Alex
El suave murmullo de la ciudad de Los Ángeles se filtraba por las ventanas de mi oficina en lo alto del edificio. El reloj marcaba las diez de la mañana, y ya había pasado varias horas revisando contratos, organizando reuniones, y respondiendo correos. Sin embargo, mi mente no lograba despegarse de la imagen de Alessandra, de su rostro sereno esa mañana al despedirme, de la dulzura en su mirada cuando me había dado un beso antes de salir. Todo parecía demasiado bueno para ser cierto, como si este momento de paz fuera solo una ilusión a punto de desvanecerse.
Justo cuando estaba a punto de llamar a mi asistente para que trajera más café, el teléfono de mi escritorio sonó. Reconocí el número de inmediato, y mi cuerpo se tensó instintivamente. Era Eloisa.
Suspiré antes de responder, preparándome mentalmente para lo que fuera a decir.
—Eloisa —dije con un tono neutral, tomando el teléfono.
—Alex, ¿puedes explicarme por qué Emma está pasando tiempo con Alessandra? —su voz, cargada de reproche, atravesó la línea telefónica con la fuerza de un látigo.
Permanecí en silencio por un momento, sabiendo que no importaba lo que dijera, Eloisa encontraría la forma de torcerlo a su favor.
—Eloisa, Emma está bien. Alessandra la cuida como si fuera su propia hija, y Emma adora estar con Samantha. No hay ningún problema con que pase tiempo con ellas —respondí con calma, tratando de evitar una confrontación.
Escuché un suspiro de exasperación al otro lado de la línea.
—¿No te das cuenta del peligro que esto representa? Alessandra podría estar tratando de alejarte de Emma, usándola como un medio para manipularte —espetó, su voz cada vez más aguda.
Reprimí un gemido de frustración. Sabía que Eloisa estaba acostumbrada a tener el control, a dictar las reglas, pero este no era su terreno. Esto era entre Alessandra, Emma y yo.
—Eloisa, escúchame bien. Alessandra no está manipulando a nadie. Si Emma está feliz y quiere pasar tiempo con ellas, entonces no tengo problema con eso. Además, Alessandra es la madre de Samantha. Tiene el derecho de estar en la vida de su hija y, por extensión, de Emma también —dije, con un tono firme que no dejaba lugar a dudas.
Un silencio cargado se instaló entre nosotros antes de que Eloisa hablara nuevamente.
—Me estás decepcionando, Alex. Pensé que eras más inteligente que esto. No puedes dejar que Alessandra te embauque con su cara bonita y dulces palabras. Al final, solo te utilizará y te dejará como lo hizo antes —acusó.
Sus palabras me hirieron más de lo que esperaba, pero no dejé que lo notara.
—Eloisa, lo que pasó entre Alessandra y yo en el pasado no es de tu incumbencia. Y respecto a Emma, te aseguro que jamás permitiré que nadie la dañe. Ni siquiera tú con tus paranoias. Emma está bien y seguirá pasando tiempo con Alessandra si así lo desea —corté, sin permitirle continuar con su discurso.
Antes de que pudiera responder, colgué el teléfono y lo dejé caer sobre el escritorio, frotándome las sienes con los dedos. Las palabras de Eloisa me habían dejado un sabor amargo en la boca. Aunque sabía que su preocupación venía de un lugar de miedo y protección, su constante interferencia era agotadora.
Miré por la ventana, tratando de aclarar mis pensamientos. La vista de la ciudad se extendía ante mí, con sus rascacielos y tráfico interminable. Sin embargo, en medio de todo ese caos, pensé en la paz que había encontrado en los últimos días con Alessandra y las niñas.
Sabía que no sería fácil. Siempre habría obstáculos, siempre habría voces como la de Eloisa, tratando de sembrar la duda. Pero también sabía que no estaba dispuesto a dejar que nada ni nadie arruinara lo que estaba construyendo con Alessandra y nuestras hijas.
Tomé el teléfono nuevamente y marqué el número de mi asistente.
—Patricia, cancela mi próxima reunión y prepara el coche. Necesito salir —ordené.
Iba a encontrarme con Alessandra y las niñas. Necesitaba verlas, estar cerca de ellas, y asegurarme de que, sin importar las tormentas que se avecinaran, estaríamos juntos para enfrentarlas.
Después de colgar el teléfono, me quedé un momento más en mi oficina, intentando calmar la ira que las palabras de Eloisa habían desatado. Sabía que no debía dejar que me afectara tanto, pero no podía evitar sentirme frustrado por su constante desconfianza. Había esperado que, con el tiempo, pudiera entender y aceptar la nueva dinámica que estaba tratando de construir. Sin embargo, estaba claro que su resistencia no iba a desaparecer fácilmente.
Respiré hondo y me dirigí hacia la puerta. Mis pensamientos se centraron en Alessandra y las niñas. A pesar de las complicaciones y los desafíos, ellas eran mi refugio, mi hogar. Y hoy, más que nunca, necesitaba sentir ese calor, esa conexión que habíamos estado construyendo.
Decidí que, antes de ir a verlas, haría algo especial. Alessandra se merecía un gesto que demostrara cuánto la valoraba, cuánto deseaba recuperar su confianza. Y las niñas... bueno, sabía que a Samantha y a Emma les encantaban los dulces, y no podía dejar pasar la oportunidad de ver sus caritas felices cuando les llevara una sorpresa.
Con esa idea en mente, llamé a mi chofer y le pedí que me llevara a la floristería favorita de Alessandra. Era un pequeño lugar en el centro de Los Ángeles, conocido por sus arreglos únicos y la calidad de sus flores. A Alessandra siempre le habían gustado las orquídeas blancas, y recordaba que una vez me había dicho que le parecían elegantes y delicadas, como si cada pétalo contara una historia. Pensé que un ramo de esas flores sería perfecto para ella.