—Déjame ver si te entiendo, Esselie, ¿quieres atacar al enchanté del príncipe de Pavlopetri? ¿Tienes idea de lo que eso significaría si descubren que fuiste tú? Nuestra emperatriz te arrancaría la cabeza sin dudarlo —la ninfa de largos cabellos rubios observa a su par horrorizada—. Comprendo que le tengas rencor, todas odiamos a esos seres, pero no estamos en posición para enfrentarlos, tenemos un pacto, una tregua.
—No me interesa en lo absoluto esa tregua, se jactan de ser mejores que nosotras confinándonos a una sola parte del océano porque se creen dueños del resto, ¿con que derecho? —espetó furiosa—. Y no es la primera vez que me impide encontrar una presa, siempre está metido en el medio.
—A eso se dedica —suspiró—. Esselie, hay miles de humanos en el mundo, muchos barcos donde puedes ir y engañarlos como te dé la gana, ¿Por qué tanta obsesión con esta mujer?
—Porque no es un humano cualquiera, ella puede respirar bajo el agua y otras cosas más, es una mestiza —sonrió volteando a verla con el semblante iluminado—. Me hace mucha ilusión jugar con ella, en primera porque me tienta y despierta mi hambre, en segunda porque puedo herir a Barnabas como nunca y en tercera, pero no menos importante, porque es mía. Estuve a punto de hincarle el diente y las manos en ese bote hasta que ese príncipe de pacotilla apareció de la nada, lo hubiera conseguido sin chistar.
—Solo creo que vas a meterte en problemas por un humano más —negó tomando asiento sobre una silla de coral, acomodando su cabello con desinterés—. ¿Qué tanto hambre te produce?
—Demasiado, la quiero para mí y cuando todas mis ideas se hayan cumplido, cuando las fantasías estén realizadas, pues la devoraré —sonrió—. Y veré como Barnabas se retuerce en su pútrida miseria sin poder hacer algo al respecto, me importa poco lo que suceda, habré ganado. Nunca podrá recuperar a la chica.
—¿Y cómo planeas hacerlo? Dudo mucho que la dejen sola o desprotegida siendo su pareja, además, si la muchacha te conoce no será tan idiota como para acercarse a ti —se puso de pie—. Deja esto, en verdad, tienes que buscar otra presa y olvidarte de ellos.
—No tengo que ser yo quien vaya por ella, solo tengo que usar la táctica adecuada y sé cómo hacerlo, tengo un par de favores qué cobrar —la ignoró pasando por su lado—. Deséame suerte.
—No te voy a proteger ni a apoyar en esto, estás sola —negó preocupada—. Esselie, estás cavando tu propia tumba.
—Puede que sea así, pero no me iré a la tumba sola —y sin más nadó fuera del sitio dejando a su compañera con una sensación incómoda en la boca del estómago.
Las ninfas no vivían tan bien como les gustaría, milenios atrás habían sido adoradas y veneradas en todo el mundo por diversas culturas siendo emperatrices donde quiera que fueran vista, pero tras el surgimiento de Atlantia, Atlántica, Pavlopetri y otras grandes civilizaciones que evolucionaron para conquistar las aguas ellas tuvieron que replegarse al no poder ganar la guerra que por su cuenta habían declarado; ninguna otra especie quiso inmiscuirse y apoyarlas pues se encontraban en las mismas condiciones, terminaron aceptando el acuerdo de paz que Althar les ofreció pero siempre quedaron marginadas teniendo que esperar naufragios y demás para poder hacer de las suyas.
No era fácil aceptar que ya no se tiene el poder, la Ninfa Emperatriz había hecho lo imposible para poder darles algo de paz a sus seguidoras pero había algunas, como Esselie, que se resistían a ese nuevo modo de vida y anhelaban volver a ser tan poderosas como en el inicio de los tiempos.
En contra parte, en el palacio real, Barnabas y Naomi gozaban de su tiempo juntos tendidos sobre el lecho, besándose cada tanto, hablando sobre trivialidades. Desde que habían regresado de la pequeña excursión donde ella tuvo un pequeño accidente, le estaba prohibido dejar el reposo en la habitación, tras los chequeos pertinentes y un muy preocupado e insiste príncipe, no tuvo más opción que acatar el pedido de su pareja.
Y ahora se ve allí, tendida de espaldas mientras el peliazul descansa su cabeza sobre su pecho, recibiendo caricias entre las llamativas hebras, serenos, cómodos, cálidos. Barnabas se incorpora sobre su brazo para verla con una sonrisa que le es correspondida de inmediato, sus labios se rozan de manera sutil, entre caricias y abrazos, terminan profundizando el beso enredando sus lenguas, con suspiros, respiraciones lentas y manos escurridizas sobre sus pieles es que los chasquidos se intensifican.
—¿Vas a quedarte aquí, conmigo? —el heredero le susurra a centímetros de la boca, viéndola anhelante.
—Tengo qué, ¿no? —sonrió con lentitud—. Ya han pasado semanas desde que el barco naufragó, lo más probable es que todos crean que he muerto, no sé qué tan justo es eso para mis seres queridos.
—No es muy justo, pero al menos no deben esperarte —apretó los labios—. Y no quisiera que te fueras, no quiero que me dejes.
—No te dejaré —negó acomodando algunos cabellos detrás de la oreja del peliazul—. Solo quisiera saber que ellos están bien, que lo aceptan de buena manera, de todas formas, siempre hice lo que quise cuando se trataba de mis términos con el océano; pienso que mis padres podrían sentirse culpables por esto, creyendo que estoy muerta.
—¿Y qué otra opción podría haber? —frunció el ceño.
—Despedirme de ellos, quiero decirles que me iré sin regresar pronto, no daría detalles pero les aseguraría que estoy bien y feliz —suspiró—. ¿No te parece? ¿no crees que pueda hacerse así?
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Editado: 12.08.2025