Luismi estaba en la esquina de la cafeteria, todavía jadeando del susto de Tiburón.
Kelvin y Flow Mentao lo miraban, sabiendo que la situación no era un juego.
—Loco… hoy no hay cotorra —dijo Kelvin—. Ese Tiburón no olvida, y si no le das el dinero, te busca hasta debajo de la cama.
—Ya lo sé… —respondió Luismi, rascándose el caco—. Pero no tengo ese dinero ahora mismo.
Si los consigo, me quito ese peso de encima… y espero que no vuelva a darme cotorra.
Flow Mentao, siempre con la cabeza pensando en ritmo y estrategia, sugirió:
—Podemos ir a buscar lo que tengas guardado, o a ver si encontramos algún trabajo extra para buscar eso cualto rápido.
Pero hay que moverse ya, antes de que Tiburón se arme de paciencia… o de mala idea.
Luismi asintió. Sabía que no podía esperar.
El barrio era despiadado y los prestamistas como Tiburón no perdonaban.
—Voy a pedirle un par de deliverys más a mis clientes —dijo Luismi—.
Si logro hacerlos rápido, tendré la plata hoy mismo.
Kelvin lo miró con seriedad:
—Asegúrate de no meterte en más líos.
Si algo falla, Tiburón no va a preguntar, solo va a cobrar… y fuerte.
Luismi se montó en su motor.
El sol seguía fogon, y las calles del barrio parecían más peligrosas que nunca.
Pero sabía que tenía que moverse rápido.
No solo era su dinero, era su orgullo, su paz… y su supervivencia.
Mientras arrancaba, Flow Mentao lo siguió a distancia, con la bocina apagada esta vez, caminando entre sombras y esquinas.
Kelvin los observó desde la esquina, preparado para cualquier emergencia.
Luismi sabía algo, si hoy lograba juntar los 5000 pesos y pagarle a Tiburón, no solo saldría de un lío, sino que también ganaría un poco de tranquilidad para poder pensar en sus propios sueños.
Y con eso en mente, el moffle de su motoconcho rugió de nuevo, arrancando hacia los primeros clientes del día.