Entre dos mujeres

CAPÍTULO 11

CLARISSA

Los minutos pasan y me siento nerviosa; estoy convencida que ya he perdido la oportunidad con respecto a este empleo. Aunque Ignacio intenta que lleguemos a tiempo a mi entrevista, se que ya no hay nada que hacer. Estoy molesta, porque de verdad necesitamos un ingreso extra, y lo que gana mi hermana en el restaurante no es suficiente.

—Llegaremos, confía en mí. —Lo miro y de verdad quiero creerle— Ya siento que soy yo quien esta buscando empleo.

Me rio y alejo de mi mente todo pensamiento negativo.

—Gracias, de verdad, por hacer esto por mí —sonrie, mientras unos hoyuelos se forman en sus mejillas—. Debes tener muchas cosas que hacer y aquí estás, ayudándome a llegar a una entrevista de trabajo.

—Lo hago porque me caes bien, Clarissa —toma otro atajo—. Además, después de esto me debes un café; tengo un lugar que te va a encantar. Es el preferido de una de mis mejores amigas.

—No quiero causarte problemas con tu novia.

—¿Por qué lo harías? —se rie—. Solo somos amigos, además , Daniela no es celosa.

No digo nada, porque sigo creyendo que está amistad que a fuerza él quiere crear conmigo, sólo nos causará un daño a futuro. Llegamos al lugar.

—¿Es aquí? —arquea una ceja, mientras apaga el auto— Es mi restaurante favorito, siempre vengo a cenar cuando no tengo tiempo de hacerlo en casa.

—¿Conoces a los dueños?

—Si.

—¿Qué tanto quieres está amistad? —le pregunto.

—Solo tienes que decirme que quieres que hable con ellos y ya —su respuesta me hace sonrojar.

—Bueno, ahora ya lo sabes.

Suelta una carcajada y enciende su teléfono, escribe un mensaje rápido. Lo deja en la guantera y me mira.

—Ya tienes empleo, me debes dos cafés ahora.

Abro los ojos y no puedo creer que en verdad haya hablado con el dueño del restaurante.

—Eres un mentiroso —le recrimino.

—Baja del auto y ve a verificar por ti misma.

No espero un más y salgo. Me dirijo al restaurante y entro al lujoso local, es hermoso y la paga debe ser muy buena. Aquí solo viene gente de mucho dinero, así como Ignacio.

Pregunto a uno de los meseros que pasa por mi lado por el encargado y me señala un hombre alto y flaco, con una barba como de papá Noel, esta al fondo hablando con una mujer rubia que lo mira con molestia. Me acerco y no me importa interrumpir su acalorada conversación, el me mira de arriba abajo y me sonríe.

—¿Eres Clarissa, cierto? ¿La amiga de Ignacio? —asiento— Soy Ernesto, un gusto conocerte.

—Igualmente —le tiendo la mano.

—Al igual que Martha —me señala a la mujer que esta a su lado—. Estarás a cargo de atender a los más importantes empresarios que vengan al local. Debes estar bien presentable para mañana y ser educada, me gusta que mis invitados se sientan en casa ¿Entendido?

—Claro que sí, no se va a arrepentir.

—Espero que no —me guiña un ojo—. Mañana temprano te quiero aquí, Clari.

Finjo una sonrisa al escuchar el apodo. Solo mi madre me decía así. Se despide de nosotras y entra a la cocina. Martha lo mira y luego sus ojos escudriñan mi rostro con atención.

—No voy a ser tu niñera, así que espero que aprendas rápido —me dice y se aleja sin permitirme siquiera presentarme.

No le doy importancia y salgo del restaurante, estoy muy feliz para prestar atención a lo que esa mujer me dijo. Me detengo en seco al ver a Ignacio todavía aquí, con el corazón latiendo con fuerza por la emoción de ver qué se quedó, esperando.

—Solo espero que me atiendas tu cada vez que venga —me rio y indica que suba al auto.

—No prometo nada —cierro la puerta y lo miro.

—Haz todo lo posible —me guiña un ojo y enciende el auto.

Se ofreció a llevarme a casa y, aunque le insistí que no era necesario, no logré convencerlo; es un terco. Estoy feliz, ahora me doy cuenta que no es tan malo ser su amiga. Hablamos de muchas cosas: sus gustos, nuestras familias y a los lugares que deseamos ir, coincidimos en uno: ir a Filadelfia. Al parecer, nuestros gustos son similares.

Jamás me había reído tanto como hoy. Es un hombre guapo y divertido; lo juzgue mal desde un principio, y me arrepiento, no soy así. Llegamos a mi casa y me alegra que no haya nadie por fuera. ¿Cómo le explico a mi padre que nuevamente ese amigo me trajo? No somos nada, pero él es algo cuidadoso con nuestras amistades.

—De verdad gracias. Perdón por quitarte... —miro mi reloj y son las diez de la mañana—. Media mañana.

—No te preocupes, me gusto mucho hablar y poder conocernos más. Además, tenemos que ir cultivando nuestra amistad —hace un símbolo de paz y me rio.

Salgo del auto y le digo adiós una vez más. Observo como su vehículo se aleja en la calle y todo mi cuerpo se relaja. Veo la bufanda roja colgando de la manilla de la puerta y, alzando la vista hacia al cielo, agradezco a Dios. Es una señal de que no hay nadie en casa. Abro la puerta y entro; dejo mis sandalias en la entrada y subo descalza a mi habitación. Me encanta sentir el frío del suelo bajo mis pies.




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