Alex
Mientras veía a Alessandra salir del despacho, su figura desvaneciéndose al fondo del pasillo, una sensación de vacío me invadió. Había deseado desde el fondo de mi ser que nuestra verdad saliera a la luz, pero no de esta manera. No con el dolor y la traición pintados en sus ojos, no con la dureza en su voz cuando me habló.
Quería explicarle todo, pero ¿cómo hacerlo cuando cada palabra parecía inútil ante el peso de nuestros errores? La verdad había estado enterrada durante tanto tiempo, oculta bajo capas de silencio y decisiones que parecían justas en aquel momento, pero que ahora se revelaban como las equivocaciones más grandes de mi vida.
No podía dejar de pensar en la expresión en su rostro cuando Daniel le confesó la verdad. La mezcla de sorpresa, dolor, y esa chispa de furia que siempre había admirado en ella. Me dolía que se hubiera enterado de esa manera, de golpe, como si de pronto todo lo que conocía se desmoronara. ¿Cómo había permitido que llegáramos a este punto? ¿Cómo había dejado que las mentiras de Daniel y mi propio miedo destruyeran lo único que realmente importaba?
Me apoyé contra la pared, cerrando los ojos mientras intentaba controlar la mezcla de emociones que se arremolinaban en mi interior. Había soñado con tener una vida con Alessandra, con criar a Samantha juntos, dándole el amor y la seguridad que yo nunca tuve. Pero en lugar de eso, le había entregado el abandono y la distancia, sin saber que cada día alejándome de ella solo estaba hundiéndonos más en un pozo de desconfianza.
Abrí los ojos y miré hacia el pasillo vacío. Podía escuchar el sonido suave de sus pasos, dirigiéndose hacia donde estaba Samantha. Mi corazón se encogió al pensar en ellas juntas, en cómo Alessandra protegería a nuestra hija de cualquier dolor, incluso si eso significaba enfrentarse a mí.
Quería correr tras ella, decirle que todo lo que había hecho había sido con la intención de protegerla, de protegernos. Pero sabía que mis palabras no serían suficientes. No podía borrar el pasado con explicaciones. Lo que Alessandra necesitaba ahora no eran promesas vacías o disculpas tardías, sino acciones que demostraran que estaba dispuesto a luchar por ella, por Samantha, por nuestra familia.
Me enderecé, sintiendo una nueva determinación fluir por mis venas. Había pasado demasiado tiempo escondiéndome tras excusas y órdenes. Si quería recuperar a Alessandra, tendría que enfrentarme a la verdad, sin importar lo dolorosa que fuera.
La seguiría y la encontraría con Samantha. Quería verlas juntas, quería recordar por qué había tomado tantas decisiones equivocadas con la esperanza de que todo se arreglara. Y esta vez, no me detendría hasta que Alessandra y yo estuviéramos en la misma página, construyendo un futuro que Samantha merecía.
Mientras caminaba por el pasillo, mis pensamientos se concentraban en un solo objetivo: hacer lo que fuera necesario para demostrarle a Alessandra que todavía podía confiar en mí. Y que, a pesar de todo, todavía había esperanza para nosotros.
Después de varios minutos intentando reunir mis pensamientos, decidí actuar. Caminé con paso firme hacia el área de servicio y encontré a una de las muchachas de la casa ordenando unos platos en la cocina. Su rostro mostró sorpresa al verme, como si mi presencia fuera un imprevisto en medio de la rutina diaria.
—Disculpa, ¿has visto a Alessandra o a las niñas? —pregunté, tratando de mantener mi tono neutral, aunque la preocupación comenzaba a filtrarse en mi voz.
La muchacha dejó de lado el plato que tenía en la mano y me miró con cierta inquietud.
—Sí, señor Alex. Salieron hace un rato con el chofer. Creo que mencionaron que iban a dar un paseo —respondió ella con cautela.
Mi corazón se aceleró ante sus palabras. Algo en mi interior me decía que Alessandra necesitaba alejarse, pensar con claridad. Pero no podía dejar que esta brecha entre nosotros se ensanchara aún más.
—¿Dijeron adónde iban? —inquirí, mi voz más tensa de lo que pretendía.
—No, señor. Solo vi que llevaban algunas cosas para las niñas, como si fueran a pasar el día fuera.
Asentí y saqué mi teléfono, marcando el número del chofer. Mi paciencia se estaba agotando mientras el tono de llamada sonaba una y otra vez en mi oído. Finalmente, escuché su voz al otro lado de la línea.
—¿Dónde están Alessandra y las niñas? —pregunté sin rodeos.
—Señor Alex, la señora Alessandra me pidió que las llevara a una residencial. Le puedo enviar la ubicación si lo desea —respondió el chofer, claramente sorprendido por mi tono urgente.
—Hazlo —ordené antes de colgar.
Unos segundos después, recibí la notificación con la ubicación. No perdí tiempo y salí de la casa, sintiendo la determinación brotar en cada paso que daba. Subí al coche y puse en marcha el motor, dirigiéndome hacia la dirección indicada.
Mientras manejaba, mi mente volvía una y otra vez a la conversación con Alessandra. ¿Qué pretendía hacer en una residencial? ¿Acaso estaba considerando quedarse allí, lejos de mí y de esta casa que parecía estar cargada de los recuerdos y promesas rotas? Mi pecho se apretó ante la posibilidad de perderla definitivamente. No estaba dispuesto a permitirlo.
El paisaje pasaba borroso por la ventana mientras aceleraba por la carretera, cada kilómetro acercándome más a la verdad que Alessandra había estado escondiendo durante años. Pero, ¿qué verdad podría yo esconder de ella ahora? Había tratado de protegerla del dolor, pero, en cambio, solo había sembrado más desconfianza entre nosotros.