Luismi estaba en la esquina, descansando después del susto con Tiburón.
El sol empezaba a bajar, tiñendo las calles de Los Alcarrizos con tonos naranjas y rojos.
Sacó su celular para revisar mensajes de clientes y, entre notificación y notificación, apareció un mensaje que lo hizo detenerse de golpe:
“Hola, Luismi. ¿Estás haciendo delivery? 😊”
El corazón le dio un vuelco.
Era María Fernanda. Su mensaje era sencillo, sin exageraciones, pero suficiente para que todo su día cambiara de color.
—No puede ser… —murmuró bajito, con una sonrisa que se le escapaba sin querer.
Kelvin, que estaba cerca, levantó la mirada.
—¿Qué pasa? —preguntó, curioso.
—Mensaje… de alguien especial —dijo Luismi, intentando disimular, aunque la sonrisa le traicionaba.
Flow Mentao dio un pequeño golpe en su hombro:
—Ajá… ¿y qué dice?
—Que quiere pedir algo… —contestó Luismi, todavía procesando la noticia—. Pero no es solo eso…
Se siente… natural. Como si me tuviera confiaza.
Kelvin y Flow Mentao se miraron y soltaron una risita cómplice.
—Ahhh —dijo Kelvin—. Así que la torre se acordó de ti. Eso sí que no se ve todos los días.
Luismi respiró hondo, consciente de que algo nuevo estaba comenzando.
Después de un día de adrenalina y peligro, este mensaje era un respiro… y una puerta que se abría a algo que podría ser más grande que cualquier miedo en el barrio.
“Bueno… voy a ir a buscar el delivery”, —se dijo a sí mismo—.
“A ver si esto también puede convertirse en algo real.”
El motor rugió de nuevo bajo sus pies.
Esta vez, no solo era un trabajo.
Era una oportunidad para acercarse a alguien que había logrado, con un solo mensaje, cambiar su día por completo.
Y mientras arrancaba, con la mente más ligera, Luismi sabía que el barrio y sus problemas seguirían ahí… pero ahora también había algo que valía la pena, algo por lo que sonreír.