IGNACIO
No me imagino en los brazos de otra mujer que no sea Dani. Su cuerpo, que en su momento fue algo prohibido para mí, se ha convertido en mi refugio. Es el deseo de todo hombre; hermosa, inteligente y con una madurez que me vuelve loco. Mis manos acarician sus muslos, su cintura y sus pechos. Sus ojos brillan con el deseo que siente, y no puedo negarlo, yo siento lo mismo.
—¿Qué hora es? —Su voz suena ronca mientras se mueve debajo de mí, alcanzando a ver el reloj que está en mi mesa de noche.
—La hora de volver a sumergirme en tu cuerpo —respondo, y una risa escapa de sus labios antes de que me bese.
—Hablo en serio, Ignacio —ruedo los ojos y la dejó libre de mi peso.
Ella se levanta de la cama, y sus ojos me miran con una pícara sonrisa en el rostro.
—Quédate unos minutos más.
—Sabes que no puedo —dice, consciente de que es la primera noche que se queda a dormir en casa y ya ansío que se repita —. Alexander ha estado extraño estos últimos días. Me pregunta si tengo a alguien y me pide que confíe en él lo suficiente para decírselo.
—Es nuestra oportunidad para decirle que nos amamos y queremos su aprobación para estar juntos, Dani —Salto de la cama y la abrazo—. Sé que tienes miedo de su reacción, pero no estás sola.
—Déjame pensarlo, ¿Sí? —acuna mi rostro entre sus manos—. Quiero creer que lo tomará bien; conoces a Alexander mejor que yo.
—Está bien.
Beso su frente y me dirijo al baño, dejándola un momento sola para que se aliste.
Quiero darle su tiempo para que hable con Alexander, pero no logro mantener la calma cuando estamos juntos. Quiero que el mundo se entere de que tengo al lado a la mujer que amo. Deseo presumir que ella está a mi lado y otorgarle el valor que merece. No quiero mantener esta relación oculta por más tiempo; no estamos haciendo nada malo. ¿Tan difícil es entender que estamos enamorados y que la edad me importa una mierda cuando se trata de ella?
Me desvisto y me meto bajo la ducha. El agua me ayuda a calmarme y a pensar con claridad. No debo presionarla, o si no, la perderé. La cortina se desliza y la mujer de mis sueños me sonríe antes de unirse a mí. La beso y, por segunda vez, hacemos el amor.
****
Dejo a Daniela en su casa y me apresuro para llegar a tiempo a la oficina; tenemos una reunión y voy tarde. Sé que recibiré un regaño de Alexander, pero sería aún peor si supiera la razón de mi retraso. Una sonrisa aparece en mi rostro y me siento afortunado de tener a una mujer como Daniela a mi lado. Qué mal momento para ser mi mejor amigo, Alexander, realmente muy mal.
Mi celular suena y, al mirar la pantalla, es Violeta. Acepto la llamada y la pongo en altavoz.
—¿Qué quieres, Violeta? —le pregunto con humor.
—¿Por qué todos me hablan tan feo? —La escucho sollozar y detengo mi auto—. Nadie me entiende.
Violeta ha estado sensible en el último mes de su embarazo. Nada de lo que haga Alexander por ella parece agradarle; siempre debemos estar pendientes de lo que decimos. O se pone a llorar, o simplemente nos insulta sin ninguna razón aparente. Esa mujer está loca.
—Cálmate, rubia —le digo—. Ponerte así le hace daño a los bebés.
—¿Dónde estás?
—De camino a la empresa —Enciendo el auto de nuevo y cambiando de ruta para ir a su casa; siempre es lo mismo.
—¿Puedes venir por mí? —me la imagino haciendo de puchero—. Quiero ver a Alexander.
—Violeta, tienes más de diez guardaespaldas a tu disposición y siempre me llamas a mí para que sea tu chófer. Voy a exigirle al idiota de tu esposo un bono extra —le digo, fingiendo estar molesto.
—Es que me caen mal —se queja—. Además… —Ya viene con su drama—. Tú eres el padrino y debes consentirlos.
—Será a ti —escucho su risa y disfruto de verla feliz—. Voy por ti.
—Gracias, te quiero.
Cuelgo y me siento un imbécil por haberme dejado manipular por una mujer más joven y embarazada. Pero la amo; Violeta se ha ganado mi cariño y la protegeré. Se ha convertido en mi mejor amiga.
Al llegar a la mansión, la encuentro afuera esperándome. Su sonrisa ilumina su rostro al verme; viene hacia mí casi corriendo, y cierro los ojos para evitar mirarla. Alexander le daría algo si la viera. Violeta se ha convertido en lo más valioso para él y siempre intenta que no haga esfuerzos. Si fuera por él, la tendría encerrada. Ella abre la puerta y sube, besando mi mejilla.
—Debería tener un salario por esto, rubia —se ríe.
—No seas exagerado.
—Cuando Alexander te vea llegar a la empresa sin los guardaespaldas, no le va agradar nada —ella rueda los ojos.
—Lo sé —se acomoda en el asiento—. Pero me estresa que esos gorilas estén todo el día pegados a mí.
Alexander, desde que supo del embarazo, ha estado muy sobreprotector con Violeta. Eso, incluso a mí, me asfixia.
Me muestra el ecograma que se realizó la semana pasada; los gemelos están grandes y no puedo creer que Violeta vaya a tener dos. Es una locura.
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Editado: 27.06.2025