CLARISSA
Miro mi reflejo en el espejo y me repito que no dejaré que Gabriela se meta con mi estilo nunca más. Luzco como una modelo sin cerebro que solo se preocupa por su apariencia y carece de inteligencia. El vestido color verde que mi hermana me obligó a ponerme me incomoda; se me sube con cada movimiento que hago. Lo único que le reconozco es el maquillaje sencillo y el recogido en mi cabello.
—Es solo un almuerzo. Me parece innecesario tener que vestirnos de esta manera —digo en voz alta para que me escuche.
—Deja de quejarte y ayuda a acomodar la mesa —me ordena desde la cocina.
Pequeña mocosa, es la menor y se cree la mayor. Dejo atrás la pelea con mi vestido y me dirijo al comedor. Cambio el mantel por uno más presentable y acomodo los platos y cubiertos como me enseñó mi madre hace años. Su familia es italiana, así que los modales eran importantes para ella. A pesar de haberse criado en un hogar en donde la clase era lo primero, no pudo evitar enamorarse de mi papá, un venezolano que emigró hace años a México. Con su humor y su forma tan hermosa de ser, logró conquistarla, haciendo que mi madre dejara todo por él.
Cuando termino, suena el timbre de la casa. Mi hermana se coloca a mi lado y toma mi mano. Mi padre abre la puerta y escuchamos varias voces. Cuando aparecen delante de nosotras, la señora Monica abre los ojos y mira a mi padre con asombro.
—Es la copia de Beatriz —no me sorprende lo que dice, siempre me lo mencionan.
—Mis dos princesas, Clarissa y Gabriela —dice papá, como si tuviéramos cinco años, qué vergüenza.
Su esposo es un hombre muy educado, pero no puedo decir lo mismo de sus hijos. El mayor, Theodoro, Gabriela, tuvo que aguantar la risa cuando escuchamos su nombre; es odioso y, para mi mal gusto, coqueto. En cambio, Félix, bueno, me cae mejor, pero es más callado y nos observa como si fuéramos lo peor de la humanidad.
Nos dirigimos al comedor y nos sentamos, quedando yo entre Gabriela y Theodoro. Mi padre comienza a servir la comida.
—Eres muy guapa —murmura Theo, para que solo yo lo escuche
—Mmm.
Pero el acoso y las palabras de Theo no se detuvieron ahí. Mientras mi padre conversa con los señores Domínguez, Gabriela y Félix disfrutan de su burbuja, ajenos a todo y concentrados en su comida. Por mi parte, tengo que soportar este infierno. Hasta que, en un arrebato de estupidez, él decide que sería muy buena idea colocar su asquerosa mano en mi pierna. Entorno los ojos y lo miro de reojo.
Con la mayor de las intenciones, muevo un poco el vaso de agua y, accidentalmente, provoco que se derrame en su entrepierna.
—Lo siento.
Se levanta y mueve la mesa un poco, logrando que los demás fijen su mirada en nosotros. Su rostro está rojo y su hermano no pierde la oportunidad de reírse de él, ocasionando que salga de la casa, hecho una furia.
—La verdad es que fue sin querer —mi padre me observa, tratando de encontrar la sinceridad en mis ojos.
—No te preocupes, querida —me dice Mónica—. Tiene esa mala costumbre de lanzarse como un verdadero don Juan a toda chica guapa que se le cruza. Le has dado una lección, y te lo agradezco.
Después de ese accidente, el niño malcriado decidió entrar y comportarse como corresponde. No volvió a insinuarse y pasamos una tarde agradable.
Si fuera por papá, habríamos amanecido aquí hablando de mi madre. Aunque Monica y su esposo son muy agradables, quería ir a mi habitación. Miro la hora en mi reloj y son las seis de la tarde.
—Es mejor que nos vayamos, querida —dice Rodrigo, el esposo de Monica—. No quiero que nos agarre la noche en la carretera.
—Tienes razón, cielo —Abrazó a mi padre y le besó la mejilla—. No sabes lo feliz que me hizo volver a verte, Franklin.
—A mí también, Mónica.
Se despide de mi hermana y de mí con un beso en la mejilla. Félix nos dice adiós con la mano y sale de la casa, seguido de Theo.
Respiro cuando la puerta se cierra y quedamos nuevamente en nuestra burbuja.
—¿Qué les pareció? —pregunta papá.
—El hijo mayor es un idiota —menciono mientras me siento en el mueble.
—Félix es más o menos pasable —dice Gabriela—. Pero estoy de acuerdo con Clari; con unos padres tan respetuosos y los hijos son unos maleducados.
Papá se ríe y se sienta a mi lado.
—Monica nunca tuvo padres presentes en su niñez —comenta mi padre—. Creo que, por esa razón, es tan dócil con sus hijos; quiere darles algo que ella jamás tuvo.
Papá se levanta y se retira a su habitación. Cuando estoy a punto de hacer lo mismo, Gabriela me detiene.
—¿Qué sucede? —La miro con curiosidad.
—Theodoro dejó algo para ti.
—¿De qué hablas?
—Mira —Abre su mano y muestra un papel—. Vamos a ver qué dice esta declaración de amor. —Ruedo los ojos y trato de quitárselo, pero no me deja—. Espérate —Golpea su pecho y se aclara la garganta—. “Eres un desafío que quiero descubrir. Perdón por haberte dado una mala impresión. Espero que me des una segunda oportunidad” ¡Oh, qué romántico! Justo abajo, deja su número de teléfono.
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Editado: 28.08.2025