Entre dos mujeres

CAPÍTULO 5

IGNACIO

Estuve hasta muy tarde con Alexander en el despacho. Después de terminar nuestra obra de arte para Violeta, hablamos de negocios y de lo feliz que está, pues falta poco para que los gemelos nazcan. Estoy feliz por él; soy testigo de su sufrimiento a lo largo de los años y de cómo la muerte de Anne le afectó, hasta llegar a creer que no volvería a ser feliz. Sin embargo, llegó Violeta a darle todo lo que él tanto deseaba: una familia.

—Será mejor que me vaya, ya es muy tarde —le dije.

—Espera, voy contigo —me responde mientras guarda los documentos en la caja fuerte.

Lo que menos quería era esa respuesta. Tenía la esperanza de ir a la habitación de Daniela y decirle cuánto la amaba, aunque solo fuera por un momento. Pero el hijo está arruinando mis planes para esta noche. No puedo decir que no; eso sería ponerme en evidencia delante de él.

Me acomodé la chaqueta y salí detrás de él. La casa estaba en un profundo silencio; se nos fue la hora sin darnos cuenta. Daniela ya se habrá ido a acostar. Alexander sigue siendo ese idiota que arruina todo, un imbécil. Salimos de la casa y subimos a mi coche. Sí, también tengo que llevarlo a su hogar, como un niño bueno.

—Te noto enfadado.

—Solo estoy cansado.

—¿Seguro? —dice, mirándome fijamente—. Desde hace días te he notado extraño. No sales a fiestas y en cada evento que vamos, no miras a una mujer y, las que se te acercan, las alejas como si fueran una plaga.

Me río y enciendo el auto, saliendo a la vía. Me quedo callado por unos minutos; sé que él espera una respuesta, pero, ¿cómo le digo que le soy fiel a la mujer que amo y que, además, es su madre?

—Estoy saliendo con alguien —admito.

—Me alegro por ti. ¿Quién es la afortunada? —me sonríe.

—Es… —Aprieto el volante con fuerza, porque realmente deseo sacar esta verdad de una vez por todas, pero no puedo hacerlo sin que Daniela se vea afectada con mi decisión—. Quiero esperar, Alex. Ella es una mujer extraordinaria; sin embargo, no está lista para que el mundo la conozca, y quiero respetar su decisión.

—Te entiendo. No será fácil lidiar con todas las mujeres que te persiguen a diario. —Me aprieta el hombro—. Eres como un hermano, lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé.

Luego de esas palabras, la sensación de traición se agranda en mi garganta. Le estoy fallando al acostarme con su madre, le estoy fallando al mentirle y le estoy fallando al amarla como lo hago. Mierda, esto va a terminar por hundirme.

Al ingresar a la urbanización y detenerme frente a su casa, no puedo creer lo que ven mis ojos. Alexander me mira con horror y lo comprendo; Violeta luce realmente enfadada.

—No será una noche fácil, Alexander —me río y salimos del auto—. Mi rubia hermosa. —Ella rueda los ojos—. No me mires así, no vayas a descargar la rabia que sientes conmigo.

—Será mejor que cierres la boca, Ignacio —dice entre dientes Alexander—. ¿Mi amor?

—Nada de mi amor, ¿por qué llegas a esta hora? —su mano baja a su vientre y entramos en pánico.

—¿Estás bien? —le pregunto—. Rubia, no te molestes.

—Es que… —estaba luchando contra las lágrimas— no me respondiste los mensajes y pensé que te había pasado algo.

Alexander la abraza, y Violeta no tarda en llorar como si realmente hubiera pasado algo terrible. Las hormonas de las embarazadas son lo peor.

—Será mejor que me retire.

Violeta levanta la mirada, y sus ojos están rojos.

—Lo siento —dice, mientras la angustia se refleja en su rostro.

—Tranquila, cuando tienes esos cambios de humor, me encantan. Tendré mucho material cuando nazcan los gemelos —ella se ríe—. Nos vemos mañana; por favor, dale una buena ronda de sexo para ver si aplaca sus hormonas, amigo.

—Vete a la mierda —responde Ale.

Subo al auto y salgo de la urbanización. La noche está fría y las estrellas iluminan espléndidamente el cielo. Decido ir a casa de mi madre y quedarme con ella esta noche.

Cruzó a la derecha, y con el silencio que llena el auto, no dejo de pensar en mi situación con Daniela. Mis sentimientos por ella son reales; sin embargo, no puedo evitar preguntarme qué pasará cuando Alexander se entere de lo que ha estado sucediendo con su madre a sus espaldas.

Llegué a la casa de mi madre y noto que las luces de la sala están encendidas. Es algo extraño; mi madre se acuesta temprano y es raro que esté despierta a esta hora. Estaciono el auto y salgo. Camino hacia la casa familiar donde viví la mayor parte de mi vida. Toqué la puerta dos veces y mi madre apareció. Me sonríe y me abraza. Cristina Hernández es una mujer hermosa, fuerte y decidida, que durante largos años logró sacarme adelante sin la ayuda de mi padre.

—¿Estás bien? —me pregunta, como si tenerme aquí fuera producto de su imaginación—. No me mires así; llevas una semana sin venir a casa. No me juzgues por sorprenderme por tu visita.

Así es mi madre, dramática como nadie.

—Me quedaré esta noche en casa, ¿o no puedo? —alego, cruzando los brazos—. Al parecer, no te agrada la idea de tenerme aquí.




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