Entre dos mujeres

CAPÍTULO 6

IGNACIO

Escucho voces, quejas y discusiones que no me permiten conciliar el sueño como deseo. Sé a qué se debe todo el ruido. Sus amigas siempre vienen por las mañanas para hablar de la casa hogar a la que ellas y mi madre pertenecen. Se me había olvidado el porqué no duermo aquí, porque la mayoría de las veces siempre discuten por no ponerse de acuerdo en los eventos de recolección que realizan mensualmente.

Llevo mi brazo a mi frente para tratar de dormir un rato más, pero una vez más, las amigas de mi madre alzan la voz y de verdad creo que lo hacen a propósito. De mal humor, me deshago de las sábanas que cubren mi cuerpo y salgo de la cama.

—Parecen unas guacamayas —susurro molesto mientras me dirijo al baño.

La tina está llena, está mañana, así que me quito la ropa y entro. Me da un escalofrío al sentir el frío en mis muslos, que va subiendo hasta mi abdomen. Reposo mi cabeza en el respaldo y cierro los ojos. La conversación que tuve con mi madre me llega como bombas dispuestas a dañar mi mente y hacerme sentir el peor amigo para Alexander.

No juzgo a mi madre por preocuparse; la entiendo. La situación en la que estoy no es nada bonita, y teniendo en cuenta que mi amigo no sabe nada, es peor todavía. Pero, ¿cómo hago para sacarme del pecho el amor que siento por Daniela? No es como si buscamos esto que sentimos; no, simplemente paso y es difícil dejarlo a un lado.

Espero unos minutos más para asegurarme de que las amigas de mi madre se han ido. No quiero lidiar con sus comentarios de quererme como parte de sus familias; odio cuando insisten en emparejarme con sus hijas. Que no sepan todavía de mi relación con Daniela, no quiere decir que sea un hombre libre. Respeto mucho a mi mujer para hacerle tal bajeza.

Después de un largo rato, ya no escucho sus voces y todo en la casa se vuelve más silencioso y tranquilo. Así debería ser cada vez que decido quedarme a dormir aquí. Salgo de la bañera y regreso a mi cuarto. Busco entre los cajones la ropa que he dejado cuando me quedo. Me visto con algo muy acorde a mi gusto y salgo de la habitación.

Mi madre vive sola desde que cumplí los dieciocho años. Cuando decidí que era el momento de independizarme y salir de las faldas de mi madre para forjar mi futuro. Lo logré. Todo lo que tengo es gracias al esfuerzo que he puesto a lo largo de los años, hasta llegar a ser el vicepresidente de una de las empresas más importantes de México. El padre de Alexander me dio la oportunidad siendo todavía muy joven, y siempre le voy a agradecer a pesar de no estar con nosotros.

Entro al comedor y no está mi madre. Me siento y espero que aparezca para que desayunemos juntos. El periódico está a un lado y lo agarro para leer sobre las noticias de hoy; no soy muy amante de esto, pero teniendo en cuenta que estoy solo y no hay señales de la servidumbre, es esto o estar mirando el techo.

Leo la columna de economía, que es lo que me puede interesar. Estoy tan sumergido en algo que me interesa, que no me fijo cuando colocan el desayuno en la mesa. Bajo el periódico y mis ojos se fijan en la mujer del restaurante. Está aquí, justo a mi lado.

—Qué sorpresa —me recuesto en la silla y cruzo los brazos.

Rueda los ojos y adopta una posición de no soportar la idea que esté en mi casa. Esta mujer, con solo verme una vez, me terminó odiando para toda la eternidad.

—¿Necesita algo más?

—¿Qué más puede ofrecerme?

—Será mejor… —cierra la boca y me ofrece una sonrisa—. Si no desea nada más, me retiro, señor.

Cuando está por irse, mi voz la hace detenerse.

—Espera.

—¿Qué desea?

Está más que claro que la estoy sacando de sus casillas, y me encanta jugar con ella de esa manera.

—¿Qué haces aquí?

—Qué le importa —chilló.

Me río y la observo. Sus ojos son hermosos, pero hoy solo veo rabia y sí, rabia hacia mí.

—Con ese carácter, ningún hombre se atreverá a salir contigo. No has intentado ser un poco más… —le digo—. Más amable con las personas.

—El detalle, señor —su voz se vuelve suave, y la verdad me asusta—. Es que usted no tiene y no tendrá el privilegio de ver mi lado dulce, por la simple razón de que me cae mal.

Me levanto y ella alza la barbilla desafiandome, sin dejar que un hombre la intimide, ni siquiera yo.

—Necesitas un hombre.

—Tengo a mi padre.

—Uno que domine ese carácter que tienes y, a la vez, la domine a usted —sus ojos se endurecieron.

—Primero —musita y se acerca a mí— no soy un caballo para que me dominen, y segundo —me mira fijamente a los ojos— no ha llegado el valiente; así que seré libre hasta que me muera.

Esa mujer tiene agallas, y estoy seguro de que es poco de lo que voy a conocer de ella. Su mirada no se aparta de la mía y yo hago lo mismo; estamos en una guerra para ver quién logra quebrantar a quién, y soy un hombre que no le gusta doblegarse ante nadie. ¡Pero esta mujer, mierda! Es fuerte, un enigma que cualquier hombre estaría encantado de descubrir.

Un carraspeo nos hace volver a nuestra realidad. Miro por encima del hombro de la leona y abro los ojos. Alexander está con Violeta y más atrás, la mujer de mi vida. Daniela me mira tratando de entender la situación en la que estoy con la sirvienta.




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