Entre Dos Lunas

Despertar

Todo fue tan repentino, Juan Antonio conducía ensimismado en sus pensamientos, apenas caía la noche, pero la oscuridad se hacía cada vez más densa, a lo lejos alcanzaba a vislumbrar algunas luces que se perdían en la distancia, deseaba tanto llegar a casa y darse un baño caliente, no era normal en esas latitudes, pero el frío calaba hasta los huesos, el frente frío número 26 había hecho caer la temperatura, así que encendió la calefacción de su camioneta, sintonizó una estación radial con buena música y se dispuso a tener un buen viaje de regreso; conducía por la carretera México–Toluca, había participado como conferencista en el XI Simposio de Arqueología en la Universidad Autónoma del Estado de México; su puesto como investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia, le daba la oportunidad de trabajar en lo que tanto le apasionaba, las culturas prehispánicas; desde niño había sentido una total fascinación por ellas, era común que sus padres lo encontraran absorto hojeando libros del México Prehispánico o de arqueología en la casa de su abuelo, sus padres siempre dijeron que era porque lo llamaba la sangre de sus antepasados; así que no fue extraño cuando se matriculó en la carrera de arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, ni sus múltiples premios a la excelencia académica, los que le permitieron que, aún sin haberse graduado consiguiera formar parte de la plantilla de investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia, y que ahora, a sus 27 años, estuviera a la cabeza de importantes proyectos, como las excavaciones en el Templo Mayor en la ciudad de México y el proyecto Tlalocan en Teotihuacan.

Ese martes, muy de mañana, condujo hacia Toluca para su conferencia, al terminar visitó la zona arqueológica de Calixtlahuaca acompañado de algunos colegas y profesores de la universidad. Ya de regreso a casa, mientras conducía por el tramo La Marquesa–Toluca, hacía una planeación mental del día siguiente, nada fuera de lo común, regularmente su día a día era trabajar en las zonas de las excavaciones en Teotihuacan o en el Templo Mayor y visitar las bodegas del Museo Nacional de Antropología o del Museo del Templo Mayor, en donde se almacenaban los hallazgos que se hacían; la noche espesaba y el cansancio calaba, cuando de pronto a su izquierda, en las alturas, apareció un enorme ser alado, sus ojos rojos brillaban en el fondo de su silueta oscura, en tanto que la luz de la luna permitía apreciar 2 pequeñas protuberancias sobre la cabeza y un pico perfectamente curvo, el extraño ser lanzó un agudo silbido al tiempo que levantó las alas para dejarse caer en picada contra la camioneta de Juan Antonio, fue imposible poder controlar el vehículo, dando un volantazo invadió el carril contrario, golpeando de lleno un carro compacto que iba pasando.

Ahora todas las ideas se agolpaban en su cabeza, detenido en los separos de la policía estatal, le estaba resultando muy difícil asimilar lo sucedido, más difícil aún fue cuando le fue notificado el deceso del otro conductor, se sentía abrumado, no podía hilar sus ideas, ¿cómo era posible que por su causa alguien hubiera perdido la vida? no lo comprendía. Fue necesario llamarle a su abuelo, el señor don Pedro Velázquez, para que lo ayudara a contactar a los abogados para que lo orientaran en la difícil situación en la que se encontraba.

Se necesitaron varias horas para que lograran que quedara libre, bajo la acusación de homicidio imprudencial, no se utilizó el argumento de la extraña visión que tuvo, pero los resultados negativos en las pruebas de alcoholemia y antidoping ayudaron a acelerar la liberación.

Pasaba del mediodía del miércoles cuando, Juan Antonio, salió de los separos acompañado de su abuelo, -esto es algo que cargaré sobre mis hombros por el resto de mi vida- dijo Juan Antonio con una voz que más bien pareció para sí mismo, -hijo has quedado marcado con sangre, pero al igual que todos los que están detrás de ti, saldrás victorioso- contestó el abuelo, Juan Antonio quedó confundido con sus palabras, pero prefirió callar, suspiró al tiempo que ambos subían apesadumbrados al pequeño Tsuru blanco de Don Pedro y se perdieron entre las calles de la ciudad de México.

Su abuelo lo acompañó el resto de la tarde, en su condominio de Jardines del Sur en Xochimilco, era un lugar acogedor y limpio, pero un tanto desordenado por la inmensa cantidad de libros y cajas de reportes que se encontraban diseminadas por distintos lugares de la pieza.

Juan Antonio se dejó caer pesadamente en uno de los sillones tapizados en piel negra, con la cara hundida entre las manos, seguía sin poder dar crédito al vuelco que había dado su vida en solo 24 horas, por más que Don Pedro buscaba palabras que lo confortaran estas nunca llegaron, hubiera querido también quedarse esa noche para hacerle compañía, pero Juan Antonio preferiría quedarse solo para asimilar de una vez por todas lo que había pasado, así que llegada la noche el abuelo se retiró dejándolo solo, con su culpa a cuestas. Juan Antonio no había probado bocado en todo el día, así que después de tomar un largo baño tibio, se envolvió en una suave bata, fue a la cocina, untó con queso crema un par de rebanadas de pan de ajo, se sirvió una copa de vino y se dispuso a hacer un recuento mental del suceso y así, en la soledad, desanduvo el camino, paso a paso, para poder dar orden a la mar de ideas que pasaban por su cabeza; las horas pasaron entre sus pensamientos y la oscuridad de su departamento, casi sin darse cuenta comenzó a dormitar sentado en un cómodo sillón reclinable y, sucedió de nuevo, aquellos mismos terribles ojos rojos volvieron a aparecer, inmóviles lo veían sin verlo desde un rincón, Juan Antonio no daba crédito a lo que veía, apenas atinó a lanzar un leve gemido de sorpresa, se levantó de golpe, dando tumbos y traspiés llegó hasta el apagador y encendió las luces, un leve sudor frío recorría su frente mientras miraba a su alrededor sin encontrar nada, solo sombras y silencio, -¡Dios mío, me estoy volviendo loco!- pensó, mientras jalaba una bocanada de aire y trataba de normalizar su respiración; eran las 3:30 de la mañana.




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