Alessandra
La luz de la mañana se filtraba suavemente por las cortinas, bañando la habitación en tonos dorados. Todavía medio dormida, sentí una caricia cálida y familiar en mi mejilla. Sonreí antes de abrir los ojos, sabiendo quién era sin necesidad de verlo.
Abrí lentamente los ojos y lo encontré a él, Alex, inclinado sobre mí, con esa sonrisa que siempre lograba derretir mis defensas. Sus dedos recorrían mi rostro con ternura, como si estuviera grabando cada detalle en su memoria. Mi corazón se llenó de una sensación de paz y felicidad, un sentimiento que había anhelado por tanto tiempo.
—Buenos días —susurró, su voz ronca y suave a la vez.
—Buenos días —respondí, mi voz adormilada. Alzando una mano, acaricié su mejilla, sintiendo la ligera aspereza de su barba. No pude evitar sonreírle de vuelta—. Esto es real, ¿verdad?
—Más real de lo que podrías imaginar —dijo Alex, inclinándose para besarme. Sus labios eran suaves y gentiles, su beso una promesa silenciosa de amor y devoción.
Nos quedamos así, perdidos en nuestro pequeño mundo, el tiempo suspendido mientras disfrutábamos de la presencia del otro. Pero el silencio fue roto por un sonido de pasos apresurados y risas que se acercaban. Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, la puerta de la habitación se abrió de golpe y las niñas irrumpieron en la habitación.
—¡Mamá! ¡Papá! —gritó Samantha, lanzándose sobre la cama con un salto que hizo rebotar el colchón.
Emma la siguió, riendo, y se unió al caos de almohadas y mantas. Ambas se tiraron a nuestro lado, riendo y jugando, llenando la habitación con su alegría contagiosa. Samantha se acurrucó contra mi costado, mientras Emma hacía lo mismo con Alex.
—¿Están despiertos? —preguntó Samantha, mirando entre nosotros con una expresión traviesa.
—¡Obvio que estamos despiertos ahora! —dije riendo, haciendo cosquillas a Samantha, quien soltó un chillido de alegría.
Alex se unió al juego, atrapando a Emma y haciéndole cosquillas hasta que ambas niñas se retorcieron de risa. Mi corazón se hinchó de amor al ver a Alex así, jugando con ellas, siendo el padre que siempre supe que podría ser.
La risa llenó la habitación, y en ese momento, todo parecía perfecto. El dolor del pasado, las dudas, las incertidumbres, todo eso se desvanecía ante la calidez y la conexión que compartíamos. Las niñas eran la luz de nuestras vidas, y nosotros estábamos decididos a proteger esa luz, a construir un futuro donde la risa y el amor fueran la norma, no la excepción.
Después de unos minutos de juegos y risas, las niñas se quedaron quietas, cada una acurrucada a nuestro lado. Cerré los ojos por un momento, dejando que la calma me envolviera. Sentí la mano de Alex tomar la mía, entrelazando nuestros dedos con suavidad.
—Gracias —susurré, apenas audible, mirando a Alex. Él me devolvió la mirada, sus ojos llenos de amor.
—No, Alessandra. Gracias a ti —respondió él, apretando mi mano—. Por darme esta familia, por darme esta segunda oportunidad.
Y en ese momento, supe que lo que había empezado como un error del destino, se había transformado en algo hermoso, algo fuerte. Estábamos juntos, al fin, y eso era todo lo que importaba.
El sol brillaba en el cielo azul de Los Ángeles mientras me encargaba de preparar a Samantha y a Emma para el día. Sus risas y charlas llenaban la casa mientras las ayudaba a ponerse sus vestidos. Samantha insistía en que su lazo fuera perfectamente alineado, mientras que Emma simplemente quería llevar sus zapatos de princesa.
—Mamá, ¿crees que hoy podamos ir al parque? —preguntó Samantha, girando para mirarme con sus grandes ojos llenos de esperanza.
—Eso suena como una gran idea, cariño. Quizás después del desayuno —respondí, sonriendo mientras le arreglaba el lazo.
Emma, al escuchar la palabra "parque", dio un pequeño salto de alegría y corrió hacia la puerta de la habitación. La vida con las niñas siempre estaba llena de sorpresas y momentos de pura felicidad. Terminé de arreglarlas, y ambas salieron corriendo por el pasillo, ansiosas por comenzar el día.
Tomé un momento para respirar y observarlas antes de dirigirme a mi habitación. Al entrar, vi a Alex aún acostado en la cama, con los ojos entrecerrados, como si estuviera disfrutando de un momento de paz. Me miró y sonrió.
—Están listas, y muy emocionadas por el día —dije, apoyándome en el marco de la puerta.
—Perfecto —respondió él, con un brillo travieso en los ojos—. ¿Y tú? ¿Estás lista para enfrentar este nuevo día?
Sonreí y fui al baño. Sentía la tensión de los últimos días desvanecerse poco a poco, y la rutina de la mañana se volvía una fuente de consuelo. Me desvestí y me metí en la ducha, dejando que el agua tibia me cubriera, relajando mis músculos y despejando mi mente. Los últimos eventos habían sido un torbellino de emociones, pero hoy, aquí y ahora, sentía que todo estaba donde debía estar.
Salí de la ducha envuelta en una toalla, sintiendo el calor del agua aún en mi piel. Mientras buscaba ropa en el armario, sentí la presencia de Alex detrás de mí antes de que él me tocara. Sus brazos rodearon mi cintura, atrayéndome hacia él con un movimiento suave pero firme. El aroma de su loción me envolvió, y supe que mi corazón aún aceleraba cada vez que estábamos tan cerca.