Entre dos Mundos

03

Las profundidades del océano pueden ser tan frías y oscura como nunca se ha imaginado pero eso es solo a ojos de quienes no pueden adaptarse a ese ecosistema puesto que cuando te sumerges más allá del límite puedes encontrar grandes secretos ocultos y uno de ellos es una de las ciudades más buscadas por el ser humano, no, no nos referimos a Atlantis ni mucho menos; desde Grecia las aguas han arrastrado a lo largo de cinco mil años una civilización que comenzó siendo una pequeña ciudad en la superficie cuando reinaba pacífica en la costa sur de Laconia y que ahora es nada más y nada menos que la poderosísima y avanzada Pavlopetri, la ciudad más antigua sumergida en las aguas.

Para la humanidad nunca hubo motivo por el cual la ciudad se hundió de un momento a otro dejando de ser parte no solo de Grecia sino de toda la superficie. En un inicio, se encontraba sumergida a pocos metros del agua e incluso podía verse sus edificios, casas y calles, pero sus ciudadanos quienes se creían perdidos y muertos debido al extraño suceso comenzaron a usar sus habilidades en conjunto con las placas tectónicas bajo el mar para trasladar la ciudad a lo profundo del océano perdiéndose por fin de todo lo que era conocido. Los ciudadanos de Pavlopetri fueron conocidos desde el inicio de los tiempos por ser personas avanzadas para la época en la que vivían, inteligente e incluso muy dado en las ciencias a pesar de lo poco que se sabía en aquel entonces y, nunca falta quien dice que ellos eran seres especiales dotados de grandes conocimientos que venían de otra dimensión, quién sabe, ¿no?

Y tal vez aquellos que llevaron la leyenda de Pavlopetri por doquier no se equivocaron puesto que la ciudad bajo las aguas es habitada por su pueblo originario, adaptados a la perfección para respirar bajo el agua, para resistir las bajas temperaturas e incluso su visión es de las mejores; habiendo perdido gran parte del olfato han desarrollado un maravilloso radar instintivo, la forma de comunicarse y entender a los seres con los que cohabitan; sin embargo, cada ser de Pavlopetri desarrolla sus propios dones aparte de lo heredado por pertenecer a la comunidad acuática y eso es lo más emocionante para ellos, saber hasta dónde pueden llegar, qué es lo que pueden hacer y cómo entrenar sus poderes teniendo en cuenta siglos y siglos de conocimientos.

La ciudad consiste en grandes edificios provistos de no solo corteza marina sino también de metales especiales, quizás buques y barcos que naufragaron y que ellos aprovecharon para sus construcciones fundiendo los materiales con sus propias tecnologías, en el centro de todo se encuentra la más grande edificación de su pueblo, el palacio real donde los regentes viven y se encargan de que todo siga el curso previsto por la naturaleza.

—Parece que el reino de los Trhinos no quiere seguir comerciando con nosotros, deberíamos aceptar su renuncia a los convenios —el rey de Pavlopetri, Althar, habla tranquilo a sus hijos—. Esperemos que en el futuro quieran volver a comerciar.

—No deberíamos darles tantas oportunidades, sabemos que esos tiburones no quieren tener algo que ver con nosotros desde que nos hemos vuelto más influyentes e importantes en el mar —Inhor, el mayor de los Príncipes del océano, habla con disconformidad—. No me extraña que quieran hacer algo para bajar nuestro estatus.

—Tienes que calmarte un poco, Inhor, no creo que sea de esa manera pero en caso de que estén tramando unirse a otros reinos para bajar nuestros recursos sabemos que no serán capaces, muchos saldrían perjudicados si dejan los convenios con nuestro reino. Nuestro territorio es uno de los más ricos en plancton, anémonas e incluso el paso de ballenas, mantarrayas y delfines es una vía principal aquí; tenemos el mejor punto en el océano —sonrió—. Calma.

—Tienes un punto, padre —asintió desde su posición, el príncipe mayor poseía el cabello rosáceo debido a la influencia que tenían en él lo corales marinos y sus ojos eran como dos perlas de cuarzo rosa—. Por el momento lo dejaré de lado, tenemos más problemas en cuanto a las bestias de las fosas, he oído por otros ciudadanos que han estado viajando a lo largo del océano y han derribado pequeñas embarcaciones para devorar a los humanos.

—Siempre han sido un problema —suspiró el rey—. Incluso las ninfas parecen estar un poco más alteradas, ni siquiera las sirenas nos han dado tantos inconvenientes como ellas.

—Sabemos que las sirenas son fáciles de controlar en tanto tengamos algo brillante que les guste para sobornarlas, su poca inteligencia no es de asombrar —rió Inhor—. Pero las ninfas, son otra historia. Ellas tienen otro tipo de intereses, son carnívoras, usan sus trucos seductores para hacer caer a cualquiera, sea humano, bestia o pavlopetriano.

—Es por eso por lo que tenemos una guardia especial que se encarga de mantenerlas vigiladas —Althar asintió, llevó sus ojos hacia su hijo menor que se mantenía distante a toda la conversación cuando no solía ser así, su hijo Barnabas ya era un joven dedicado a todo su reino más se encontraba sentado sobre una de las salidas estilo ventana viendo hacia más allá de las aguas que los cubrían.

—Me retiro, quiero descansar un poco —Inhor reverenció a su padre, observó a su hermano y sonrió negando divertido por su despiste hasta que se marchó.

—Quisiera saber, ¿Qué es lo que tienes en mente? —Althar se acercó al joven que volteó a verlo—. ¿Por qué estás tan disperso hoy, Barnabas?

—Estaba pensando en algo que sucedió hace unos días, padre —se puso de pie—. André y yo salvamos a una humana de las bestias de las fosas, la hicieron caer al agua para arrastrarla a las profundidades.




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