Nadar junto a Naomi era para Barnabas la cosa más tediosa de todas, no podía creer que la muchacha fuera tan lenta y patosa, aunque fuera absurdo, para mover su cuerpo bajo el agua. Aunque había dominado bien el mantenerse a flote, nadar un poco a los lados sin mecerse demás o perder el rumbo, a la hora de acelerar las cosas se ponían difíciles ya que se veía sí o sí en la obligación de bracear para poder avanzar y eso solo duraba un tiempo pues se cansaba con facilidad; para el peliazul era molesto tener que bajar la velocidad que estaba acostumbrado a llevar, tampoco podía pedirle a ella que no se distrajera con cada pececito que veía pues no le hacía caso y perdía tiempo curioseando.
Al final, terminó comprendiendo que no podría apurar más la marcha, no era culpa de la humana no poder seguirle el paso, solo debía ser así por lo que se limitó a nadar a su lado aprovechando parte del despiste de Naomi para observarla mejor; le gustaba verla sonreír, se veía infantil en algunos momentos y femenina en otros, llena de brillo en la mirada y debía admitir que las prendas que usaba lograban que él tuviera las mejores vistas. Las prendas de la joven eran tan simples como cualquier otra por lo que el movimiento natural del agua lograba moverla de aquí a allá, flotando desordenada dejando ver la piel de la joven, desde su cuello y la totalidad de sus clavículas e incluso parte de su torso, sin mencionar que iba descalza habiendo perdido todo en el naufragio.
Y Barnabas estaba perdiendo la decencia, el decoro, el disimulo, ¿Qué le pasaba? ¿Cómo es que podía tener la osadía de verla de esa manera? Debería darle vergüenza, está pasando por un momento extraño, eso es lo más seguro, tiene que calmarse, controlarse, no puede perder los estribos por Naomi, al menos por ahora.
—Barnabas… —habló por lo bajo la chica para voltear a verlo cansada, ya estaba agotada de tanto moverse, sin mencionar que no había comida nada en horas.
—Ustedes los humanos son demasiado débiles, ¿Cómo puedes verte tan mal si no has hecho más que nadar como una tortuga? —elevó una ceja.
—Pues discúlpame por no tener motores en los pies —se cruzó de brazos casi ofendida con el comentario.
—Ya, no te enfades, tienes que admitir que es verdad —rió.
—No lo es, podría decir lo mismo de ti cuando camines kilómetros bajo el sol radiante sin tu precioso océano de por medio —entrecerró los ojos.
—¿Por qué eres tan enojona y no te das cuenta de que lo que digo es cierto? —se acercó nadando con serenidad para que sus manos fueran a parar a la cintura de Naomi, ya no podía evitar hacer eso, y la atrajo hacia sí asegurándose de tenerla bien sujeta a su lado—. Te llevaré, tardaremos menos.
—De acuerdo —asintió tragando duro—. ¿Es necesario que te me acerques tanto? Es decir, apenas y puedo verte de cerca porque…
—¿Por qué, qué? ¿No te gusta tenerme cerca? —sonrió de lado.
—No, es… Es que sí me gusta tenerte cerca, en verdad siento que cuánto más cerca te quedes mejor me siento. No puedo explicarlo, pero estar a tu lado de esta manera hace que todos mis sentidos giren a tu alrededor y no me parece normal, no sé… —apretó los labios sopesando si era prudente seguir hablando.
—No tiene que ser normal, al menos no la normalidad que tú conoces —explicó—. Pero no está mal lo que sientes, en realidad, me alegra que puedas percibirlo, creí que alguien como tú no tendría consciencia de ello…
—¿Consciencia? ¿De qué? —ladeó la cabeza apreciando el tono azul que llevaban los ojos contrarios, nunca vio irises iguales, era como haber descubierto un nuevo tono de la gama.
—De que lo que sientes es genuino y que es causado por algo especial que llevabas tiempo buscando —explicó tratando de encontrar una manera no tan descabellada para explicarle a la humana—. De seguro en la vida has sentido que no estabas dónde debías, que no era lo que querías, que a pesar de tener mucho aun así parecía ser insuficiente —Naomi lo observaba atónita—. Eso sucede cuando algo muy importante para tu vida está lejos de ti, esa sensación que te genera te incita a buscar lo que no encuentras, te guía en el camino adecuado obsesionándote con algún objeto, situación o representación de lo que tienes que hallar. Es lo que te indica que debes ir por eso grande que el destino tiene preparado para ti.
—¿Eso sería el océano? —frunció el ceño—. Desde que tengo memoria amo nadar, aprendí desde muy pequeña, he participado en clubes de natación, en competencias, carreras. He ido a playas y a pescar con la única intención de estar cerca del agua, me encanta navegar, me gusta sentir el sol y la brisa en mi rostro, el sonido del agua golpeando la proa o la popa, que el horizonte se confunda sin dejarte saber si es cielo o mar, solo yo y el aroma húmedo, solo yo y… ¿Y qué?
—Y yo… —murmuró algo inseguro la manera en que veía a la humana era totalmente diferente a lo que cualquiera podría describir, para el Príncipe del Océano no había nada más brillante, deslumbrante y cautivador que ese chica, incluso su voz resonaba por kilómetros para él siendo imposible no escuchar incluso sus susurros.
—¿Cómo tú puedes ser lo que, supuestamente, he buscado?
—¿No te parece que puede ser real? Puedes pensarlo todo lo que quieras, no es algo fácil de comprender, pero has amado el océano desde que abriste los ojos en este mundo, buscas algo en tus viajes sin entender bien qué pero no te lo cuestionas y, cuando es oportuno, nos conocemos —apretó un poco su cintura causando que ella se sostuviera con fuerza de sus hombros—. Nada es casualidad en este mundo, no existen las casualidades sino las causalidades, siempre y… —detuvo el habla frunciendo el ceño agudizando su oído al captar un extraño sonido a sus espaldas.
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Editado: 12.08.2025