EL DÍA QUE LLEGA LA CUENTA

Luismi estaba sentado en la esquina del colmadón, sudando por el calor y repasando mentalmente cómo iba a cuadrar los gastos del mes.
Kelvin estaba a su lado, relajando y observando la calle como un halcón.

De repente, el rugido de un motor se acercó rápido, seguido de gritos y pasos apresurados.
Al frente, con cara de pocos amigos, venía El Tiburón, el prestamista del barrio, acompañado de dos tipos grandes.

—Oye, motorita —dijo Tiburón con voz grave—. Hoy es el día, ¿te acuerdas?
Ya no hay cotorra. Los 5000 pesos que me debes de la semana pasada, los quiero hoy.

Luismi tragó saliva, nervioso.
—Yo… sí… iba a pagarte mañana… —balbuceó, tratando de sonar firme, pero la voz le temblaba.

—Quiero lo mio ahora es —gruñó Tiburón—. Siempre me das cotorra y al final me haces esperar. Así que me pagas ahora o ya sabes.

Kelvin se puso al lado de Luismi, serio:

—Hermano, no te pongas loco… Vamos a salir de esto, solo calmado.

De la otra esquina apareció Flow Mentao, cargando su bocina a todo volumen, con un dembow que retumbaba en la calle.
El grupo se detuvo, confundido por la música que golpeaba como un tambor de carnaval.

—¡Corre, Luismi! —gritó Kelvin—. ¡No te quedes ahí parado!

Luismi no dudó. Arrancó por la calle de tierra, esquivando motos, policía acotao y miradas curiosas.
El Tiburón y sus acompañantes lo siguieron unos metros, pero el ruido y la gente del barrio lo ayudaron a perderlos de vista.

Cuando finalmente llegó a la esquina, jadeando, Kelvin y Flow Mentao lo alcanzaron detrás.

—Respira, hermano… —dijo Kelvin—. Eso estuvo demasiado cerca.

Luismi se arrecoto la pared, sintiendo que su corazón todavía latía a mil por hora.
Sabía que debía pagarle su cualto a Tiburón lo antes posible…
porque en el barrio, las cuentas siempre se pagan, y hoy le habían recordado la regla más dura de todas: el que se pasa de listo termina pagando caro.