El sol había comenzado su descenso, tiñendo el horizonte de un dorado cálido, pero el cielo, tan hermoso como inquietante, presagiaba la llegada de tormentas. En la ciudad de Constantinopla, un lugar que había sido símbolo de resistencia, el palpitar de la vida se sentía diferente, como si cada corazón latiera al unísono con la desesperación y la esperanza entrelazadas. Aquella tarde, Eleni se encontraba en su alcoba, la luz del ocaso irradiando desde la ventana, pero su mente no podía encontrar consuelo.
Había transcurrido una semana desde su clandestina reunión con Kadir. Durante esos días, el eco de su promesa era un susurro en su interior, pero la realidad del asedio había convertido cada decisión en un peso insoportable. Mientras su padre, un noble de prominencia, se preparaba para la defensa de la ciudad, Eleni se sentía atrapada en un mar de ansiedad, anhelando la presencia de Kadir más que nunca.
Aunque había logrado mantener las apariencias, su alma estaba conectada a los sentimientos que emergían de las sombras. Cada rincón de su alcoba parecía susurrar su nombre, recordándole los gestos suaves de Kadir y la chispa de su risa, un eco que desafiaba la guerra que se cernía sobre ellas. El deseo la consumía, pero también el miedo de perderlo, de no volver a ver su rostro endurecido por la batalla, pero tan lleno de vida cuando estaban juntos.
Una tarde, mientras el murmullo distante de la ciudad era interrumpido por el sonido de la corneta que convocaba a los defensores, Eleni se decidió: debía salir al jardín, su refugio secreto. Cada paso en el pasillo se sentía como una traición al deber, pero la necesidad de respirar la llevó a las flores que se abrían a la luz del crepúsculo. Era aquí donde realmente se sentía libre, donde sus sentimientos podían florecer sin ser contenido.
Delante de ella, las flores danzaban con la brisa, y pronto el suave murmullo del agua la envolvió. Pero no estaba sola. En un rincón, Kadir la aguardaba, su figura recortada contra la luminosidad del cielo, como un guerrero destinado a una misión.
“Eleni”, dijo, su voz un aullido bajo entre los susurros de la naturaleza. Al acercarse, notó las sombras bajo sus ojos, huellas de las noches pasadas de insomnio y preocupación.
“¿Cómo has estado?” preguntó ella, su voz un hilo de temor y anhelo.
Kadir sonrió, pero la tristeza en su mirada era evidente. “Afrontando lo inevitable. La ciudad es un campo de batalla, y tú… tú eres mi luz entre la oscuridad”, confesó, tomando su mano con una calidez familiar.
Sus dedos se entrelazaron, y Eleni sintió cómo el calor se deslizaba a través de su ser. Sin embargo, la sombra de la realidad se cernía sobre ellos, y ella tuvo que apartar la mirada, incapaz de soportar la mezcla de amor y la inminente separación.
“El deber nos llama”, dijo ella con un susurro, casi como una súplica para romper el encantamiento del momento.
“Siempre está presente, pero te siento en cada golpe de mi corazón. Debemos encontrar una forma de luchar juntos”, respondió Kadir, su voz cargada de convicción.
La conexión entre ellos era un fuego que se expandía en la penumbra, a pesar de las adversidades que amenazaban con consumirlo. Recordando las palabras de su padre sobre la unidad y la fuerza, Eleni tomó una decisión. “No puedo quedarme al margen mientras la ciudad se desvanece. Quiero ser parte de la lucha. Quiero ayudarte”.
Los ojos de Kadir brillaron con una mezcla de sorpresa y orgullo. “No deseo que te pongas en juego, Eleni. La guerra es cruel, y te protegería a toda costa”.
“Pero también es mi hogar. Hay vidas en juego, y siento que tengo que hacer algo”, ella insistió, decidida.
Así, con la determinación floreciendo en su pecho, se pusieron en movimiento. Juntos, recorrieron las calles de la ciudad, donde el aire estaba impregnado de la ansiedad que precedía a la tormenta. Relatos de luchas pasadas retumbaban en las conversaciones de los soldados, y en cada mirada que cruzaban, Eleni y Kadir sentían el peso de la historia que se desenvolvía a su alrededor.
Al llegar al corazón del centro de la ciudad, donde los nobles se congregaban y se discutían las estrategias de defensa, Eleni se sintió en casa, y a la vez atrapada. Mientras hombres y mujeres discutían enérgicamente, las palabras volaban por los aires como dardos: alianzas, recursos, estrategias. Pero entre esa multitud de ambiciones, el amor entre Kadir y Eleni se sentía como un secreto compartido en un mundo lleno de intrigas.
Sin embargo, al poco tiempo, una figura conocida se acercó a ellos. Era Nikolai, un amigo de la infancia de Eleni y uno de los consejeros de su padre. “Eleni, Kadir… ¿qué hacen aquí?”, preguntó, su mirada escudriñando la situación ante ellos.
Eleni sintió el sudor frío desgarrar su frente. “Estamos aquí para entender cómo ayudar en la defensa de la ciudad”, respondió, su voz firme a pesar de la incertidumbre que la invadía.
Nikolai miró a Kadir, y Eleni notó el cambio en su expresión. “¿Estás seguro de que esto es lo que deseas? La guerra no es un lugar para un noble y un otomano”, dijo, gesticulando con objetividad.
“Mis sentimientos no conocen fronteras, Nikolai”, interrumpió Eleni, atreviéndose a mirar a su amigo a los ojos. “Si el amor puede florecer aquí, entonces podemos encontrar la manera de luchar por nuestro hogar juntos”.
Una pausa llena de significado les rodeó. Nikolai examinó sus rostros, la determinación en sus miradas como un fuego que encendía la confusión alrededor. “Tendremos que ser valientes”, dijo finalmente. “No solo por la ciudad, sino por lo que cada uno de nosotros representa”.
Y así, el trio se consolidó en una misión común: proteger su hogar y desafiar las sombras del amor prohibido que amenazaban con dividirlos.
A medida que los días avanzaban, el clima en la ciudad se tornaba cada vez más tenso. La preparación para el asedio se intensificaba, y las calles se llenaban de susurros sobre las acciones que tomarían los otomanos. Mientras tanto, Eleni, Kadir y Nikolai trabajaban juntos, uniendo sus fuerzas y convicciones como una barricada contra el destino incierto.
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Editado: 19.12.2025