juntos, uno tras otro, como si cada paso fuera un pequeño avance hacia lo desconocido. Al llegar al rellano del segundo piso, nos detuvimos frente a nuestras respectivas puertas. Nos miramos, y por un momento, pensé en invitarlo a entrar, en no dejar que la noche terminara todavía. Pero antes de que pudiera decidir, Alex se inclinó una vez más, acercando su rostro al mío.
—Buenas noches, Alessandra —susurró, sus labios rozando los míos suavemente, un último beso lleno de promesas y de futuros inciertos.
—Buenas noches, Alex —respondí, sintiendo cómo su beso se desvanecía en la distancia, dejando un calor persistente en mis labios.
Lo observé alejarse, caminando hacia su habitación con una calma aparente que no coincidía con el tumulto de emociones que seguramente sentía. Yo me quedé en el pasillo por un momento más, intentando recuperar mi respiración y ordenando mis pensamientos. Finalmente, me giré y entré en mi habitación, cerrando la puerta suavemente tras de mí.
El cuarto estaba oscuro y silencioso, pero a pesar de la quietud, mi mente seguía llena de imágenes de Alex, de nuestros besos y de la posibilidad de algo más. Me dejé caer en la cama, mirando al techo, con una mezcla de nervios y esperanza apretándome el pecho.
No sabía qué sucedería mañana, ni cómo enfrentaríamos los desafíos que aún nos esperaban. Pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que había una oportunidad real de encontrar un camino hacia adelante, juntos.
La mañana estaba bañada en una suave luz dorada cuando todos salimos al jardín de la casa para despedirnos de Pablo y Perla. Los días en Londres habían sido un torbellino de emociones, risas y recuerdos. Aunque me sentía triste de dejarlos, también sabía que era hora de volver a casa, de enfrentar lo que habíamos dejado atrás en Los Ángeles.