El océano nunca es lo que uno espera, no puedes confiarte de que sabes cómo se verá solo porque amaneció soleado y con una brisa fresca pues puede verse tan apacible como el vuelo de una mariposa, pero de pronto, cuando menos lo esperas, se vuelve salvaje lleno fuertes olas que llevan el yate de un lado a otro mientras la brisa se ha convertido en ráfagas violentas que se llevan todo lo que no esté amarrado como es debido; Naomi observa al frente con preocupación, la tormenta ya se ha desatado, la lluvia cae estrepitosa, las aguas están más que agitadas, los relámpagos reclaman el cielo y se escuchan con claridad los truenos a pesar del ruiderío de cada ola rompiendo en su yate.
—Parece que el océano está enojado hoy —susurró viendo su móvil mientras tecleaba con rapidez, avanzaba despacio entre las olas y la lluvia, no quería que la velocidad le jugara una mala pasada, suficiente tenía con el clima—. Bueno, querido océano, sé bueno conmigo, ¿quieres?
Naomi aferró sus manos al timón sopesando la idea de detener la marcha pero temía que la fuerza de las olas terminaran llevándola por otro curso, perder el rumbo no era problema si usaba las coordenadas de ubicación pero sería un inconveniente forzar el motor. Por lo general, no salía a navegar en temporadas de peligro, cuando se anunciaban tormentas se quedaba en casa, por ello ahora mismo se encontraba un poco desconcertada con el clima ya que no solía verse en esas situaciones con regularidad.
—Vamos, Matteo, contesta… —murmuró mientras llevaba el móvil a su oreja, la radio se encontraba encendida por lo bajo pero el tono sigue sonando sin poder ser atendido.
Suspira, solo desea poder hablar con alguien que la entienda o que, al menos, la escuche un poco sin juzgarla ni lanzarle típicas frases sobre su edad, su futuro o sobre la manera en la que pierde el tiempo y no se da cuenta. Es la última vez que estará en el océano en un largo tiempo, por no decir que para siempre, ahora mismo debe asegurarse de observarlo lo más que pueda, a pesar de la tormenta necesita sentirse a gusto, satisfecha con todo lo que ha logrado ese tiempo; no pensó que el momento de dejar su más grande pasión llegaría tan pronto en su vida, más de una vez imaginó cómo sería ese momento, cómo sería tener un trabajo de oficina o de campo pero lejos del agua, con casa propia, tal vez familia, ¿esposo? No sabe, ¿hijos? No era algo que le gustara pensar para su futuro pero su madre quería nietos y su padre decía que su perro no era un buen sustituto de hijos, que se quedaría sola al llegar a la vejez y eso no sería agradable…
Si debe ser sincera, no le interesa mucho llegar a vieja acompañada, ahora mismo pasa sus horas sola en medio del mar y no se siente agobiada por ello, le gusta esa soledad que viene con el “hacer lo que quiero”. Sus sueños más grandes se los ha contado al océano, sus más grandes metas las ha cumplido en un barco, las más locas aventuras las tuvo en el yate y los tesoros más valiosos —y no hablamos de materiales— los ha hallado en las profundidades buceando y relajándose; incluso hace poco descubrió que los cuentos de hadas sobre sirenas o sobre una civilización bajo el agua realmente son ciertas, no son solo historias, las pruebas están, ella las vio, las vivió y hasta las padeció, pero no puede decir algo al respecto porque no le creerían, porque no querría que personas malintencionadas llegaran a arruinar algo tan maravilloso como un pueblo con capacidades diferentes.
En fin, ahora entiende a la perfección la frase que habla sobre tener sueños asombrosos, no contárselos a enanos mentales y rodearse de gigantes espirituales, de tener personas que sean como uno para entenderse. Una pena que sus padres y amigos no estén ni cerca de ello, solo Matteo la ha apoyado desde que tiene memoria sin juzgarla, porque es otro loco de la vida como ella.
Está regresando a casa, dejando atrás secretos que podría haber descubierto e incluso se ve pensando un poco sobre la carrera universitaria que debería tomar apenas pueda inscribirse. Una vida nueva, normal, y el océano ofuscado a su alrededor como si estuviera descontento con su elección, como si odiara el hecho de que lo abandone.
Metida en sus propios pensamientos, Naomi no ve la gran ola que golpea a estribor, el yate se sacude con fuerza y se ve cayendo al suelo casi arrastrada hacia el otro lado. Es evidente que el oleaje está más que picado, está embravecido y no queda mucho por hacer, tiene dos opciones, seguir adelante arriesgándose a que el motor falle debido a la exigencia o detenerse dejándose llevar a dónde sea que quiera llevarla el agua; mejor la segunda, al menos tendrá oportunidad de seguir luego, poniéndose de pie es que se acerca para apagar el motor pero las olas se han vuelto aún más violentas golpeando a babor y estribor para hacer del yate un caos, es como si un lindo juguete fuera lanzando de un lado a otro por un caprichoso niño, ¡No puede ser más irónico!
—Mierda… —se queja cuando golpea su hombro contra la pared una de las tantas veces que es lanzada lejos del timón.
De repente, Naomi se ve dando vueltas por la cabina, el yate se está ladeando de tal forma que incluso el agua ha comenzado a ingresar logrando que todo se moje, los vidrios se han roto, la lluvia no ayuda y ella solo intenta ponerse de pie sin entender qué puede lograr con todo ello. Y ocurrió lo impensado, el agua comienza a entrar pues algo ha golpeado la base del yate, se apresura a salir, llegar a la proa es mejor que quedarse encerrada y lo logra en el momento exacto en que toda la nave se voltea entre las olas causando que caiga al agua; el frío líquido la abraza llevándosela de inmediato a las profundidades pero Naomi no se deja vencer, da braceadas hasta salir a la superficie dando bocanadas de aire con desespero, más otra ola llegó para atraparla y llevarla a lo profundo de nuevo.
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Editado: 12.08.2025