Alessandra
Mientras cerraba la puerta detrás de Alex y Emma, sentí la quietud de la casa. Solo por un momento, el silencio me pareció reconfortante. Estaba acostumbrada a la tranquilidad, pero desde que Alex y Emma habían entrado en nuestras vidas, el silencio se sentía diferente, más vacío. Suspiré, tratando de concentrarme en los planes para el día.
Samantha se acercó, tirando de la manga de mi blusa, con su rostro iluminado por una sonrisa traviesa. Sus ojos brillaban con entusiasmo, y podía adivinar que estaba tramando algo.
—Mami, ¿podemos ir a comprar el regalo de cumpleaños de Emma hoy? —preguntó con una emoción apenas contenida en su voz—. Quiero encontrar algo especial para ella, algo que le guste mucho. ¡Mañana es su cumpleaños y quiero que sea un día perfecto!
Miré a Samantha, notando cómo sus mejillas se sonrojaban de emoción. Mi corazón se hinchó de amor por mi hija. Siempre había sido tan considerada, tan cariñosa con los demás, y ver cómo se preocupaba por Emma, una niña que apenas conocía hace poco, me llenaba de orgullo.
—Claro que sí, mi amor —respondí, sonriendo mientras acariciaba su cabello—. Iremos a buscar el regalo perfecto para Emma. Estoy segura de que con tu ayuda encontraremos algo que le encantará.
Samantha aplaudió y me abrazó con fuerza. Su entusiasmo era contagioso, y me encontré riendo junto con ella. La vida tenía una forma extraña de ponernos en los caminos menos esperados, pero en momentos como estos, todo parecía encajar, como si estuviéramos exactamente donde debíamos estar.
—¿Podemos ir a la tienda de juguetes grande? —pidió Samantha, sus ojos ampliándose con esperanza—. He escuchado que tienen de todo, y quiero encontrar algo realmente especial para Emma.
—Eso suena como una gran idea —respondí, viendo la emoción que irradiaba de su pequeña figura—. Ve por tus zapatos, y nos vamos en seguida.
Samantha salió corriendo hacia su habitación, dejando eco de risas en el aire. Me quedé allí un momento, disfrutando del sonido. Mi vida había cambiado tanto en los últimos días, y aunque el futuro aún era incierto, estos pequeños momentos de felicidad me daban esperanza.
Recogí mi bolso y revisé mi celular. Ningún mensaje de Alex, lo cual estaba bien. Sabía que tenía cosas que hacer en la villa, y yo tenía que concentrarme en mi hija, en nuestro día. Hoy se trataba de celebrar, de crear recuerdos felices, y de mostrarle a Samantha que, a pesar de todo, siempre estaríamos bien.
Poco después, salimos de la casa y nos dirigimos al coche. El sol brillaba con fuerza, prometiendo un día perfecto. Samantha no dejó de hablar durante todo el trayecto, enumerando todas las cosas que Emma podría querer, desde muñecas hasta libros y peluches. Su entusiasmo llenaba el coche, y yo escuchaba, disfrutando de su voz alegre.
Cuando llegamos a la tienda de juguetes, me di cuenta de que había tomado la decisión correcta al permitir que Emma se quedara con nosotros. Ver a Samantha tan feliz, tan llena de vida, valía cualquier conflicto o desafío que pudiera surgir con Eloísa o con el pasado de Alex. Al final del día, lo que importaba eran los recuerdos que estábamos creando, los lazos que estábamos fortaleciendo.
Juntas, Samantha y yo recorrimos los pasillos de la tienda, examinando cada juguete, discutiendo sobre cuál sería el regalo perfecto para Emma. Finalmente, encontramos un set de arte, con pinturas, pinceles y lienzos pequeños. Samantha estaba convencida de que a Emma le encantaría, y yo confié en su intuición. Mi pequeña siempre había tenido un talento especial para saber lo que los demás necesitaban.
—Este es el regalo perfecto —declaró Samantha con una sonrisa de satisfacción mientras lo metíamos en el carrito de compras—. Emma va a ser tan feliz mañana.
Le devolví la sonrisa y le acaricié el cabello con ternura. En momentos como estos, mi corazón se llenaba de gratitud. No importaba lo complicado que pudiera ser el camino por delante, mientras tuviera a mis hijas y a Alex a mi lado, sabía que todo estaría bien.
Después de salir de la tienda de juguetes con el set de arte para Emma cuidadosamente guardado en una bolsa, Samantha y yo decidimos ir a almorzar a nuestro café favorito. Era un lugar pequeño y acogedor, con mesas al aire libre, rodeado de plantas y flores. Había algo en la atmósfera del lugar que siempre me tranquilizaba, y después de la intensidad de los últimos días, necesitaba esa paz.
—Mami, ¿puedo pedir una limonada de fresa? —preguntó Samantha, mirándome con ojos suplicantes mientras nos acomodábamos en una mesa junto a la ventana.
—Claro que sí, cariño —respondí, sonriendo. No había forma de negarle nada cuando me miraba así—. Y también pediremos un sándwich de queso y jamón, ¿te parece?
Samantha asintió entusiasmada, y mientras esperábamos que nos sirvieran, comenzó a contarme sobre los planes que había hecho con Emma para su cumpleaños en la playa. Era un placer verla tan emocionada, tan ilusionada con el viaje. Estaba segura de que esos días junto al mar serían memorables, no solo para las niñas, sino para todos nosotros.
—Emma y yo vamos a construir el castillo de arena más grande que hayas visto jamás —dijo Samantha con una sonrisa—. Y después vamos a recoger conchas y a jugar en las olas.
—Eso suena maravilloso, mi amor —le respondí, sintiéndome cálida por dentro al escuchar su risa alegre—. Estoy segura de que será el mejor cumpleaños para Emma. Y también para ti, Samantha. Mereces toda la felicidad del mundo.
El almuerzo transcurrió tranquilo, lleno de risas y charlas sobre la playa, los juegos y las sorpresas que teníamos planeadas. Mi mente se relajó, alejándose por un momento de las preocupaciones, concentrándose solo en el presente, en mi hija, en la promesa de un día perfecto.
Regresamos a casa después de comer, y tan pronto como entramos, Samantha se apresuró a sacar el set de arte para envolverlo. La observé mientras trabajaba con dedicación, concentrada en no rasgar el papel de regalo y asegurándose de que el lazo estuviera perfecto. Mi corazón se llenó de ternura. Era en esos pequeños gestos donde veía reflejada su bondad y su enorme corazón.