Entre Deseo Y Redencíon

Capitulo 20

Alex

Desperté con una sensación de calidez envolviéndome. Lo primero que noté fue el peso suave y familiar de Alessandra sobre mi pecho. Estaba profundamente dormida, con su cabeza apoyada sobre mi corazón, y sus brazos me rodeaban como si fuéramos una extensión el uno del otro. Me quedé quieto, sin querer moverme para no despertarla, disfrutando de ese momento de tranquilidad.

Abrí los ojos lentamente, dejándome llevar por el silencio de la cabaña y por la calma que se respiraba en el aire. Miré su rostro, aún relajado por el sueño, y no pude evitar sonreír. Todo esto, esta vida que estábamos construyendo juntos, parecía irreal a veces, pero aquí estábamos, juntos, después de todo. El anillo que le había puesto la noche anterior brillaba en su mano, y ver ese símbolo en su dedo me llenó de una felicidad indescriptible.

No había un lugar en el mundo donde preferiría estar. Tenerla así, tan cerca, sobre mí, como si estuviéramos hechos el uno para el otro, me hacía sentir completo. La amaba más de lo que había creído posible. Con cada día que pasaba, ese amor crecía, se profundizaba de una manera que me sorprendía. La forma en que me miraba, la manera en que compartía su vida conmigo, cómo enfrentaba cada reto… Todo de ella me hacía querer ser mejor, por ella, por nosotros.

Acaricié suavemente su espalda con una mano, disfrutando de la suavidad de su piel contra mis dedos. Quería grabar este momento en mi mente, porque era uno de esos instantes que no se repetían. Alessandra era mi mundo, y tenerla aquí, sobre mí, era la prueba de que todo había valido la pena. Las dudas, las peleas, las decisiones difíciles… todo había sido por esto, por nosotros.

"Te amo," pensé, aunque no lo dije en voz alta. Sabía que lo sentía, lo sabía cada vez que la miraba, cada vez que la tocaba. Me incliné ligeramente para besar su frente, con la esperanza de que su sueño continuara un poco más.

Ella se movió un poco, acomodándose más cerca de mí, y en ese momento, sentí que no podría ser más feliz que en este instante.

Sentí cuando Alessandra comenzó a moverse ligeramente sobre mí, despertando. Su respiración cambió, y unos segundos después, levantó la cabeza y abrió los ojos, mirándome con esa mezcla de sueño y ternura que siempre me desarmaba.

—Buenos días— dije con una sonrisa, aprovechando la oportunidad para inclinarme y besarla suavemente en los labios. Sentí cómo correspondía al beso, y no pude evitar profundizarlo un poco más, disfrutando de la cercanía. Cuando finalmente nos separamos, me quedé mirándola, perdiéndome en sus ojos.

—Te amo, Alessandra— susurré, sabiendo que nunca me cansaría de decirlo. Cada vez que lo hacía, sentía que las palabras se quedaban cortas, pero era lo mejor que podía hacer para expresar lo que sentía. —Te amo más de lo que puedo explicar.

Ella me sonrió, ese gesto que iluminaba todo a su alrededor, y me hizo sentir como el hombre más afortunado del mundo. Me quedé observándola por un momento más, hasta que finalmente no pude contenerme.

—Entonces... ¿cuándo nos casamos?— solté con una risa suave, aunque la pregunta era completamente seria. No podía esperar más para hacerla oficialmente mi esposa, para comenzar esta nueva etapa de nuestras vidas.

Alessandra se quedó pensativa por un segundo, pero la chispa en sus ojos me dijo que también estaba emocionada. Me incliné de nuevo hacia ella y añadí,

—Tendremos que decírselo a las niñas, y por supuesto, a Daniel y a Eloisa. No sé cómo van a reaccionar, pero quiero que lo sepan lo antes posible.

Me imaginé por un momento a Samantha y a Emma cuando les diéramos la noticia. Seguro estarían emocionadas, sobre todo Samantha, quien siempre había sido tan cercana a Alessandra. —A las niñas les va a encantar la idea— dije con una sonrisa, pensando en sus caritas felices cuando les dijéramos que finalmente nos íbamos a casar.

Me quedé en silencio por un segundo, disfrutando del brillo en los ojos de Alessandra. —Así que... ¿qué te parece si les contamos hoy mismo?

Después de compartir esa mañana con Alessandra, decidimos que ya era hora de contarle a las niñas y a Daniel la gran noticia. Mientras conducíamos hacia la casa de su padre, sentía un nudo en el estómago, no por dudas, sino por la expectativa de cómo reaccionarían las niñas. Sabía que a Samantha le encantaría, pero de alguna manera, aún me preguntaba cómo lo tomaría Daniel.

Alessandra iba tranquila a mi lado, con una mano sobre mi pierna y una sonrisa que no podía disimular. Cada vez que la miraba, recordaba cómo me había dicho que sí en esa cabaña, bajo las luces suaves y las flores.

Cuando llegamos a la casa de Daniel, sentí una mezcla de emoción y nervios. Las niñas estarían en el jardín, siempre jugando juntas, y seguramente nos estarían esperando. Entramos y fuimos recibidos por Daniel y Eloisa, que estaban sentados en la sala.

—Mamá, papá —dijo Alessandra con esa firmeza suave que tanto me gustaba en ella—, tenemos algo importante que contarles.

Daniel alzó una ceja, curioso, y Eloisa nos miró con una sonrisa contenida, como si ya se imaginara de qué se trataba. Justo en ese momento, las niñas entraron corriendo, Samantha con su típica energía, seguida de Emma, más tranquila pero igualmente curiosa.

—¡Mamá! ¡Papá! —gritó Samantha mientras se lanzaba hacia nosotros—. ¡Pensé que no iban a venir hoy!




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