Entre dos mujeres

CAPÍTULO 10

IGNACIO

Después de dejar a Clarissa en su casa, me dirigí a mi departamento, agotado, con solo un deseo en mente: descansar. Mañana hablaría con mi madre sobre la conversación que tuvo con Daniela. Entiendo la preocupación que debe tener por mi relación, pero no permitiré ninguna falta de respeto hacia la mujer que he decidido amar.

Soy un hombre que sabe lo quiere y lo que hace en la vida. De una manera u otra, tengo que entender que no puede entrometerse en mis decisiones solo porque no esté de acuerdo. Solo quiero ser feliz al lado de esa mujer que me ama y que yo amo con locura.

Llegué a mi departamento y salí del auto. Entré y subí las escaleras para no encontrarme con ninguno de los vecinos; no estoy de humor hoy. Cada paso que doy es un tormento, me duele todo el cuerpo. El pasillo de mi piso está envuelto en un silencio total. Saco la llave de mi pantalón y abro la puerta, dándome cuenta que no hay nada más deprimente que llegar a tu hogar y no tener a nadie que te reciba.

Lancé las llaves al mueble y fui a la cocina para comer algo antes de acostarme. No dejo de pensar en cómo lograr que todos acepten mi relación con Daniela sin lastimar a nadie en el proceso; algo que, claramente, es imposible. Estoy seguro de que Alexander no tomará nada bien mi relación con su madre. Me preparo un sándwich y me siento a comerlo mientras reviso unos documentos que mi querido jefe me envió ayer por correo.

Quiero adentrarme en el mundo de los bienes raíces y, aunque estoy seguro de hacerlo, Ale tiene sus dudas. Solo estoy esperando por él para dar el paso. Miro la hora y ya son más de las doce. Me pongo de pie, dejo el plato en el fregadero, apago todas las luces del apartamento y entro en mi habitación. Me desvisto y me meto bajo las sábanas, quedándome dormido al instante.

* * * *

El teléfono suena una y otra vez. Me giro, dándole la espalda, pero el insistente ruido me molesta. Alcanzo mi teléfono, que está en la mesita de noche, y contestó a la persona que se atreve a llamar a esta hora... Son las seis de la mañana.

—¿Te acuerdas de la heladería a la que fuimos la semana pasada? Se que sí. Bueno... —Esto tiene que ser una broma de Alexander—. Quiero un helado con chispas de chocolate, por favor. No tardes, porque los bebés quieren que su tío favorito los consienta.

—Violeta... —Le digo de la forma más amable que encuentro, no quiero despertar el humor de una embarazada y mucho menos a esta hora—. ¿Estás consciente de la hora que es?

—Siii —Chilla de la emoción; a esta mujer las hormonas la tienen al borde de un psiquiátrico—. Ale me dijo que te alegraría que te llamara cuando tuviera antojos.

¡Voy a matar a ese infeliz!

—Así es, haré todo por verte feliz, rubia.

—Gracias, eres el mejor de todos.

Me dejo caer en la cama y no puedo creer que vaya a hacer esto. Alexander me las va a pagar; ese imbécil no tiene la guerra ganada. Me visto y me dirijo al baño para lavarme el rostro y así espantar este sueño que me invade.

Decido desayunar en la calle; me tomará más si lo hago en casa. Salgo del departamento y me encuentro con la vecina Gloria, una señora mayor que vive sola con sus dos gatos. ¡Odio a esos animales! Soy alérgico y ella se empeña en que los saque a pasear cada vez que me ve.

—¿Hoy sí, hijo?

—Lo siento, será en otra oportunidad —le respondo y me escabullo lo más rápido que puedo.

Bajo las escaleras y casi me tropiezo. El sol apenas empieza a iluminar y el frío de esta mañana me hace estremecer. Entro al auto y enciendo la calefacción. La heladería de la que habló Violeta queda a dos calles de mi apartamento, así que no tardo mucho en llegar y ordenar lo que mi amiga me pidió. Después de varios minutos, me entregan la bolsa y agradezco a la persona que me atiende. Subo al auto nuevamente y cambio de ruta para tomar el camino más rápido hacia la casa de Alexander.

Mientras manejo, miro a los lados y me encuentro con la persona que jamás pensé que estaría sola a estas horas en la calle: Clarissa. No puedo evitar pensar en lo linda que está. Su pelo se agita con la brisa mientras ella aparta varios cabellos de su rostro con evidente mal humor. Echa un vistazo al reloj; debe estar llegando tarde a donde quiera que se dirija esta mañana. Sin saber por qué, un impulso me lleva hacia ella, así que me estaciono.. Bajo la ventanilla y, al verme, ella muestra sorpresa.

—El acoso es penado; debes respetar por lo menos eso, Ignacio —me rio por sus ocurrencias.

—¿A dónde vas?

—A una entrevista de trabajo, pero voy tarde —se queja—. Llevo media hora aquí y el bus no aparece.

—No lo necesitas, te llevaré a donde quieras ir.

—Esta vez no me voy a negar porque de verdad lo necesito —Abre la puerta y sube.

—Pero antes, dejaremos esta encomienda —muevo la bolsa que contiene el pote de helado— A una mujer desesperada y embarazada.

—Oh, estas tardando mucho.

—Una leona me hizo perder el tiempo.

—Idiota —rueda los ojos.

No hablamos más en todo el trayecto y no resulta incómodo. Es como si la conociera de toda una vida, y la paz que Clarissa me transmite cuando estoy a su lado es extraña pero agradable. Llegamos a casa de Violeta, y le pido a Clarissa que me espere en el auto.




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