Entre dos Mundos

05

El paso de un banco de peces platinados hacen que la luz que aún puede iluminar esa parte del océano se refleje como flashes de cámaras dando un panorama no visto antes, para el par de jóvenes que ahora mismo deambula entre los corales y anémonas no es más que otro día cotidiano luego de haber realizado las tareas correspondientes y es que, como príncipe y como guardián, cada uno se toma muy en serio sus responsabilidades.

—Mierda, lo que me dices es serio, Barnabas, ¡Sabía que sería un gran problema! Debiste matarla, debiste acabarla por nuestro propio bien.

—No pude, lo sabes. No es algo que sea de mi estilo, no puedo ir matando humanos solo porque son desastrosos —negó.

—Entonces, ¿te aseguraste de que no vaya a tener pruebas de nuestra existencia? —André observaba a Barnabas sentado sobre una piedra marina, tranquilo, analizando todo—. ¿Es de fiar?

—Todo lo que pudo investigar de curiosa lo desaparecí, incluyendo el mapa —asintió—. No la considero un peligro, si debo ser sincero, me pareció una chica bastante tranquila, afable.

—Ya, pero no podemos confiarnos, no deja de ser humana y ellos suelen tener malas decisiones en su haber —negó.

—Nosotros también las hemos tenido como las ninfas, tritones, y demás —suspiró—. De todas formas, creo que voy a vigilarla, si se queda más tiempo del que debe revelará cuáles son sus verdaderas intenciones. Una investigación de las que suelen hacer requiere tiempo y compañía, traerá a otros humanos si desea saber la verdad.

—¿Qué haremos si eso pasa? ¿Qué sucederá cuando lleguen más barcos con sus máquinas de estudio y esas personas que creen conocer nuestro mundo? ¿Qué deberemos hacer para protegernos? Soy tu mejor amigo, te he seguido y apoyado desde siempre, pero, no quiero que te dejes llevar solo porque su apariencia es inofensiva —apretó los labios—. Le salvaste la vida cuando creía que la dejarías morir, pero, no fue así.

—Si llegara a haber una invasión del tipo de investigación humana los destruiremos, no hará falta más que mi padre mueva la entrañas del océano para sepultarlos bajo oleaje —Barnabas explicó nadando un poco viendo a la superficie—. ¿Puedo decirte algo sin que vayas a escandalizarte?

—Te escucho.

—Salvé a Naomi de las bestias y de la ninfa porque me cautivó, primero su apariencia simple a comparación de la nuestra y luego, su determinación, decisión y sinceridad —suspiró pensativo—. André, me entregó todo lo que había estado analizando, habló de sí y de lo que debe hacer en su mundo con sinceridad, me mostró qué piensa y siente sin tapujos, ¿comprendes?

—No del todo —negó—. Aun cuando dices que fue sincera temes que sea falso, entonces, por alguna razón dudas de ella.

—Sí, dudo de su especie porque no es de fiar, porque siempre han causado problemas y no somos la única civilización que lo ha comprobado, pero mi padre también me ha enseñado que hacen buenas obras, en menor cantidad, pero las hacen —chasqueó la lengua—. Tal vez solo quiero confiar en ella a ciegas.

—¿Por qué? ¿Por qué quieres confiar en alguien que apenas conoces? No te entiendo, estoy desconociéndote un poco ahora mismo —el joven se puso de pie viéndolo con seriedad—. Hay algo que no me estás diciendo, ¿Qué es? Suéltalo ya, me pones nervioso.

—No me estés presionando, no hay nada que esté ocultando —negó dándole la espalda, sus ojos vagaron por todo el océano que lo rodeaba y luego de forma involuntaria regresó a la superficie que podía apreciarse con claridad debido a que se hallaban lejos de la termoclina—. Es solo que ella… Ella es…

—Barnabas, ¿esa humana simple es tu Enchanté? —se acercó algo preocupado—. ¿Es ese ser especial que todos esperamos?

—No —negó con premura no pudiendo decirlo en voz alta, no tenía la certeza aún.

Para el pueblo de Pavlopetri hay una leyenda que se remonta al tiempo donde aún la ciudad era parte de la Tierra, donde la civilización se encontraba en su apogeo más importante en aquellos tiempos de inicio y solía decirse entre los adultos y contársele a los adolescentes que el Dios de los Mares les había regalado una pareja que los completaba; se contaba que creó una ostra sin su perla dejando ver que cada uno de ellos representaba dicha ostra y que a lo largo de su existencia llegaría la perla que llevarían en su interior para ser amados, ese instante, esa completitud, se llamó Enchanté. Sin embargo, a pesar de que la analogía era en verdad preciosa y que a todos los habitantes del océano les hacía ilusión para Barnabas no representaba más que un problema, porque no podía concebir que el océano hubiera designado como su pareja a una persona humana, a un ser que no está ni cerca de tener los mismos parámetros de vida que él ni mucho menos poder respirar bajo el agua, ¿Cómo era posible? ¿en qué estaba pensando? Lo peor de todo era que, si bien él lo estaba negando ante su mejor amigo, sabía que era cierto, que no había un error pues fue arrastrado por una fuerza que desconoce, un instinto, como un radar, que le vaticinó que algo encontraría en la superficie el día en que las bestias atacaron a Naomi.

—No puede ser mi Enchanté —susurró lamentándose en grande.

—No puede pero lo es —André se acercó para palmear su hombro—. ¿Qué harás?

—Tiene que irse, regresar a su mundo y yo al mío, no podemos estar cerca porque no estamos hechos para complementarnos —el de puntas azulinas en el cabello lo observó de reojo—. Ella tiene que vivir en tierra, respirar aire, no está adaptada al océano y es mejor así.




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