DANIELA
Cristina se levantó y me miró fijamente. Alexander y Violeta se habían ido hace unos minutos.
—Necesitamos hablar —me dice.
—Mamá… —Ignacio se pone de pie e intenta tomar del brazo a su madre, pero ella no se lo permite.
—Ya hablé contigo y te dejé las cosas claras —aparta su mano con brusquedad—. Ahora me toca hablar con Daniela, así que, por favor, no intervengas.
Me tomó del brazo y me llevó casi arrastra hacia el despacho. Abre la puerta de golpe y entramos, suelta mi brazo y cierra con seguro.
—¿Cómo sucedió, Daniela?
—Cristina, de verdad evitamos no sentir nada, pero nos enamoramos —dije, con la poca fuerza de voluntad que tenía.
—¿De verdad crees que aceptaré que estés con mi hijo? —rueda los ojos—. ¡Es Ignacio, Daniela! —escupe—. El muchacho que viste crecer y hacerse hombre, no me vengas con esa estupidez del amor, porque el cuento no te lo creo.
—Es la verdad —dije, dolida a causa de sus palabras—. Amo a tu hijo y será mejor que lo aceptes de una vez por todas.
—Bueno —fingió una sonrisa—. Si es así, sería buena idea que Alexander se entere de que tiene nuevo padrastro y es Ignacio, su mejor amigo.
—No te atreverías a lastimarme de esta manera, Cristina.
—¿Ahora soy yo la que te está hiriendo? ¿En serio? —se ríe con desprecio—. Yo no soy la que se está acostando con el mejor amigo de su hijo, la que no tiene el valor de darle el lugar al hombre que dice amar. Mi hijo merece una familia.
—Yo quiero darle esa familia…
—¿Le darás los hijos que él quiere tener en un futuro? —Esa pregunta me golpea.
—Sabes que no puedo tener más hijos.
—Ahí está —apretó la mandíbula—. Eres una mujer que ya disfrutó de su vida, te casaste y tuviste dos maravillosos hijos, no le quites eso al mío —sus ojos se llenan de lágrimas—. No le quites la dicha de tener una familia, Daniela.
Cierro los ojos con fuerza, lo que menos quiero es que Ignacio sea infeliz. ¿Pero qué hago con mis sentimientos? Lo amo y siempre lo haré. Al abrir los ojos, solo veo a una madre preocupada por la relación de su hijo. La entiendo, porque yo haría lo mismo.
—No solo apagas el brillo en mi hijo, también destruirás una amistad de años por un deseo, porque de algo estoy segura, Daniela —dice—. No es amor lo que sientes por él, es deseo y ese deseo solo logrará hacerle daño no sola solamente a ti y a Ignacio, sino a Alexander.
La mención de mi hijo me revuelve el estómago. No me perdonará esto y su amistad con Ignacio terminará por mi culpa.
—No sé qué hacer.
—Solo, haz lo correcto.
Sin decir nada más, sale del despacho.
Hago lo mismo después de unos minutos y cuando estoy cerca de la sala, unas voces me hacen detenerme.
—No te molestes, Leona.
—No me llames así.
—Si te queda perfecto.
Es la voz de Ignacio, pero no reconozco a la otra persona. Me asomo y es la misma mujer de esta mañana, la sirvienta. Él se le queda mirando mientras ella entra en la cocina con una sonrisa en su rostro.
Nunca fui una mujer celosa, pero al ver cómo él la mira, me hace sentir ese sentimiento y me da miedo no poder controlarla. Salgo de mi escondite y carraspeo, él se da la vuelta.
—¿Quién es?
—Una amiga.
—¿Desde cuándo tienes amigas? —Arquea una ceja.
—¿Estás celosa? —Con pasos lentos se acerca a mí y me toma de la cintura sin importarle que la servidumbre nos vea.
—No.
—Mi corazón es tuyo —besa mi mejilla y se aleja—. ¿Cómo han ido las cosas con mi madre?
—No está de acuerdo con nuestra relación.
Omití ciertas cosas para no hacerlo sentir mal. Además, no quiero verlo discutir con su madre por mi culpa.
—Lo sé —suspira.
—Estaremos bien.
Toma mi mano y me acompaña a la salida.
—¿Puedes ir más tarde al apartamento?
—No puedo, tengo que ayudar a Ross con unas cosas del colegio que tiene que llevar mañana.
—Lo entiendo, nos veremos luego.
Sin importarme que nos vean, me acerco y beso sus labios. Al separarme, me mira con un brillo especial en los ojos y, sin decir nada más, salgo de la casa. Aunque el mundo esté en contra de mi relación con Ignacio, no dejaré de luchar por este amor que siento por él. Él me devolvió la felicidad que pensé haber perdido. Cuando estoy a su lado me siento una mujer completa. El chófer me abre la puerta del auto y entro.
Reviso mi cartera en busca de mi celular para recordarle a Alexander de unos papeles que me tiene que entregar. Y lo que me encuentro hace que un nudo en la garganta me haga presión y sienta que mi corazón quiera salirse del pecho, es una foto de mi esposo, Julian. Aún recuerdo cuando me informaron que su corazón estaba fallando y que en cualquier momento podía dejar de latir. Mi mundo se me vino encima, él era mi apoyo, mi sustento y nos amamos desde el primer momento que nuestras miradas se cruzaron. De todos mis hijos, Alexander es el que más se parece, su forma de ser, todo, es de Julian.
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Editado: 28.08.2025