Naomi parpadeó un par de veces, confundida por un lado, preocupada por otro. A cada uno de sus lados solo había guardias con tridentes y pistolas que en su vida jamás vio, los observó con detenimiento y asombro a la vez no pudiendo creer que en verdad lo estuviera presenciando pero más importante, llena de incertidumbre sobre qué sería de ella a partir de ese momento, ¿Cómo es que llegó a eso? No tiene idea, solo sabe que quiso regresar a casa, tener la normalidad que sus padres y amigos tanto le pedían y le reprochaban hasta que esa tormenta decidió condenarla a quedarse en sus dominios hasta que le diera la gana, ¿era una coincidencia? No estaba segura de ello, pero comenzaba a creer que no.
—Naomi —la voz de Barnabas la sorprendió quitándole toda atención en los guardias—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —una vez el peliazul se acercó fue que ella se relajó, no podía moverse mucho pues llevaba las manos aprisionadas hacia atrás con cadenas y debía esperar a que lo llevaran a la gran sala donde debería responder algunas preguntas—. ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué estoy aquí? No pueden culparme de algo, no he hecho nada…
—Tranquila, por favor —acunó el rostro de la chica con cuidado para sonreírle transmitiéndole seguridad—. No es nada malo, vas a conocer al Rey del Océano, quiere hacerte algunas preguntas para descartar que eres un peligro para mi pueblo.
—Yo nunca les haría daño —negó aceptando un poco los mimos que el peliazul le daba en las mejillas.
—Lo sé, además, estoy aquí y no te dejaré sola —el príncipe sonrió—. No temas y no se lo dejes ver.
—¿A quién? —frunció el ceño.
—A mi padre.
—Alteza —un guardia ingresó al sitio para verlos—. Es hora, tenemos que llevar a la chica para ser interrogada —el soldado los separó con sutileza sin antes observar al heredero con una disculpa en el semblante y encaminó a Naomi hacia la gran sala siendo seguidos por el príncipe, claro que el guardia tuvo que ayudar a la humana a nadar por tener las manos atadas—. Quédese aquí, no se mueva.
—Sí… —Naomi levantó la mirada viendo un gran trono de corales y caracolas marinas, hecho de piedras celestinas y rosáceas, donde un hombre de ojos penetrantes rojizos la veía con el ceño fruncido.
—Bien, veamos qué tenemos aquí —Althar se acercó dejando la comodidad de su trono y a su hijo mayor a un lado—. ¿Quién eres? ¿Cómo has llegado hasta estas profundidades si eres una humana?
—Me llamo Naomi y solo voy a decirle lo mismo que le dije a otro sujeto, me marchaba en mi yate cuando la tormenta llegó de imprevisto y caí al agua, Barnabas me salvó la vida y de no ser por él no estaría aquí —explicó.
—¿Culpas a mi hijo?
—No, culpo al océano —soltó sin más.
—Hay que tener muchas agallas para culpar al océano de tus miserias —asintió observando a Inhor unos minutos—. Naomi, ¿eres consciente de que se supone que aquí un humano no puede respirar?
—Sí.
—Bien —sonrió quitando de un rápido movimiento las algas alrededor de su cuello cosa que asustó a Naomi y Barnabas debió contener sus ansias por calmar ese miedo en la joven—. Ahora, no puedes respirar.
—¿Qué? Pero-… —Naomi se tensó de inmediato esperando, tal vez, ahogarse de pronto, sofocarse, sentir la desesperación de no poder respirar, pero no sucedió—. ¿Qué ocurre?
—Eso es lo que queremos saber, que nos expliques, ¿Cómo es que respiras? —la rodeó con lentitud evaluándola de arriba abajo—. No veo nada especial en ti, al menos no físico, no posees escamas como nosotros, tampoco encuentro que tengas branquias como seres de otros reinos hermanos, te ves tan común como lo es un ser humano.
—No tengo idea, puede estar seguro de que estoy tan sorprendida como usted —murmuró viéndolo a los ojos.
—Y te creo, cuando alguien miente no sostiene la mirada como tú, y si lo hace, emana una esencia que grita “traicionero” por todos lados —asintió el rey—. ¿Qué sería justo para ti? ¿Qué debo hacer contigo? Verás, Naomi, tener un humano entre los míos es muy raro, pero no eres uno de ellos, no eres de los nuestros, ¿Qué eres?
—Padre —Inhor intervino—. Podemos pedirle a Rose, la Océanide, que nos revele sus verdaderas raíces, estoy seguro de que será capaz de darle una respuesta a nuestras preguntas.
—Buena idea —asintió Althar, luego llevó su mirada a Barnabas—. Asumo, por la manera protectora y territorial con la que te mantienes a su alrededor que esta joven es importante para ti, tal vez, demasiado importante para todo lo que te conozco.
—Así es, padre, pero solo hasta que sepa cuál es tu veredicto sobre el tema te diré qué es lo que sucede en verdad —aseveró—. Porque si tomas una mala decisión para Naomi, me temo que estaremos en un grave desacuerdo tú y yo.
—Bien, ansío conocer ese motivo.
Mientras Althar se alejaba hacia la entrada para hacer pasar a la Océanide, Barnabas aprovechó para quitarle los grilletes de las muñecas a Naomi que veía todo asombrada, su preocupación se había esfumado de inmediato en cuanto vio a los tiburones rondando cerca siendo amaestrados por los guardias, y sí, una persona con sentido común habría quedado en shock, tal vez, se habría asustado o bien habría ensuciado su pantalón, pero ella no podía hacer más que curiosear con los ojos bien abiertos y brillantes lo que veía, además, se cuestionaba de manera interna cómo era que estaba respirando, ¿sería una secuela por todo el tiempo en el mar? ¿las clases de natación? ¿las veces que buceó como un loco? ¿todo ello junto? No lo sabía.
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Editado: 12.08.2025