Entre Deseo Y Redencíon

Epilogo

El sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte, pintando el cielo de tonos naranjas y rosados que parecían acariciar la tierra suavemente. Me encontraba en el jardín de nuestra casa, observando cómo Samantha y Emma corrían entre las flores, sus risas llenando el aire de una alegría que me resultaba tan familiar como el latido de mi propio corazón.

Habían pasado ya varios meses desde el día de nuestra boda, pero a veces me parecía que todo había sido un sueño, uno del que no quería despertar. Alex, como siempre, estaba cerca. Lo veía desde donde estaba, observando a las niñas con una sonrisa tranquila, esa que me recordaba cada día que habíamos construido algo más grande que nuestras heridas del pasado. Algo más fuerte.

Nunca imaginé que estaría aquí, en este punto de mi vida, con un esposo que me mira como si fuera la única persona en el mundo y con dos hijas que me llenan de un amor que no sabía que existía. Hubo un tiempo en que pensé que el destino me había arrebatado demasiado. Pero hoy, mientras siento la brisa suave del atardecer y escucho el canto de las aves, sé que cada obstáculo, cada desafío, me condujo exactamente a este lugar.

Recuerdo el día de la boda como si hubiera sido ayer. La emoción en los ojos de Alex mientras caminaba hacia él del brazo de mi padre. Los votos que nos dimos, llenos de promesas de amor, apoyo y respeto. Y, sobre todo, la certeza de que habíamos encontrado nuestro hogar el uno en el otro. Cada día desde entonces ha sido una reafirmación de esas promesas. No ha sido siempre fácil, pero nada verdaderamente valioso lo es. Y lo que tenemos es más valioso que cualquier cosa que hubiera podido imaginar.

Me levanto lentamente y camino hacia Alex, dejando que la calidez del sol que se oculta acaricie mi piel. Cuando estoy a su lado, él me mira, y en sus ojos encuentro la misma intensidad de siempre. Esa chispa que me dice que, sin importar lo que venga, lo enfrentaremos juntos.

—¿En qué piensas? —me pregunta, tomando mi mano y entrelazando sus dedos con los míos.

—En lo afortunada que soy —le respondo, sonriendo suavemente—. En todo lo que hemos construido.

Alex me aprieta la mano y sus ojos se suavizan aún más.

—Lo que hemos construido es solo el comienzo —me dice, y sé que lo dice en serio. Porque con él, cada día parece una nueva oportunidad para crecer, para amar más profundamente.

Miro a nuestras hijas, que ahora se han sentado bajo un gran árbol, jugando con las flores que han recogido. Y entonces lo sé con una claridad absoluta: mi vida es completa. No porque todo sea perfecto, sino porque he aprendido a amar las imperfecciones. He aprendido que las sombras del pasado no tienen por qué definir el futuro, y que el amor, cuando es verdadero, es lo suficientemente fuerte como para sanar cualquier herida.

—Lo sé —susurro, apoyando mi cabeza en su hombro mientras el último rayo de sol desaparece en el horizonte—. Y no puedo esperar a ver lo que el futuro nos tiene preparado.

Puedo sentir la calidez del cuerpo de Alex a mi lado, y su simple presencia me reconforta de una manera indescriptible. Es curioso cómo todo ha cambiado. Cómo el peso de las heridas del pasado se ha aligerado con el tiempo, reemplazado por una serenidad que nunca creí posible. Recuerdo cuando solíamos ser dos personas heridas, incapaces de dejar atrás lo que nos había marcado. Y ahora, aquí estamos, juntos, más fuertes de lo que jamás imaginé.

Alex baja la mirada hacia mí, sus ojos reflejando el mismo amor que siento. Es en esos momentos cuando me doy cuenta de cuánto hemos crecido. A pesar de todo, hemos elegido el amor, una y otra vez, y eso ha hecho la diferencia.

—¿Sabes? —le digo, rompiendo el silencio, pero manteniendo mi cabeza apoyada en su hombro—. Siempre pensé que nunca encontraría un lugar donde sentirme verdaderamente en paz. Pero aquí, contigo, con nuestras hijas… siento que finalmente lo he encontrado.

Alex me rodea con su brazo, atrayéndome más cerca.

—Este es nuestro lugar —susurra—. Donde quiera que estemos juntos.

Sus palabras se sienten como un ancla, estabilizándome en el presente. Y en ese momento, me doy cuenta de lo lejos que hemos llegado. Este jardín, esta casa, nuestra vida juntos, todo es un símbolo de lo que hemos logrado. Nos hemos enfrentado a la adversidad y, a pesar de ello, hemos salido más fuertes.

Samantha y Emma siguen jugando, ajenas a las profundidades de nuestros pensamientos, y sus risas son como una melodía que acompaña la calma del atardecer. Miro a nuestras hijas y me invade una oleada de gratitud. No solo por ellas, sino por todo lo que representan. Son el fruto de nuestro amor, de nuestras decisiones, de nuestra capacidad de sanar y seguir adelante.

—Nunca pensé que podría ser tan feliz —le digo a Alex, sinceramente—. Hay días en que todavía me sorprende lo que hemos creado juntos.

—¿Y por qué no deberías serlo? —responde con esa sonrisa juguetona que me enamoró hace tanto tiempo—. Te lo mereces, Alessandra. Nos lo merecemos.

Sonrío, dándole la razón. Nos hemos ganado esta felicidad. Ha sido un camino lleno de altibajos, de momentos de duda y de dolor, pero todo eso parece ahora un eco lejano. Lo importante es lo que tenemos ahora, y lo que sigue por venir.

Después de un rato, las niñas corren hacia nosotros, cansadas pero felices. Alex las levanta, una en cada brazo, y sus risitas son música para mis oídos. Lo observo con ellas, y una ola de amor me inunda. Verlo así, siendo un padre increíble, tan lleno de amor por nuestras hijas, me hace sentir que todo ha valido la pena.




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